"El déficit cero no se negocia" es la frase de cabecera del Gobierno de Javier Milei que no mide las consecuencias con tal de llegar al objetivo. Mientras los gobernadores se quejan por el recorte de fondos, desde Nación hacen oídos sordos y, tras el fracaso de la Ley Ómnibus, parece inminente la "venganza" contra las provincias.
El gobierno argentino pertenece a una especie política bien definida: una nueva extrema derecha que llegó a varias presidencias y a casi todos los parlamentos. En la mayoría de los países de América y Europa pasó alguna una de estas dos cosas: o el tradicional partido de derecha se convirtió en uno de derecha extrema, o surgió una nueva fuerza de extrema derecha. Argentina es una excepción: pasaron las dos. Surgió una nueva fuerza de derecha extrema y el PRO (después de una interna) se alió a ella.
(...) La inflación que pulveriza las previsiones y relaciones sociales se combina con una vertiginosidad política y mediática que plantea la refundación del país, sin anestesia y de forma urgente. El gobierno de Milei trae consigo una estrategia novedosa: provocar, de forma permanente, a todos los sectores de la oposición, tanto de la política como de movimientos sociales. “Fueron por el precio del transporte, esperan protestas aisladas; van por la electricidad, aguardan algunos cortes de calles; detendrán la paritaria en un sector, la empujarán a su huelga sectorial. Buscan mantener a toda la sociedad en estado de agitación, en un híper estrés, fuera de quicio”.
Un discurso rabioso, enfurecido y presuntamente antisistema tiene el efecto de un placebo. Después viene la realidad que suele dirimirse a través de la lucha de clases (circunstancia que aunque inexorable no es reconocida masivamente). Me resisto a recurrir sólo a la imprudencia de calificar como ignorantes o improvisados para entender la tremenda derrota oficialista del 6 de febrero. Creo que el potencial político real del gobierno es de poca monta (otra diferencia sustancial con las experiencias fascistoides del siglo pasado) y que la enorme transferencia de riqueza de las clases populares hacia las minorías enriquecidas en apenas dos meses de gobierno (sumadas a las obtenidas durante el macrismo y el Fernandismo) marcan el fin de un ciclo.
La elite dominante que sabe mucho de esto, dijo "hasta acá". El resolutorio del juez Casanello respecto a limitar a la mediocre y torpe ministra de seguridad. La protesta social se agiganta y la represión desataría consecuencias imprevisibles. Ahí cobra valor las jornadas movilizadas de los trabajadores ocupados y desocupados, militantes de izquierda y asambleas autoconvocadas. Pero sería un error considerar que un fin de ciclo en algo equivalga a que se terminó ese algo. Ahora la tarea es aún mayor. La construcción lenta pero firme de una nueva alternativa popular gestada lejos de las superestructura y de figurines providenciales agotados (y agotadas) es imperiosa. Se equivoca la izquierda si piensa que puede saltear etapas y prescindir de la gran masa peronista. Se equivoca el peronismo si piensa que puede exigir subordinación alguna. Mirar atentamente lo que sucede en el Congreso. En el supuesto que cayera Milei no se resolvería nada si no hay Constituyente en simultáneo. Mucho cuidado con eso. Macri -como el ladrón del barrio- está al acecho y es capaz de cualquier tropelía. Villarruel lo sabe. Nosotros tenemos que profundizar en esas tres o cuatro coincidencias mínimas, reconocer que hay referencias jóvenes insoslayables en uno y otro sector y generar la unidad desde abajo. Desde una discusión asamblearia autoconvocada hasta una choripaneada distendida sirven para eso. Aprovechar que el gobierno viene unificando broncas (lo ocurrido con la detención y apremios sobre militantes radicales es sintomático) y acompañar primero para después sumar. Multiplicar es la tarea, hasta que la guerra de posiciones nos encuentre repuestos. Después?… qué importa del después…
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