La globalización de la economía capitalista se empalma con el método fascista para privatizar la estatalidad. Una prótesis de expansión de esa amalgama está en nuestros bolsillos: el celular, que propaga ese poder oscuro. La globalización de la economía combinada con el fascismo apunta a una nueva fase de privatización: la de la estatalidad. Esto quiere decir que la fase reciente de la globalización de la economía capitalista tiene por objetivo la apertura de aun más áreas del mundo y de más dimensiones de la realidad. El acceso a aún más bienes comunes para encerrarlos en un proceso de acumulación primitiva permanente de parte de las clases ociosas y sus dispositivos de poder globales y nacionales. La privatización de la tierra, el agua, los bienes comunes naturales o minerales como el litio, los bosques tropicales, la biodiversidad inmanente a un continente tal extendido como América Latina, los conocimientos tradicionales populares o el excedente producido por la fuerza de trabajo (formal e informal) dejó de ser suficiente para el capital. Todo es finito salvo su ansia de conquista de nuevos territorios potencialmente explotables. Necesita aun más: avanzar sobre un nuevo territorio de lo común: la estatalidad
Por Rocco Carbone
Lo
que interesa del fascismo -para elaborar un intento de comprensión de
la politicidad del gobierno de La Libertad Avanza- no son los episodios
históricos europeos pertenecientes al fascismo arqueológico, o
sea, muerto y enterrado; experiencia que, como tal, no volverá a
repetirse. Esa última afirmación no remite a una observación epidérmica
o, si se quiere, a un vaticinio, sino al reconocimiento de un cambio
espeso en la forma de ser -y de sus angustias- del sujeto del siglo XXI
respecto del del siglo XX, y a la manera de comunicarse vigente entre
nosotrxs. Si en la conversación argentina ponemos en primer plano los
episodios históricos europeos en tanto elementos esenciales del
fascismo, no se entiende la operatividad del poder en examen: su método, digamos, que es lo que nos interesa enfatizar.
Discutir el método de poder fascista implica emanciparlo del hecho histórico para enfatizar la operatividad específica del poder fascista que podría calificarse, con una palabra acaso impropia, como psicotizante; o más precisamente apelando al mecanismo del doble vínculo, que implica una interacción entre dos o más sujetxs enlazadxs a través de mensajes y conductas excluyentes y
simultáneas. La teoría del doble vínculo se desarrolló al comienzo
dentro del contexto familiar para extenderse progresivamente a otros
grupos sociales. “La dinámica del doble vínculo, implica a dos o más
personas -una de las cuales es considerada como la ‘víctima’- donde el
interlocutor queda atrapado entre dos mensajes que se contradicen. Es
decir, la víctima si responde SI, no es correcto, y si responde NO,
tampoco es correcto. Este callejón sin salida, sistematizado como un
estilo de comunicación […] socava los niveles lógicos deductivos y toda
forma de raciocinio lógico. La destrucción de la lógica de pensamiento
se ejecuta por la persistencia de esta forma de comunicación a lo largo
del tiempo (Marcelo Rodríguez Ceberio, “El doble vínculo en la violencia
filio parental: entre la trampa relacional con los hijos y la trampa
social”, 2016). La destrucción del raciocinio es también la destrucción
de la posibilidad de ser, la imposibilidad de afirmar una existencia
libre.
Este
método que responde a un contradicción inmanente al poder y a mensajes
que se autoexcluyen entre sí -por caso: el Papa, calificado con una
sarta de improperios y, al mismo tiempo, el argentino más importante de
la historia; o le daremos un bono a los jubilados, pero no hay plata
para los jubilados- afecta al individuo, a la ciudadanía, a las
organizaciones populares, a la organización sindical y también a esa
politicidad que intenta ponerse en estado de antagonismo respecto del
poder que nos gobierna. Además, el método es expandido por un aparato
colosal de propaganda -la mediaticidad monopólica y las redes
antisociales- que opera sobre nuestras conciencias, que configura el
sentido común y nuestras formas de desempeñarnos en la realidad. Este
aparato colosal está ubicado en la cartera de cada dama y en el bolsillo
de cada caballero, transclasista y transetario. Me refiero al celular,
ese aparatito que integra celularmente nuestra humanidad, enchufado a nuestros cuerpos, a nuestra existencia, de manera profunda y significativa.
Parafraseando a Julio Cortázar, pensá esto: cuando comprás un celular te regalás un pequeño infierno de colores, un calabozo agradable para escindirte de la comunidad (tus amigxs, el club, la iglesia, el bar, el partido, la marcha, la concentración, el Centro de Estudiantxs, el picadito, el asado den fin de semana, la estatalidad…). No te comprás solamente un iPhone o un Samsung, no te comprás solamente ese menudo picapedrero que te taladra la cabeza y que introducís en el bolsillo o en el bolso y que paseará con vos, que dormirá en tu cama, del cual leerás recetas de cocina elaboradas en Silicon Valley. Te comprás un pedazo frágil y precario de vos mismo que incrustás en tu cuerpo, en tus células, algo que creés tuyo, que llenarás de información personal -confeccionás tu prontuario para Google o quien esté dispuestx a leerlo, un catálogo informativo que antes preparaba un aparato de inteligencia o de represión (que, en todo caso, eran manifestaciones de una cultura nacional en tu propia lengua). Te comprás la necesidad de cargarlo todos los días y mirarlo incluso cuando no chilla para que siga sonsacándote información. Te comprás la obsesión de atenderlo incluso cuando no te interpela. Te comprás el miedo de que te lo afanen y que luego de putear porque es caro comprar otro y no hay plata, creas que es un hecho de inseguridad cuando en realidad se trata de una manifestación palmaria de la desigualdad social, abismada por este gobierno. Adquirís también la necesidad de comprar otro aparato para fraccionar las comunicaciones. Te comprás también un sistema numérico binario que es metáfora de una estructura elemental de pensamiento, comunicación y operatividad propios del poder fascista. El megusta / nomegusta de las redes antisociales es expresión de superficie de la lógica celular, favorecen interacciones simples y emotivas, y así escinden la ligazón entre racionalidad y emotividad: no hace falta pensar, solo sentir (cuanto más violentamente, mejor); y entre historicidad, legado memorial y presente. Las redes achatan la condición humana, hecha de multiplicidades de fenómenos complejos e históricos. Por eso mismo es posible sostener que la lógica del celular se propone afectar la estatalidad en beneficio del mercado capital, que se expresa a través de procesos de acumulación (afirmación o 1) o pérdidas (negación o 0). No nos compramos un celu; nos abrimos a él, le permitimos entrar a nuestras vidas y le regalamos nuestro ser a un aparato propagador de un poder fascista.
Cada unx de nosotrxs se ha vuelto una especie singular de nube de datos en la que el celular hace minería de datos (lo que hace es acopiar) a través de un sinnúmero de aplicaciones: teléfono, redes antisociales, banco, mercado libre (monopólico), estatalidad, sexoafectividad, mapa, dieta, cámara de fotos, calendario, agenda, calculadora, cantidad de pasos o latidos del corazón por día, tocadiscos, walkman, televisión, lapicera y fotocopiadora etc., todas cosas que antes implicaban constituir una pequeña comunidad, aunque fuera pasajera, con otrxs. Desciende de esto que el celular es un colosal aparato de control y propaganda que ha transformado el ser humano en su aplicación.
La liberación del fascismo celular que nos domina provocará entusiasmo, esperanzas renovadas, el sentido de una nueva libertad restituida y una nueva forma del ser, orientada por la bondad, que es una ligazón con otrxs. Liberación es una nueva perspectiva de vida, una refundación, que es también reeducación. Pues, finalmente, ¿cuánto necesitamos para ser felices y libres?
Rocco Carbone
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