El marplatense que revolucionó el tango y el saxofonista estadounidense grabaron un disco juntos. El trabajo fue arduo y hubo rispideces entre ambos, pero con el tiempo supieron valorar el esfuerzo. Por Oscar Muñoz Verano italiano de 1974. Estaban citados en los Estudios Mondiale, de Milán. La idea de un encuentro magistral, una “cumbre” del tango y el jazz, prendía fácilmente en las expectativas del productor Aldo Pagani, teniendo en cuenta los créditos de los artistas: su representado, el bandoneonista argentino Astor Piazzolla, que venía de romper moldes con la grabación de Libertango, y el consagrado y eximio saxofonista estadounidense Gerry Mulligan. Pero en el proyecto no solamente iban a confluir dos talentos, sino dos personalidades dispares, con distintas maneras de entender e interpretar la música que amaban. Mientras Astor, fiel a su proverbial exigencia, arribaba a las sesiones puntual y provisto de carpetas con partituras, apurando cigarrillos en la espera, su coleg