Sorpresa y pausa. Nos vimos obligadxs a hacer una pausa de absoluto asombro ante la perseverancia enloquecida, aunque calculadora, paciente y al mismo tiempo cruel, con que se configuró un gobierno de destrucción de lo popular y de la historicidad inherente a la condición nacional. Esa perseverancia es propia de Javier Milei, que logró expandir un poder peculiar debido a circunstancias históricas extraordinarias -la pandemia y la crisis perceptiva que sobre determinó ese momento singular- que le dieron a su ambición un alcance sorprendente -sospecho, suponiendo acertar- también para él mismo.
Viejo. Ese poder es una idea viejísima -más antigua incluso que la experiencia europea clásica- que ahora reaparece hegemónica y debe ser entendida como la alternativa más experimentada a la idea de democracia. Remite a una operatividad política que consiste en la banalización de la complejidad. Banalización no significa simplificación. Simplificar -paradójicamente y no tanto- implica complejas operaciones cognitivas y pragmáticas para identificar lo superfluo y discriminarlo de lo esencial, que es lo que se retiene. Banalizar alude a la misma discriminación, pero lo que se retiene es lo superfluo. La simplificación es inherente a la democraticidad. Ante toda situación compleja, este poder habilita múltiples posibilidades de resolución porque suele convocar ideas concurrentes en estado de disenso y disidencia. Toda situación compleja supone un temor vibrante para el sujeto que la experimenta. Identificar ese temor y convertirlo en mensaje, banalizarlo, es más eficaz que simplificar múltiples ideas para resolverla. La pandemia expandió un enorme sentido de fragilidad: el temor de perder la libertad: la propia libertad inmanente al existir. El poder que ahora gobierna tuvo la perspicacia de poner en palabras ese temor, banalizándolo, y en esa banalización se propagó “Viva la libertad, carajo”, una de las consignas más pegadizas del gobierno “libertario” que insiste menos en la singularidad de esa virtud (la libertad) que en su expresión en singular. El poder del que hablamos puede ser entendido entonces como el exacto reverso de la complejidad inherente a la democraticidad. Complejidad en el orden democrático quiere decir dotar al mayor número posible de personas de una condición ciudadana: de herramientas interpretativas para comprender los núcleos magmáticos de la escena contemporánea -en su perspectiva histórica- y de instrumentos de participación para sofisticar los modos de vida en común.
Motivos de ese poder. Mostrarse generoso con su riqueza o con el producto de su trabajo y propagandear sus actividades filantrópicas (rifar el salario, por ejemplo). No acogerse a privilegios, sacrificar algún beneficio público que se percibe como superfluo. Los cultores del poder del que hablamos saben que deben hacer gestos simbólicos para demostrar que son personas “comunes”. Es muy eficaz declarar que este poder viaja a pie, en transporte público, en bicicleta o en un avión de línea (el alarde con que se comunicó el viaje a Davos). Lo mismo sucede con el sacrificio de la provisión de medialunas y tostados de la Casa Rosada. Es un modo sencillo para marcar la diferencia con el “derroche” democrático. Además, para destruir al enemigo político, el sujeto que detenta el poder del que hablamos sabe que debe señalarlo como ricx privilegiadx que no entiende los problemas de la gente “común”, porque vive en un departamento lujoso de la ciudad, viste joyas, relojes o ropa cara, tiene propiedades inmobiliarias que ningún sueldo podría comprar y ni siquiera sabe cuánto cuesta un kilo de pasta en el chino de la esquina. Estos son puntos débiles para avergonzar a lxs políticxs democráticxs acomodadxs; no porque sean acomodadxs sino precisamente porque son democráticxs. Se trata de una estrategia para asociar el status social del enemigo a su credibilidad. Las masas deben pensar que cuanto más dinero tiene el/la políticx democráticx, menos derecho tendrá a representar a otrxs, porque por definición las masas no tienen dinero. De hecho: “No hay plata”, ¿para quién? Además, en una sociedad cuyo orden político anterior ha tratado de ofrecer a todxs la oportunidad de lograr cierto bienestar material, cualquiera que sienta -más allá de su situación real- no haberlo alcanzado percibirá frustración y bronca. Y estos sentimientos se transforman fácilmente en instrumentos políticos. ¿Ellxs inventaron el fetiche de la igualdad? Y entonces las masas esperarán que sólo esxs políticxs tengan un estilo de vida acorde.
La Legislatura porteña: Victoria Villarruel para homenajea a las víctimas del terrorismo. |
Vicepresidente. Al configurar el concepto de “memoria completa” -que lingüísticamente parece una pincelada de relleno pero con los matices empieza la contaminación- contamina la memoria popular en procura de deconstruirla y finalmente reescribirla. Esa operación turbia se está expandiendo en un momento muy específico de la vida política nacional y popular: las Madres -ese magno símbolo libertario de la Argentina para América Latina y el mundo- nos están dejando. El poder actual lo sabe. Las portadoras vivas de la memoria del horror antes o después -¡ay!- morirán. Así que ese poder se dispone a esperar y mientras tanto se prepara para recuperar la “verdad” de su pasado. Ya ha empezado retomando la duda instalada por la discursividad macrista acerca del número de compañerxs desaparecidxs. Emponzoñar la memoria popular es el gesto incipiente para purificar la memoria del genocidio, de los vuelos de la muerte, de los campos de exterminio, del robo de bebés, del horror que fue. Y que ahora ha vuelto. El vicepresidente abre entonces una grieta en la narración democrática de la memoria, que es en la democracia misma.
¿A la base de sustentabilidad juvenil del proyecto del presidente Milei la democraticidad logró inculcarle la eticidad inherente a Memoria, Verdad y Justicia? Eso debería ser motivo de una reflexión autocrítica. Aquellxs que insisten en la berretización de la “autocrítica”, solo exhiben su concepción de pensamiento culpabilizador. El fascismo surge del corazón de la crisis. En la escena contemporánea, de la pandemia, cuando el limitado gobierno que sostuvimos estuvo en su momento de mayor esplendor. Ante el temor de la pérdida de la libertad por las justas políticas de cuidado ellos banalizaron una antigua virtud (que tiene expresiones individuales y colectivas) con una consigna terraplanista. El terraplanismo también es fascismo, además de ser un modo del negacionismo.
El método. El poder en examen es una tenaza lógica. Y la tenaza es un instrumento visual conceptual que nos permite graficar un método. Para hacer lo que se pretende -copar el Estado para expandir la politicidad fascista sobre la sociedad- es preciso proceder hacia un flanco y sustraerse, para avanzar y sustraerse mejor por el flanco opuesto. El vínculo entre un flanco y su opuesto es íntimo, infraccionable y recíproco. Ambos flancos están soldados a una conciencia activa, que aún pareciendo enloquecida, no lo es. La unidad indudable de este proceder le otorga a esa conciencia un gran poder. Cuando esa conciencia se expande sobre otrxs a través de un aparato colosal de propaganda -mediaticidad monopólica más redes asociales, que producen información delirante (funcional al poder que propaga)- sus acciones se vuelven las de esxs otrxs, son apropiadas por esxs otrxs, se vuelven propias y el sujeto tocado por ese poder (semejante al gas pimienta de la Plaza de los dos Congresos) es fascistizado. No todxs nos fascistizamos: si somos capaces de sostener una actitud crítica, pluralizar las fuentes de información, ubicar la conversación más allá del muro de la palabra monopólica de un universo político cerrado, si militamos, estamos a resguardo. La manifestación popular en la Plaza es un emergente de los modos comunes de existencia en disidencia respecto de la vida-capital.
Fascistizar(se) implica disociar la conciencia propia de la propia condición clasista. Hablamos de una desgarradura, un corte, un punto hemorrágico, que si no es suturado por un poder reparador, aumentará con el tiempo. El fascismo puede ser entendido como un poder clivante, un desfasaje, entre la conciencia y la clase. La poli en la Plaza de los dos Congresos padece ese poder clivante. Puesto que lo sufre, también puede liberarse de él y devolverle la ignominia al ministro que la elaboró. La poli puede sacarse el birrete: puede decir no. Es por eso que tantxs trabajadores han sido abducidxs por el rayo fascistizador. El corazón del método es entonces la afirmación simultánea con la negación. El 29 de enero, el ministro del Interior, Guillermo Francos, y el vicejefe de Gabinete, José Rolandi, se reunieron en el Consejo Federal de Inversiones (CFI) con un grupo de gobernadores del PRO, la UCR, con Martín Llaryora de Córdoba, con representantes de los gobernadores peronistas de Tucumán y Catamarca y con los presidentes de los bloques de la UCR, Rodrigo De Loredo, de Hacemos Coalición Federal, Miguel Ángel Pichetto y de Innovación Federal, Pamela Calletti, entre otrxs diputadxs. En el encuentro los gobernadores solicitaron a los representantes del Ejecutivo que el 30% del impuesto País (administrado por Nación y ejecutado por las organizaciones sociales a través del Renabap) pasara a ser controlado por las provincias. Según circuló en distintas versiones periodísticas (menos en Pravda que en La Nación), el ministro del Interior dio su acuerdo y encaminó las negociaciones. Un puñado de horas después del encuentro @OPRArgentina emitió este mensaje: “La Oficina del Presidente reitera que el Impuesto PAIS y el resto del paquete fiscal, anteriormente incluido en la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos, se discutirá más adelante” (29/1/2024, 10:08 PM). Afirmación y negación, pinza, clivaje.
Movilización del 24-1-24 a Plaza Congreso. |
El campo propio precisa (que se acepte como hipótesis) un nuevo aparato de poder -que no sea ya un efímero frente de coyuntura- para imaginar todo lo que debe ser pensado en el siglo XXI y elaborar una disputa por la estatalidad. De manera sintética esta idea nombra dos cuestiones: derrotar a la derecha monstruosa -relegarla a sus criptas: limitar la irradiación de su poder- y resolver los problemas vitales de las grandes mayorías populares. De manera agregada, la idea de Estado, en su declinación nacional y popular, puede constituirse en un poder frenante a lo insaciable del capital y a su gobierno desnudo. Reconocer una operatividad fascista en el gobierno Milei responde menos a “una etiqueta fácil” que a tratar de comprender la realidad política que vivimos en procura de transformarla, ocupando de nuevo el Estado, interpelando los sedimentos histórico-culturales de una politicidad nacional y popular que afronte y resuelva los núcleos espesos del presente: las angustias que atraviesan a las clases trabajadoras (formales e informales) pues las clases ociosas siempre tendrán a disposición el mercado y sus rapiñas histórico-coloniales. La forma de ese nuevo aparato de poder será definido por nuestro campo, pero podemos aventurar que deberá ser de confluencia de las grandes fuerzas emancipatorias de tradición peronista y de izquierdas (de sensibilidad nacional y popular con audiencias). Esto contempla los modos plurales de la disidencia, el cristianismo popular, el movimentismo. Ese aparato convoca también a la configuración de un nuevo sujeto ciudadanx y políticx, dotadx de firmeza, tenacidad, perseverancia, persistencia, astucia, ideas independientes, iniciativa militante e imaginación creativa. La inspiración de ese sujeto magmático está en la geografía inestable de la Plaza.
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