Al escucharlo tocar el piano en vivo, Philip Glass (1937) me recuerda un poco a esas grabaciones de Ravel por Ravel. Es sin duda mejor intérprete de sí mismo de lo que lo era en su caso el francés y a nadie le importa que sus dedos no alcancen de tanto en tanto la agilidad que él mismo ha requerido para ejecutar esas frases repetitivas que a lo largo de 45 años han forjado el entramado de su lenguaje musical y se han tornado en su sello estilístico. A partir de la repetición, el músico nacido en Baltimore entreteje un lienzo sonoro sobre el cual borda texturas, cromatismos, planos y resonancias que nos entregan desde retratos hasta crítica social, mientras que en el terreno estético su inclinación mística, presente desde sus años de juventud, cuando se lanzó a explorar la espiritualidad india al lado del citarista Ravi Shankar, conmina a la contemplación. Por María Eugenia Sevilla El hecho de que Glass se haya dedicado en gran medida a desentrañar las posibilidades expresivas