Ya vimos que George Gershwin (7 de abril, 11 de julio) era un sintetizador musical de excepción, capaz de combinar intuitivamente elementos de música clásica con las últimas tendencias, en su caso el ragtime y el jazz.
Siguió tanto los pasos de Milhaud, Satie y Stravinsky como los de James P. Johnson y Duke Ellington, y fue tan admirado por compositores afincados en París como Ravel y Prokófiev como por los afincados en Viena, como Alban Berg.
El gran director clásico Serguéi Kusevitski dijo una vez al ver a Gershwin en acción ante el piano: «Mientras lo miraba, sin darme cuenta me puse a pensar, como en un sueño, que aquello era un espejismo; la fascinación de aquel ser extraordinario era demasiado grande para ser real».
Pero ¿esto es música clásica? ¿Es jazz? Qué más da. Gerswhin no creía en las etiquetas, ni en un lado ni en otro. En 1933 escribió: «Entiendo el jazz como la música popular americana; no la única, pero sí una muy poderosa que seguramente corre por las venas de los americanos y los alimenta más que ningún otro estilo musical.
Y creo que puede constituir la base de obras sinfónicas serias de valor permanente».Y punto. Esta pieza, escrita inicialmente para el musical de Broadway Oh, Kay!, se grabó este día del año 1926. La quiero con toda el alma, sobre todo en esta versión, arreglada deliciosamente por Joseph Turrin, compositor clásico americano de nuestros días.
Clemency Burton-Hill
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