Ya hemos tenido ocasión de conocer a algunos genios de una sola genialidad (Vittorio Monti, Gregorio Allegri, Domenico Zipoli), pero seguramente ningún compositor clásico encaja en esta categoría con tanta oportunidad como el pobre Johann Pachelbel.
Este compositor, organista y profesor alemán fue saludado en su día como una de las figuras más importantes del Barroco medio: escribió grandes cantidades de música sacra y profana y fue decisivo en la invención del preludio coral y fuga, con el que Bach y los suyos hicieron después cosas asombrosas.
En la actualidad es poco probable que oigamos nada de Pachelbel aparte de este canon. Y aun así, es probable que lo oigamos de manera intermitente, por líneas telefónicas, en centros comerciales, o como música ambiental en ascensores, consultorios de dentistas, etc. Se cree que se compuso este día de 1694 para los esponsales de su discípulo, Johann Christoph Bach, hermano de Johann Sebastian. ¿Se lo imaginan si Pachelbel hubiera sabido en cuántas bodas acabaría escuchándose, en los siglos venideros, en todas partes?
A decir verdad, no tenía claro si incluirlo o no aquí: es una de las mejores piezas clásicas de todos los tiempos, tan conocida y omnipresente que su efecto se ha amortiguado a causa de su abuso. Es evidente que nadie me necesita para volver a introducirla en su vida. ¿O sí? Escúchenla otra vez.
Es realmente así, brillantísima: una conversación compleja y circular entre tres violines, un violonchelo y ocho compases que se repiten veintiocho veces. ¿Y qué decir de ese bajo continuo? Es tan bueno que los músicos han venido apropiándoselo desde entonces. (Sí, Jackson Five, me refiero a vosotros: oigan, por ejemplo, «I want you back»). Decididamente, vale la pena oírlo de nuevo y espero que estén de acuerdo.
Clemency Burton-Hill
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