El puesto de maestro de música de la Corona —equivalente musical del poeta laureado— ha existido desde 1625, año en que Carlos I de Inglaterra nombró director de su banda privada a un músico de corte, un hugonote llamado Nicholas Lanier. Dicha banda debía acompañarlo allí donde fuera y su misión era tocar para él cuando a él le apeteciese.
Ya hemos conocido a un par de maestros en estas páginas: véanse Edward Elgar y Peter Maxwell Davies. Tuvieron que transcurrir 388 años para designar a una mujer para el puesto, pero al final se consiguió. Judith Weir escribe música inteligente e ingeniosa: carece de pretensiones, es íntegra y muy concienzuda a propósito del lugar de la música en el mundo.
Antigua alumna de John Tavener, Weir es una narradora natural con música, dotada con depuradas ideas musicales y dramáticas. Atraída por la voz humana, ha compuesto varias óperas, obras épicas para orquesta y coro, y piezas vocales menores como esta encantadora y lozana musicalización de unos versos del poeta metafísico George Herbert (1593-1633).
Esta pieza se escribió para celebrar el quingentésimo aniversario de la Universidad de Aberdeen.
Guilty of dust and sin. culpable de confusión y pecado.
But quick-eyed Love, observing me grow slack Pero el atento Amor, advirtiendo mis titubeos
From my first entrance in, crecientes en la puerta
Drew nearer to me, sweetly questioning se acercó a mí y me preguntó con dulzura
If I lacked any thing… si necesitaba algo…
Clemency Burton-Hill
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