Mucha gente sabe que desde junio de 1967 un millón de palestinos y
palestinas han sido encarceladas al menos una vez en su vida. Y que con
el encarcelamiento vienen las violaciones, la tortura y las detenciones
permanentes sin juicio.
Estas mismas personas conocen también la
espantosa realidad que Israel creó en Gaza cuando selló la Franja e
impuso su cierre hermético desde 2007, junto al asesinato constante de
niños y niñas en Cisjordania ocupada. Esta violencia no es un fenómeno
nuevo: es el rostro permanente del sionismo desde la creación de Israel
en 1948.
La agencia humanitaria de Naciones Unidas condenó los bombardeos israelíes contra instalaciones civiles en la Franja de Gaza, incluidas viviendas, escuelas, hospitales y lugares de culto: “No hay palabras que puedan describir los niveles de condena de todas las atrocidades y violaciones, en todas partes”, señaló un comunicado de la Agencia de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente.
«Si morimos, sepan que estamos satisfechos y firmes, y digan al mundo, en nuestro nombre, que somos personas justas/del lado de la verdad», había expresado Heba pocas horas antes de morir. A este clamor se suman los versos que dejó escritos la noche anterior al crimen:
La noche en la ciudad es oscura, excepto por el brillo de los misiles;
silenciosa, excepto por el sonido del bombardeo
aterradora, excepto por la promesa tranquilizadora de la oración
negra, excepto por la luz de los mártires.
La crueldad de la guerra no admite metáforas: los poetas también mueren.
Leonardo Parrini
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