Hoy cuesta creer que el violonchelo, en la época de Bach, se considerase un instrumento muy vulgar; y que desde luego no merecía que se escribieran solos para él. (Ya oigo sus comentarios: «¡Jo, jo, jo! Esperad y veréis, esperad y veréis».)
Hablando en serio, hay un aire de misterio en estas seis suites para violonchelo, entre otras razones porque el manuscrito original se perdió hace mucho. Durante siglos permanecieron en la oscuridad y por lo general se daba por sentado que eran estudios didácticos y no solos completos.
Que estén firmemente instalados en el repertorio actual se debe a una de esas grandes casualidades que se dan en la historia, uno de esos momentos de
«¿Y si…?» imposibles de imaginar. En 1890, el violonchelista español Pablo Casals, de trece años, paseaba con su padre cerca del puerto de Barcelona. Entraron en una chamarilería a curiosear y el joven músico encontró casualmente una edición de las suites preparada en el siglo XIX por un individuo llamado Grützmacher. Intrigado, la compró, se la llevó a su casa, empezó a interpretarla y el resto, como suele decirse, es historia.
Cada una de las suites tiene su propia personalidad, su propia historia, su propia alternancia de momentos de belleza estupefaciente y de momentos de francachela. Habría podido elegir cualquier movimiento, pero he decidido empezar por el principio, por la primera pieza de la primera suite, con la ferviente esperanza de que en algún momento, quizás hoy, tal vez otro día, encuentren tiempo para escuchar las seis suites completas, para que las introduzcan en su vida y enriquezcan su actividad cotidiana.
Clemency Burton-Hill
Exelente aporte y muy agradecido porque no solo de rock vive el hijo del hombre. Siempre es grato que vayas descubriendo que hay cosas grandiosas o diminutas que hacen que te sientas como marinero que descubre nuevas rutas.
ReplyDeleteExacto Descubrir es la Idea
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