8
de Marzo
Oh,
dulce tesoro mío, Sesto libro di madrigali
Carlo
Gesualdo (1566-1613)
Cuando hablamos de un laudista y compositor del Renacimiento tardío que produjo sobre todo madrigales vocales y puso música a textos sagrados
no es habitual
que lo califiquemos de «borde incorregible». Pero así es como Alex Ross,
prestigioso crítico musical del New Yorker, califica a Carlo Gesualdo,
y nunca he encontrado mejor descripción.
Para bien o para mal, la música
clásica tiene fama de ser aburrida;
y sus practicantes reputación de cortesanos bien educados que se dedican, por ejemplo,
al contrapunto y la armonía.
Gesualdo, que nació este día, pulveriza
este cliché.
Era maníaco-depresivo, mató a su esposa y a su amante (a los que sorprendió cometiendo adulterio), y su comportamiento general dio lugar a una leyenda en que se habló de filicidios, tratos con brujas y relaciones sadomasoquistas con jóvenes sirvientes, por uno de los cuales fue asesinado.
Pero además escribió esta música enloquecedoramente hermosa. Gesualdo tenía una inventiva impresionante, casi diabólica. Sus desquiciantes armonías son reveladoras.
No es de extrañar que Stravinsky y Schönberg lo citaran como modelo de sus propias innovaciones radicales. Stravinsky, que dijo que Gesualdo era «uno de los creadores más personales que ha habido en mi arte», reelaboró a mano en 1960 por lo menos una docena de madrigales que incluyó en su Monumentum pro Gesualdo di Venosa, que posteriormente fue transformado en ballet por el coreógrafo George Balanchine.
La suya es una música cuyas terminaciones nerviosas a veces se acercan turbadoramente a la superficie. Les estoy haciendo una proposición amable, pero si tienen estómago para la aventura, aquí hay todo un mundo que descubrir.
Clemency
Burton-Hill
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