Hemos oído muchos nocturnos en lo que llevamos de año, desde el de John Field, padrino dieciochesco del género (17 de marzo), y el de su reinventora actual Dobrinka Tabakova (17 de julio), hasta el de Maria Szymanowska (25 de julio), antecesora polaca de Chopin, y el muy inquietante de los islandeses de nuestros días Ólafur Arnalds y Alice Sara Ott (9 de agosto).
En cierto modo todos desembocan en este, porque Chopin, más que ningún otro, toma la materia prima del nocturno —una melodía líquida de estilo bel canto que corre con naturalidad con la mano izquierda, y ritmos entrecortados y dramáticos con la derecha— y la transmuta con su singular genio musical en miniaturas que contienen legiones. Líricamente suntuoso e hiperromántico en la superficie, encontrarán sin embargo que hay tinieblas en sus profundidades. «Pistolas escondidas entre flores», así lo describió Robert Schumann.
Hay veintiuna bellezas entre las que elegir. He seleccionado una de mis favoritas (con una metafórica pistola editorial en mi cabeza), pero si necesitan un poco de alimento espiritual, busquen un álbum con los Nocturnos completos de Chopin y óiganlos uno por uno para que cada uno haga efectiva su magia.
Clemency Burton-Hill
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