Tenía diez años cuando a mi casa llegó un televisor. Guillermo, un técnico instalado en Villa Crespo, en la calle Villarroel, comenzó a fabricarlos a precios económicos y así el barrio se modernizó. Un benefactor villacrespense. Se pagaba en cuotas y no había recibo, el documento era la palabra. Cuando empecé a seguir programas infantiles ya no era tan chico, entonces sentía que no me hablaban a mí. No entendía las pesadas insistencias de los conductores/as que me preguntaban a cada rato si tal cosa me gustaba, si tal otra era fea, y si respondía exigían que elevara el volumen de mi voz, creo que eran sordos, por ahí esa era una condición para conducir un programa de esos. Me hablaban con un tono muy distinto a la maestra de la escuela, o en el barrio, como suponiendo que yo era un boludo o que estaba estudiando para serlo.
Pasé mi infancia escuchando música para grandes o para jóvenes nuevaoleros, me demoré unos años en enterarme de las canciones de la Walsh. Un día leyendo un diario vi una nota, allí alguien decía: “Manuelita” es una canción infantil, etc, etc. Tardé pocos días en pensar que no era tan infantil; al tiempo, lo comprobé. Con los años caí en la cuenta de que no se la puede definir, se mete en varios géneros, sobre todo en el romántico, quizás sea una de las más grandes canciones de amor que se escribió en nuestro país.
“Manuelita vivía en Pehuajó, pero un día se marchó, nadie supo bien por qué, a París ella se fue, un poquito caminando, y otro poquitito a pie…” Hace unos cuantos años tuve la suerte de ir a cantar a Pehuajó, cuando me hablaron de eso lo primero en que pensé fue en la tortuga. Imaginé caminar por ahí, esas calles que la vieron llorar por un amor no correspondido, desde donde ella se sintió vieja para enamorar, pobrecita, se asustó tanto que pensó en imitar a los tilingos e irse a Europa a buscar la solución. Allí en Pehuajó una tarde me detuve un rato frente al monumento a Manuelita. Unas voces lugareñas me hablaban alrededor diciendo que no les gustaba, acusaban errores, que tendrían que haber contratado a otro para diseñarlo. Para mí era una maravilla, la miraba como al Gigante de Rodas, ya el hecho de ser un monumento a una de las más grandes historias nuestras, de una ficción hermosísima, me parecía emocionante.
Cuántas veces la vida me vio ir un poquito caminando y otro poquitito a pie, uno nunca va a la velocidad que desea, también es como Manuelita. Debo ser medio hermano de ella, creo que salimos de la misma casa. Y de amores no correspondidos mejor no hablar, por eso trabajamos de escribir canciones.
Siempre me eriza la piel el ingreso al segundo acorde en esta armonía. Sale de la tónica y va al 6to grado, pero no lo hace menor como indica el manual, va a mayor, a veces va a Mayor Séptima, una genial idea melódica de María Elena. Arranca cantando “Manuelita», pero fijensé lo hermoso que hace con la voz cuando dice “vivía”, carga la palabra de melancolía; cuando llega a “en Pehuajó” ya logró estremecernos, y entonces las lágrimas buenas irán llegando una detrás de otra, y si no recuerden cuando se lo cantaron a hijas, hijos, sobrinos/as, en medio de un arroyo de emociones, creo que ese es uno de los mejores momentos que la vida nos supo regalar. Tuve que ir al diccionario para develar la palabra “malaquita”, nunca la había escuchado.
“Manuelita una vez se enamoró, de un tortugo que pasó, dijo: ¿qué podré yo hacer?, vieja no me va a querer, en Europa y con paciencia, me podrán embellecer…” Claro, París era por esos años dueña de las mejores tiendas de belleza y María Elena fue una adelantada, quién mejor que ella para detectar la soledad de las diversidades, y una tortuga vieja estaba fuera de mercado. Dicen por ahí los profesores de amores capitalistas que el amor solo va a la casa de los jóvenes, así que Manuelita, para salir del ocaso, tendría que mudar su lentitud para, al menos, intentarlo. Qué hermosa esa línea donde dice “Manuelita una vez se enamoró…”, qué belleza saber leer que los animales se enamoran, pobre aquel que no lo sabe y después querrá enamorarse de alguien, ¿podrá? Una historia de amor de dos tortugas es una de las cosas más lindas que conocí, es uno de los romances que más disfruto y que nos da la esperanza de poder llegar. Imágenes que tanto le agradezco a María Elena.
Qué cosa eso de los amoríos no correspondidos, quizás para ello alguien inventó la poesía, de puro consuelo, o para atraer mediante algo infalible, y si no lo atrae la poesía mejor rumbear para otro lado, nos queda esa tranquilidad para seguir creyendo.
Escuché muchas versiones de esta canción, pero creo que ninguna se compara con la original. Acá la voz de María Elena sale con una ternura tan particular, tiene una manera de decir que no es de la música infantil, a veces creo que ella inventó ese género. Hay un vibrato en la voz que más que demostrar técnica pone en claro los sentimientos, eso es novedoso, siempre me sorprendió el modo en que lo hace, es tan intimista. Se habla de sus letras, de su magia, del descubrimiento que hizo de hacer en la canción infantil un mundo para todas las edades. Ni hablar de sus temas para adultos, por así llamarlos, pero a mí siempre su voz me subyuga, hace que las palabras ingresen más rápido y se acomoden en esa piel que la necesitaba. La forma en que canta los estribillos de “Manuelita” me suena tan melancólica, el modo en que vibra ciertas palabras, por ejemplo “dónde vas”, o cuando dice “con tu traje de malaquita”, parece una nostalgia diseñada para chicos, cuando uno supone que la melancolía es algo de los mayores ella reinventa la palabra, nos lleva a pensar que la tortuga es una de las nuestras, que debemos estar atentos a la historia, seguirla con los mejores deseos y aguardar el final se sueña. Ya para la mitad del tema uno está comprometido con la lenta Manuelita y no le pide que se apure, ya espera a su velocidad. Aguarda ese regreso triunfal y los imagina juntos entre los pastos de Pehuajó, mordiendo una lechuga que les regale alguien sabio en amores lentos, que suelen ser los mejores.
Mi hija Malena nació en 1997. Cuando parecía que ella ni siquiera se daba cuenta, yo ya le cantaba “Manuelita”. Un día leí en el diario que iban a filmar un película basada en la canción y fui feliz. Rogaba que vayan a la velocidad de la tortuga así la estrenaban cuando Malena ya pudiera ir al cine. Eso ocurrió en el invierno de 1999 y Malena ya tenía un año y medio. Llegó el estreno y fuimos a un cine en Lanús que ya no existe. Estaba nervioso porque no sabía como ella iba a reaccionar cuando se apaguen las luces del cine y solo quede la pantalla encendida.
Sucedió, la miré y estaba expectante. Comenzaron las escenas y la emoción andaba por ahí, todos los padres y madres éramos igualados por la misma sensación, nos había convocado una hermosa canción que conocíamos bien. Las sonrisas, los ahogos de llanto sonriente, hicieron el resto. Tantas veces soñamos con llevar a nuestra hija o hijo a ver una película que narre el romance de Manuelita y su tortugo. Se notaban los sentimientos en todos, brillaban, competían con los colores de la pantalla, nos mirábamos unos a otros, éramos aliados en una aventura atemporal.
Tiempo después fue elegida para competir por el Oscar a la mejor película extranjera, pero esa Academia suele premiar estupideces y maldades fabricadas a pedido del Pentágono, de eso trabajan. El film fue visto por más de dos millones de personas amantes de la canción, gente sensible que quizás con los años imitó con sus sentimientos a las tortugas. Qué lindo sería que nuestras emotividades se vayan despacito, que el caparazón sea fuerte y no permita el ingreso de las penas, que los amores que generamos naden lento sabiendo que alguien nos espera en Pehuajó, o en cualquier lado, ya no importa, pero que nos espere. Si al final todos rodamos por la vida buscando una tortuga que siempre vuelva, todas sueñan con un tortugo que las espere con unos cuantos pedacitos de lechuga para compartir.
Jorge Garacotche - Músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y Presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires).
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