Si el poder es la capacidad de un líder de inducir o, en un extremo, imponer pautas de comportamiento en una población, el poder democrático supedita esa influencia al uso de la palabra. Así, la política democrática es eminentemente narrativa y persuasión, por lo que resultará más o menos eficaz en la medida en que sea percibida en la base como adecuada o como desacoplada de los hechos. Algo de esto empezó a cambiar con el golpazo que sufrió el DNU 70/2023 en el Senado.
Esta crisis narrativa es relevante cuando el plan oficial –más que un programa económico, una restauración de la Argentina a versión de fábrica– encuentra una meseta en materia de inflación y problemas perceptibles para instaurar un proceso de crecimiento de largo plazo.
Es natural que el humor social comience a reflejar la distancia entre lo que se dice y lo que efectivamente se hace. La última encuesta de Zubán, Córdoba y Asociados entrega claves interesantes al respecto.
De libertades… y libertades…
El Presidente deploró esa votación de la Cámara alta en una entrevista que brindó el último viernes por entender que ese decreto de necesidad y urgencia solamente apuntaba a «darles más libertad a los argentinos».
Vigente mientras la Cámara de Diputados no diga lo contrario, el mismo, como se recuerda, reforma cientos de normas, mete mano en la legislación laboral –desde cálculos indemnizatorios hasta limitaciones del derecho de huelga y de sindicalización– y desregula drásticamente precios como los de los alquileres, los combustibles y la educación y la medicina privadas, esta última en una dimensión enorme. Lo dicho: para los sectores con capacidad de lobby, la libertad de mercado es irrestricta; para los individuos de a pie, la libertad se limita a empobrecerse en tiempo récord.
En la mencionada entrevista, se le preguntó al jefe de Estado si era cierto que la Secretaría de Trabajo evita homologar acuerdos paritarios por encima de techos fijados por su gobierno. Vale la pena transcribir su respuesta textual, con sus conocidas muletillas incluidas, para ilustrar el modo en que el relato de la libertad hace agua ante la realidad de la gestión. Milei contestó: «Bueno, digamos, yo no estoy al tanto, digamos, de cómo está esa negociación. Digo, tendría que preguntarlo. O sea, se imaginará que tengo que ocuparme de un montón de temas, de un montón de ministerios y, digamos, algunos detalles del caso puntual tendría que estar preguntándolos».
¿Entonces? Entonces la promesa de las paritarias libres dentro de una economía libre resulta falsa y sí hay techo para los salarios –14% este mes, 9% el que viene–, lo que elimina cualquier posibilidad de recomposición y echa nafta al fuego de la tirria con la CGT. La libertad para los de abajo es vigilada.
Cabe mencionar que la administración de ultraderecha logró en apenas un trimestre la «hazaña» que a Mauricio Macri le llevó cuatro años: derrumbar los salarios formales –de los informales, mejor no hablar– un 20%, lo que ubica ya al sueldo promedio por debajo de la línea de pobreza.
Argentina y el ómnibus de los libres
Como se ha dicho y repetido en este medio, la licuación de los salarios es una parte importante del Caputazo y del superávit fiscal financiero reeditado en febrero en base a una contabilidad cada vez más creativa. Ese adjetivo, «importante», muta en «fundamental» cuando se trata de las jubilaciones, que aportaron un tercio del total del ajuste. También en este punto empalidece la narrativa paleolibertaria.
Así como el DNU, supuestamente, era una fuente de libertad, también lo sería el proyecto de ley ómnibus, cuya suerte parece depender de las negociaciones en curso con las bancadas dialoguistas sobre movilidad jubilatoria e impuesto a las Ganancias.
Si el Gobierno realmente deseara, como dice el Presidente, que los jubilados dejen de perder, lo mejor que podría hacer ahora que cree que la inflación va a bajar es mantener la fórmula vigente. Como se sabe, esta atrasa los haberes cuando el IPC sube, pero los recupera –debido al rezago del cálculo– cuando se morigera.
No será así porque lo que se persigue es consolidar la poda inicial provocada por el fogonazo de la megadevaluación de diciembre. Es por eso que Milei y Luis Toto Caputo aceptan que los haberes se indexen hacia adelante, pero rechazan una compensación retroactiva a enero.
El nuevo borrador de la fórmula oficial establece una actualización desde abril según la inflación dos meses anterior, mientras que limita al 10% la compensación por lo perdido. Mientras, de acuerdo con el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), apenas para no perder, las jubilaciones deberían aumentar 41% el próximo mes. La distancia entre aquello y esto es el aporte –no precisamente libre– que se le obliga a realizar a ese sector golpeado al Caputazo.
Como se concilia semejante pretensión con la libertad irrestricta para los formadores de precios –de medicamentos, por caso– es un verdadero misterio.
Javier Milei y la crisis de la adolescencia
El mayor problema de los esfuerzos no es que resulten inequitativos, sino que sean inútiles.
Como anticipó Letra P y detalló Alfredo Zaiat en Página|12, los papeles del discurso de la libertad de mercado se mezclan como los de La bella y graciosa moza… de Johann Sebastian Mastropiero. Por eso, ante un repunte inquietante de los precios, el ministro de Economía citó a los supermercadistas para cuestionarles sus promociones «2×1» y sus remarcaciones, mientras que, a sugerencia de estos –que si no hacen negocios, hacen negociones–, habilitó la entrega de divisas para importar 22 ítems de la canasta básica. ¿Llegarán estos más baratos a las góndolas o apenas alimentarán más los márgenes de las grandes superficies?
Es curiosa la apelación desesperada al poder del Estado cuando todo lo que se ha intentado es hacharlo, pero así de grande es la distancia entre la ensoñación del anarcocapitalismo y la realidad de mercados que están a años luz de ser perfectos.
Por si esas muestras gratis de intervencionismo y heterodoxia –vade retro– no fueran suficientes, Caputo pateó para más adelante el aumento del 36,6% de los boletos de trenes y colectivos previsto para el mes que viene y un tarifazo enorme del gas. La narrativa sí se mancha.
Más de fondo es el problema del crecimiento, que tendría que ser muy fuerte y sostenido en el tiempo para que dentro de varias décadas seamos, a gusto del Presidente, como Irlanda o Alemania.
Prensa y consultoras económicas comienzan a advertir algo que Letra P te dijo antes: no hay condiciones para un rebote fuerte y, a la vez, duradero de la actividad.
Milei dice que la salida de esta recesión será en forma de V, los analistas –incluso los afines a él– hablan ahora de una U y los pesimistas temen una L. Si te fijás en el dibujo de esas letras, vas a notar que esa es la secuencia que va de la esperanza al desencanto en el alfabeto de las economías a las que ajustes desaprensivos les revientan el motor del consumo. Sin embargo, como se dijo en su momento, la base de cálculo muy baja de la sequía del año pasado puede arrojar en el segundo semestre un rebote técnico, lo que asemejaría la forma de la economía que viene a la de una raíz cuadrada invertida, en la que el rebote de gato muerto preludia una tendencia de largo plazo más bien plana para el PBI.
En este punto, sensible para las expectativas sociales y políticas, así como para el empleo y el salario, también hace agua la narrativa oficial.
Palabras que son balas
El diputado José Luis Espert aprovecha como nadie las zonas grises del reglamento de la democracia, lo que hace que, aun en la amplia avenida de la ultraderecha, por momentos no se sepa si lo suyo es derechismo radical o mero extremismo antisistema.
A sus permanentes pedidos de «bala» para gente que él presume que comete ilícitos o que simplemente defiende ideas de izquierda –algo que algún fiscal con ganas de trabajar podría considerar apología del delito–, suma ahora el llamado a una rebelión fiscal en la provincia de Buenos Aires.
Gobernador de una provincia desfinanciada de modo crónico por una ley de Coparticipación abusiva y de modo agudo por el ajuste en curso, Axel Kicillof dispuso aumentos muy fuertes de las patentes y los impuestos inmobiliarios urbano y rural. Puede no gustar, claro, pero la alternativa sería un abandono de situaciones sociales delicadas y un estallido que, de seguro, no afectaría sólo al poder de La Plata.
Milei coincidió con Espert en que esos impuestos –incluso en que todos los impuestos– son confiscatorios, principio que, al parecer, no extienden a las jubilaciones y los salarios licuados de modo adrede desde el Estado.
Así, insólitamente, el Presidente se sumó a un llamamiento a la rebelión fiscal que podría constituir una violación del artículo 230 del Código Penal, así como una movida destituyente contra una autoridad elegida por el voto popular. Incluso anoche, habiendo tenido tiempo para pensar, insistió en su apoyo delictivo a la revuelta en una de sus columnas bisemanales en La Nación +. El gobernador le respondió este lunes: «Es gravísimo que un presidente llame a incumplir la ley».
Si eso es grave y en otro contexto político sobraría para sustanciar un pedido de juicio político, también lo es el doble discurso que entraña. Ni bien llegó al gobierno, Milei revirtió los reintegros del IVA para bienes de primera necesidad –es decir que subió ese impuesto–, aumentó y generalizó el PAIS a las importaciones y gastos con tarjeta en el exterior y actualizó el gravamen a los combustibles. Por si eso fuera poco, ahora insiste en revertir su voto como diputado y restablecer, para compensar a las provincias, el gravamen a las Ganancias sobre los salarios más altos, los que, en la Argentina que se está moldeando, son los superiores a los 1.250.000 pesos, cifra exigua que, para peor, incluiría horas extras, vales de comida y otros beneficios. ¿Más? Claro: la licuación feroz de la que no deja de hablarse no es más que abuso del llamado «impuesto inflacionario».
Ante todo esto, que empobrece a jubilados y trabajadores, ¿cómo tomaría Milei un llamamiento a una rebelión fiscal o un paro por tiempo indeterminado contra estas decisiones suyas? Mejor no dar ideas.
La libertad arde en tu corazón. ¿No la sentís?
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