En algún punto la muerte de Damián Marino, científico argentino especializado en agrotóxicos y militante solidario con los pueblos fumigados, se parece a la de su colega Andrés Carrasco, hace ya casi una década: llegó un momento en que el agobio, las dificultades, las presiones pudieron más y el cuerpo no aguantó.
Por Daniel Gatti
A Marino le habían diagnosticado, unos días antes de su muerte, el 10 de diciembre, un “pico gigante de estrés”.
Tuvo tiempo para comentar: “¿Y cómo no voy a tener un pico de estrés? Tengo equipamiento comprado a un dólar oficial que va a llegar el 12 (de diciembre) y no voy a poder retirar de la Aduana por la devaluación que hará Milei. Cuando ves caer los planes bianuales de proyectos a pedazos y, lo peor y más conmovedor de todo, cuando becarios y pasantes brillantes con los que uno trabaja vienen a preguntarte si sus becas continúan o cómo sigue su futuro”.
Todo de los proyectos del nuevo presidente argentino le preocupaba. Todo. Pero especialmente su anuncio de un desmantelamiento de instituciones como el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (Conicet).
Desde el Conicet, del que formaba parte, desde la universidad pública, este licenciado en química y doctor en Ciencias Exactas nacido en La Plata 46 años atrás, investigaba “con un fin: poner el conocimiento al servicio de la gente”, según no se cansaba de repetir.
En su cuenta de la red social X, la ex Twitter, se presentaba así: “trabajando de manera colectiva para que la ciencia acompañe a los pueblos”.
Lo hacía, y aprovechaba sus conocimientos y su acceso a medios de investigación de alto nivel para ayudar, con datos, pruebas, informes, a los miles de argentinos que en los últimos años se han animado a denunciar las consecuencias que para su salud, su vida en general, han tenido y tienen las fumigaciones con agrotóxicos.
La soledad del científico de fondo
En la academia se movía en relativa soledad, porque no muchos colegas lo acompañaban, pero “él se salía de la academia”, cuenta una nota del 11 de diciembre de la publicación Tiempo Argentino.
En una entrevista con ese medio de fines de 2019, relató que “el punto de partida de su camino acompañando las luchas de los pueblos fumigados” fue el día en que una joven lo fue a ver a su laboratorio con su bebé en brazos y en una mano una botellita de plástico con una muestra de una sustancia que estaban fumigando en una canchita de fútbol donde jugaban los niños de un barrio de las afueras de La Plata.
Quienes aplicaban esa sustancia querían cultivar soja. “Con toda la ortodoxia” con la que se manejaba hasta ese momento, Marino le dijo a la joven que no podía analizar de inmediato el contenido del frasquito, que tenía que pedir permisos y que eso tenía un costo, pero en determinado momento de la charla se sintió “un estúpido” insensible y aceptó analizar la muestra.
El frasquito contenía “una mezcla espantosa de glifosato y clorimuron”. Marino le dijo a la muchacha que hiciera la denuncia y él tomó conciencia de la importancia que el tema tenía.
Desde entonces —fue hace más de una década— participó prácticamente en todos los juicios llevados a cabo contra productores y empresas por aplicaciones indiscriminadas de agrotóxicos.
En la academia se movía en relativa soledad, porque no muchos colegas lo acompañaban, pero “él se salía de la academia”, cuenta una nota del 11 de diciembre de la publicación Tiempo Argentino.
En una entrevista con ese medio de fines de 2019, relató que “el punto de partida de su camino acompañando las luchas de los pueblos fumigados” fue el día en que una joven lo fue a ver a su laboratorio con su bebé en brazos y en una mano una botellita de plástico con una muestra de una sustancia que estaban fumigando en una canchita de fútbol donde jugaban los niños de un barrio de las afueras de La Plata.
Quienes aplicaban esa sustancia querían cultivar soja. “Con toda la ortodoxia” con la que se manejaba hasta ese momento, Marino le dijo a la joven que no podía analizar de inmediato el contenido del frasquito, que tenía que pedir permisos y que eso tenía un costo, pero en determinado momento de la charla se sintió “un estúpido” insensible y aceptó analizar la muestra.
El frasquito contenía “una mezcla espantosa de glifosato y clorimuron”. Marino le dijo a la muchacha que hiciera la denuncia y él tomó conciencia de la importancia que el tema tenía.
Desde entonces —fue hace más de una década— participó prácticamente en todos los juicios llevados a cabo contra productores y empresas por aplicaciones indiscriminadas de agrotóxicos.
Recorrer las calles
El año pasado escribió: “Hay que pensar políticas de Estado que partan discutiendo el volumen de uso de plaguicidas, el manejo del suelo y cambiar el Código Alimentario en lo referente al agua de consumo y luego rediseñar las tecnologías de provisión de agua. Lo demás, es parche”.
¿Políticas de Estado? Al Estado, Milei querría verlo desaparecer, no en función de teorías auténticamente libertarias (anarquistas) sino por su convicción de neoliberal extremo de que “todo debe ser regulado por el mercado”, según martilla en sus discursos.
Por lo pronto, en los dos días que lleva en el poder ya degradó a un tercerísimo plano al Ministerio de Medio Ambiente, que pasará a ser una subsecretaría, y a la
de Agricultura y Ganadería, cuya conducción será asumida por representantes de los pools de siembra, a quienes en principio esa dependencia debía controlar.
Marino veía con satisfacción el nivel de organización que estaban alcanzando los pueblos fumigados, la red de apoyos que habían sido capaces de conseguir, y se sentía optimista respecto a las posibilidades que tenían de oponerse a la concreción de los planes del gobierno de Javier Milei, “un ariete de los grandes empresarios”.
No pudo verlo. Lo mató el estrés.
Uno de sus grandes antecesores, Andrés Carrasco, un biólogo de renombre que llegó a ser presidente del Conicet, murió en 2014 de un cáncer que contrajo tras un acoso de años, en la academia y fuera de ella, por haberse convertido en portaestandarte de la lucha contra el modelo agrícola, la denuncia de los agrotóxicos y la solidaridad con los fumigados, en Argentina y en toda América Latina.
Wikileaks reveló en su momento que a Carrasco la embajada estadounidense en Argentina lo había investigado por sus estudios sobre el glifosato.
Funcionarios de la transnacional Monsanto, fabricantes de ese agrotóxico, fueron acusados de haberlo hostigado hasta lo indecible y de haber participado de ataques a su laboratorio.
Cuando Carrasco murió recibió homenajes de asociaciones vinculadas a los pueblos fumigados. Lo mismo sucedió ahora con Marino.
Cabeza dura
“De tu ciencia, de tu cabeza dura y de tu compromiso supimos que hasta las toallitas femeninas, los tampones y algodones tenían tóxicos. Viniste a compartir esa investigación terrible por los datos que arrojaba a los ateneos del Hospital Garrahan, pero aunque fuera terrible y debería haber sido un escándalo, a nadie se le movió un pelo”, dijo en su despedida su amiga Meche Méndez, licenciada de Enfermería en el Hospital Garrahan.
Y agregó: “Que en tu nombre sigamos luchando por un mundo más justo, donde prime la salud y la vida como vos militaste, no sólo desde la academia, sino desde y junto a las comunidades afectadas”.
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