Tal vez parezca un poco irreverente decir que el imponente J.S. Bach era una especie de colutorio (enjuage bucal), pero entre los muchos papeles que he atribuido a su música con los años (compañera de viajes, consoladora de tristezas, educadora infantil, etc.), el de orientadora de la vida y el de aclaradora de ideas figuran entre los principales.
Cada vez que se esta atascado, cada vez se quiera calmarse, cada vez que se necesita lo que supongo que es el equivalente musical del yoga o la meditación, se puede recurrir a esta música, se somete, se quedo quieto y se recupera. (Sobra decir, supongo, que la música de Bach también compensa actitudes más activas, si es ese el estado de ánimo del oyente.)
Toda esta partita, escrita, según se cree, como ejercicio de teclado, aunque es muchísimas otras cosas, es una obra sobresaliente. Elegir un movimiento favorito es como decir qué hijo preferimos: algo imposible. Al final me decanté por el segundo movimiento, aunque la obra entera dura unos diez minutos. Si pueden, háganse un favor: sigan oyendo, a ver qué ocurre.
Clemency Burton-Hill
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