La música de laúd del Renacimiento me va un montón y lo digo en serio. Sé que suena a pose, pero si no me creen, pregúntenle a Sting, que en 2006 lanzó un álbum, Songs from the Labyrinth, que era toda una carta de amor a la música de Dowland.
Puede que hoy sea bastante desconocido, pero en su época fue muy famoso. Estupendamente pagado para ser músico de corte, fue en cierto modo una fábrica unipersonal de éxitos que compuso docenas de lo que hoy llamaríamos canciones populares: baladas pegadizas sobre amor, desengaños y cosas por el estilo.
Pero donde encuentro la verdadera magia de Dowland es en su música para laúd sin texto cantado: destila una claridad meditativa que busco cuando estoy rendida, o quiero concentrarme, o necesito con urgencia un respiro mental. Y es que es realmente hermosa. En época de Dowland se publicó una antología de poemas titulada El peregrino apasionado (1598), en la que un poema dice: «Dowland, cuyo toque celestial arrebata por medio del laúd los sentidos humanos». Aunque durante mucho tiempo se ha atribuido toda la antología a Shakespeare (era el autor que figuraba en la portada), parece que este poema es de Richard Barnfield.
(Por cierto, una gallarda era un género de danza instrumental que hizo furor en los tiempos de Isabel I de Inglaterra. Nadie parece saber por qué esta gallarda se llamaba «de la rana», aunque se ha sugerido que tal vez tuvo algo que ver con un pretendiente francés de la mencionada reina, el duque d’Alençon, al que ella llamaba «mi rana». No quiero decir más.)
Clemency Burton-Hill
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