Janáček depositó grandísimas esperanzas en esta electrizante minisinfonía que escribió para un festival «gimnástico» local, vinculado con un movimiento nacional paneslavo llamado Sokół que promovía una «mente sana en un cuerpo sano» y celebraba la independencia nacional aunando juventud, deporte y festivales (sokoł significa «halcón» en checo).
Esta pieza, estrenada este día de 1926 en Praga, estuvo dedicada al ejército checoslovaco. Cercano ya el final de su vida —murió dos años después—, el compositor le insufló brío y fuerza desde la vistosa fanfarria inicial. Janáček dijo que quería que expresara «al hombre libre actual, su belleza y gozo espirituales, su fuerza, su valor y su determinación para luchar por la victoria» y la orquestó en consecuencia. La obra exige fuerzas instrumentales épicas, con veinticinco metales, una cantidad inusual en las ejecuciones orquestales.
Es probable que el mismo compositor se hubiera quedado sin habla si hubiera sabido que la sinfonietta es hoy una de las pocas obras que han salido de la burbuja clásica y han pasado a la corriente del consumo general, gracias, por ejemplo, al grupo de «rock progresivo» Emerson, Lake and Palmer, que la utilizó para su canción «Knife edge», de 1970. En fecha más reciente, el novelista japonés Haruki Murakami se remitió a ella continuamente en su trilogía distópica 1Q84 y las ventas de la obra de Janáček se dispararon en Japón.
Clemency Burton-Hill
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