Estoy firmemente convencido de que la música es música.
Esto parece una perogrullada, pero lo que quiero decir es que así como todos los seres humanos están hechos con las mismas células básicas, lo mismo sucede con todas las obras musicales, pasadas, presentes y futuras.
Vale la pena señalarlo porque la gente piensa a menudo que la música llamada «clásica» es «otra cosa»; algo distinto de la música que gusta a estas personas; algo que necesita «conocerse» previamente para poder disfrutarse. Pues no es así, ya que toda la música viene de la misma fuente.
Y cuando encuentro por casualidad una pieza como la presente, esta pequeña y fascinante maravilla de los primeros años del siglo XVII, me pongo más contenta que unas pascuas, pues en ella percibo muchas cosas que aparecerán en siglos posteriores en muchos géneros musicales. Es como un guiño que nos hace Kapsberger —compositor desconocido fuera de los reducidos círculos especializados en laúdes— desde la otra orilla de los siglos y que me recuerda lo estrechamente conectados que estamos todos,lo sepamos o no.
Es una pieza ingeniosa: se denomina «tocata» (toccata es italiano) para que el intérprete entienda que puede tocarla aprisa y jugar con el ritmo y el tempo; y es «arpeggiata» porque debe tocarse punteando un instrumento de cuerda (como el arpa, de aquí lo de «arpeggiata»). Kapsberger escribe una sencilla serie de arpegios (acordes punteados) alrededor de los cuales el intérprete puede improvisar: y son los mismos que podríamos encontrar en una canción de los Beatles, del grupo indie Divine Comedy, de Adele…
Clemency Burton-Hill
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