Cristian es periodista del diario Página 12, en la sección cultural, y es uno de los que se ha cargado al hombro ser vocero de la enorme problemática de la que es víctima la gente que trabaja en la cultura, en especial, músicas y músicos, en este amplificador llamado pandemia.
Cristian es un historiador de Gerli y esto no es un dato menor. Al sur del Gran Buenos Aires, aún, es más cruda la impronta orillera. No están los prejuicios porteños, ni provincianos, tampoco, los guiños a los cuales hay que acudir en ambos lugares. Allí, el mapa se ha recortado solo y, desde adentro, da la impresión de que todo se mira distinto. Uno ve su larguísima cabellera y piensa más en un cultor de Pappo´s Blues que en un historiador, pero, eso también es el Gran Buenos Aires. Estoy seguro de que, ya en las primeras páginas del libro, los vientos de Gerli atraviesan el relato. No aparece lo academicista, con toda su lejanía, ni cierto chauvinismo obligado. Acá hay una pluma politizada, que mira desde los trenes, desde las vidas agitadas, pero, a un ritmo propio.
En un notable prólogo, Hernán Brienza, siempre, tan claro y brillante, nos deja algunos comentarios para reflexionar: “El mitrismo sabía que había que extirpar la barbarie federal, por eso, diseñó una ‘historia’ acorde a sus necesidades políticas. Para llevar adelante ese propósito debían vencer militarmente. Pero, por sobre todas las cosas, debían imponer su hegemonía cultural; y eso se lograba escribiendo el pasado, borrando, extirpando de los acontecimientos el furgón de los derrotados. La Historia la ganan los que escriben. Por eso, los pobres, los indios, las mujeres, los federales e, incluso, los peronistas han sido, durante siglo y medio, los extranjeros de la Historia argentina”.
Y Encarnación ha sido una de las grandes olvidadas. Su condición de mujer, de federal, su compromiso con los pobres, con los negros, su deseo de ser “la caudilla”, junto a Rosas, le ha valido esa sistemática negación. Y es un gran mérito de Cristian salir al cruce de ese olvido planificado. Mediante esta investigación tan compleja, porque, los datos eran muy pocos y ese ninguneo funcionó perfectamente: tuvo que recurrir a cartas de Encarnación, a diarios de la época y a los pocos autores que hicieron referencia a tamaña figura, nada menos que “La heroína de la Federación”.
Este libro da cuenta de esa exploración obsesiva, de ese compromiso que, jamás, se ha perdido por la línea Nacional y Popular. A través de estas páginas, se busca y se encuentra a un personaje femenino que luchó denodadamente contra el mundo patriarcal. Y nos toca leerlo en una época en donde los violines del feminismo no cesan de acariciar nuestras almas. Por eso, quizá, este libro tenga un plus que lo hace necesario.
“En los años 60, yo era un pibe de clase baja, vivía en uno de los tantos conventillos de Villa Crespo y mi viejo era un obrero maderero que trabajaba en una fábrica hasta las 15 horas. Luego, llegaba a casa y seguía en su taller particular, soñando con la independencia. Por las noches cenábamos acompañados por la radio, no teníamos televisor, porque todavía no era tan accesible su precio. Entonces, mi viejo no tenía mejor idea que animar la sobremesa leyéndonos, en voz alta, capítulos de Vida y obra de Juan Manuel de Rosas, de Manuel Gálvez; algunos números de la reciente revista de Félix Luna Todo es Historia; o pequeños textos de Pepe Rosa. Un lujo. De esa manera nace mi pasión por la entretenida Historia Argentina, sus personajes magnéticos, sus luchas encarnizadas e interminables y ese debate constante por intentar descifrar los relatos de un pueblo. Y allí estaban los federales, tan parecidos a nosotros y tan lejos del mármol, que jamás aparecían en los cuadros colgados en las escuelas, ni en los nombres de las calles. Cada dos por tres, había un Golpe de Estado y mi viejo, una vez, me dijo: ‘para entender nuestra Historia fíjate quiénes son los patriotas que los militares dejan ver y cuáles son los que esconden’. Si fuera por las contradicciones, habría que dejar las paredes casi vacías. Un viejo pelado, con cara de policía frustrado, miraba, siempre enojado, desde los cuadros. Le pedía a Mitre, en una carta, que no escatime sangre de gauchos, en el Genocidio de Paraguay. Proponía exterminar a los negros, a los gauchos y a los indios, decía que la Argentina terminaba en el Río Colorado y que la Patagonia era chilena, soñaba con un enclave norteamericano en la zona de Formosa. Sin embargo, su retrato seguía ahí y, hasta una vez, me mandaron a Dirección, en un acto, por negarme a cantar su aburrido e hipócrita himno. Estaba Urquiza, que, con un ejército de mercenarios brasileños, uruguayos, un puñado de argentinos y armamento anglo-francés, triunfa en Caseros e impone una Constitución que era una traducción de la yankee. Se veía a Mitre, Alberdi, Roca y otros facinerosos. Y los federales seguían sin aparecer, sólo venían de visita a mi casa. A unas pocas cuadras, estaba la avenida Dorrego, pero, mi viejo decía que Dorrego era uno de los indiscutibles. Todo esto empezaba a desorientarme”.
Cristian Vitale. |
Este libro de Vitale, me llevó, no sólo a leer sobre Encarnación, sino, a revisitar mi vida, mis comienzos como lector. Otro mérito. Gracias a Manuel Puig y su extraordinaria novela El beso de la mujer araña, aprendí que, en los pies de página, se puede descubrir otro libro, como un argumento paralelo que abra caminos. Digo esto, porque, ir descendiendo a los pies de páginas de Vitale nos lleva a esas investigaciones del autor que esclarecen situaciones y épocas, encuentros y rechazos, como si fueran la base de lo que, más arriba, es trabajado con la ayuda de la imaginación, como enseñan los maestros historiadores.
Vitale me contaba: “llamé a un amigo que trabaja en la Biblioteca Nacional, le comenté que iba a escribir sobre Encarnación y me dijo, estás loco, mirá que hay muy poco. Encontré info en Mujeres de la Patria, de un tal Blejer, y algo de Sáenz Quesada, en libros de Manuel Gálvez y Pepe Rosa, diarios de la época, pero, eran sólo comentarios. De donde obtuve más información es de un libro publicado en 1924 con las cartas de Encarnación a Rosas. Allí, estaba el pensamiento comprometido, su acción política. Incluso, me entero, de que, mientras Rosas está en su expedición al desierto, Encarnación recibe, en su casa, a ciertos personajes que resultan ser grandes protagonistas de la Guerra de la Independencia, militantes de la causa federal. Corrobora datos sobre traidores y conspiradores, sobre fieles y seguidores. Entonces, decide transformar su casa en una usina de la acción política federal”.
El autor encuentra parangones con la época actual: “como en tantos casos de la política argentina, esta mujer es ninguneada, acusada de chupandina, de tener una moral laxa, la prensa las castiga duramente y en forma constante, la desprestigia a través de relatos falsos”. La derecha no es novedosa a la hora de lanzar su eterno lavaje de cerebros.
Como tantas veces hemos leído, alguien reconstruye una historia a través de los mensajes escondidos en las cartas. Algo que, seguramente, ni se imaginó quien las escribía, lo cual es más atrapante. A propósito, agrega Vitale: “es Encarnación, a través de sus cartas, la que advierte a Rosas del accionar de los federales cismáticos, que estaban pactando con los unitarios para derrocarlo. Y esto lo descubre, porque concurren a su casa las mujeres que hacen las tareas domésticas en esos hogares y escuchan lo que están tramando. Esa era su estrecha relación con los trabajadores que denuncian a sus patrones. También, descubro sus reuniones con diplomáticos extranjeros y cómo va tejiendo, con su hermana Josefa, la creación de una fuerza de choque que responda a la violencia unitaria, La Mazorca”.
Muchas veces, escuché a gente reivindicar ideales políticos de todos los sectores y justificar el accionar de la policía secreta que sale a custodiar sus proyectos, que mata en nombre de esas iluminadas ideas. Pero, resulta que se rasgaban las vestiduras acusando a La Mazorca y al “tirano Rosas” de salvajes. Y resultó que fueron Encarnación y Josefa (la madre del hijo de Belgrano) las mentoras de dicha orga. Que jamás supimos que perseguía trabajadores o peones rurales, sino, más bien, a traidores, criminales y corruptos, lo cual no legitima la violencia, pero, no le pidamos, siempre, al otro bando que, en un contexto de guerra civil, dispare con armas de fogueo. Otra de las grandes hipocresías con las que hay que lidiar.
En un momento histórico donde la mujer es la protagonista excluyente, viene a hacer justicia la aparición de un libro sobre una caudilla. Una mujer que, cuando murió, provocó el funeral más masivo y sentido que se vivió en nuestro país en el siglo XIX. Tenía apenas 43 años y sus exequias reunieron a una multitud jamás vista y significó un acto político sin precedentes, en un país que, en su imaginario, sólo contaba con hombres. Pero, la máxima prueba de carisma la entregó una mujer.
Rescato una gran reflexión, que vuelca en el prólogo, Hernán Brienza: “La Historia tiene, también, una gran deuda con el amor. Nunca lo narra, nunca lo convoca, no le da existencia. Es como si la Historia, el amor, la política fueran vías paralelas, como si no pudiesen cruzarse, entrelazarse, retroalimentarse, incluso. O, peor, como si los hombres y mujeres no fueran humanos, no pudieran tener sentimientos, pasiones, arrebatos irracionales. Pero, temo que eso sea un síntoma más de cierto conservadurismo de los sectores dominantes argentinos. Es que se sabe: el amor revoluciona y las revoluciones enamoran. La política no se hace solo, se hace en pareja, con la compañera al lado, como después vino a decir el peronismo. Los hombres y mujeres de la línea nacional suelen acompañarse”.
A lo largo de los capítulos, Vitale vuelve sobre la idea del amor, la fidelidad y el compromiso para con una causa política, pero, desde la pareja, siempre, sobrevive un componente afectivo, el asunto no es sólo de uno. Y esa es, para mí, una de las buenas novedades de este trabajo. Humildemente, creo que el autor se para en un lugar original y narra desde una óptica sentimental. Es un historiador quien investiga y relata, pero, a la hora de la transmisión, los cables pasan por el corazón y, entonces, uno se predispone distinto, percibe todo con el hemisferio correspondiente. El libro da razones para que uno tome parte. Notable incentivo.
Leer sobre Historia es distinto. Saltan pasiones desde sectores ocultos o no. Se mueven prejuicios e ideales tejiendo una trama que convoca a más fantasmas de los que habíamos invitado. Y, cuando el debate se da en el terreno de lo decimonónico, todo se torna visceral, casi sangriento.
Una vez, alguien me anotó una frase de Platón: “Los contadores de historias terminan dominando el mundo”. Hagamos popular esa advertencia de Platón, pero, para que ese dominio recaiga sobre los buenos de esta película.
Seguramente, es la Historia el espacio más traumático para los neutrales. Uno los ve maquillarse, elegir el mejor disfraz, recitar frases hechas con un tono cuasi lírico, pero, a la hora de comprar seguiremos recorriendo la feria a la búsqueda de un puesto que venda flores de verdad.
Jorge Garacotche - Músico, compositor, integrante del grupo
Canturbe y miembro de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes de
Buenos Aires).
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