Una de las causas de lo siniestro -según Freud- es la ceguera o la pérdida de los ojos. El poder del gobierno nacional reconoce su condición siniestra que expande sobre la sociedad y por eso mismo, con grosería e insolencia, nos espetan con el “no la ven”. Otro soporte de lo siniestro para Freud es el doble: que puede manifestarse bajo la forma de los gemelos, del sosia o del doppelgänger (doble). La era del celular para todos y todas a cada momento y para siempre es decididamente siniestra, pues las redes antisociales han duplicado la identidad y la Internet aloja una duplicación del mundo. Es la matrix que nos duplica a nosotrxs mismxs. El avatar de SecondLife (un mundo virtual donde cualquiera puede participar con su representación grafica de una persona en ese entorno), por ejemplo, grafica bien esa duplicación y la inteligencia artificial ha duplicado la capacidad de la lengua para descubrir. Además, la computación, la informática, la electrónica -y tu celular- se constituyen sobre la racionalidad de un código binario, sobre una lengua mínima constituida por dos dígitos (0 y 1). El sistema numérico binario es la metáfora de una estructura elemental de pensamiento, comunicación y operatividad de poder. Sobre esa racionalidad mínima se constituyen también las redes antisociales (en las cuales también disponemos de un avatar) que duplican el mundo: no me gusta (0) y me gusta (1). Una estructura elemental de lo siniestro es la dualidad y esa condición coincide con la del fascismo, que es homóloga al código binario de las redes, porque es un movimiento contradictorio, de negación (0) y afirmación (1). Estas cuestiones son inherentes a la propia figura presidencial. Milei elaboró toda su campaña a partir de un dispositivo colosal de duplicación y propaganda, la televisión y las redes sociales, que ubican a ese doble siniestro en nuestro bolsillo o ante nuestros ojos sin que tengamos casi capacidad de decidir sobre la habilitación de esa interacción. Prendo el celular y lo encuentro. En esos fenómenos que empalman redes antisociales y poder político reside una combinación más compleja de los elementos que en general podemos reconocer como merxs usuarixs. La dualidad de lo siniestro, que es la propia dualidad del fascismo, lo vuelve imprevisible y fascinante. En el ámbito del poder del gobierno actual, en cuanto al doble como experiencia de lo siniestro, la encontramos en una actividad representativa en la que lxs participantes usan trajes o accesorios de personajes específicos, que suelen ser de historietas, mangas, el anime, el cine o los videojuegos. Durante la campaña, la diputada Lilia Lemoine se presentaba duplicada por la red o la televisión con un discurso vacuo, pero con el que afirmaba estar disfrazada de diputada. Ese procedimiento siniestro -la duplicación de la duplicación- le resultó efectivo: devino políticamente el personaje del cual se disfrazó. Otro condimento de lo siniestro es la sorpresa ante la novedad, acompañada de inquietud y desasosiego. Lo siniestro implica entonces una cuota de shock. Es el golpe que se recibe cotidianamente, que genera atención y no nos deja indiferentes. La política fascista es siniestra en tanto dual y ese poder imprevisible resulta fascinante porque es sorprendente. Lo siniestro que nos amenaza, que se apodera de nosotrxs, nos sorprende, super-prehendere: agarrar desde arriba. Es por eso que tal vez se nombran como las “fuerzas del cielo”, porque se ejercen de arriba.
El doble, el gemelo, el sosia puede entenderse como unx mismx que se refleja en otro o como unx otrx que ha sido expulsado de sí. El poder que gobierna el Estado ha expulsado al Estado de sí. Ahí tenemos otro efecto siniestro del poder dual del fascismo que nos gobierna. Expulsar al Estado de sí quiere decir varias cosas. Expulsar del Estado a sus trabajadores, con el cierre de Télam, el despido de trabajadores del CONICET, de la TV Pública, la Radio o la Biblioteca Nacional. Esa expulsión significa también la devaluación de las jubilaciones y los salarios, el cierre de programas públicos sensibles, ligados a mujeres y disidencias, a la adolescencia y la niñez, a lxs enfermxs oncológicxs, a la agricultura familiar, a la urbanización de barrios precarios, a las organizaciones culturales, etc. El/la trabajador/a despedida es un sentido laboral afectado, una familia precarizada, una institución vaciada, un rasgo civilizatorio derruido. En la cultura del trabajo laten todos los modos de una civilización. Afectar el trabajo daña la propia civilización. Expulsar al Estado del Estado quiere decir también expulsar las normas que pueden reglamentar la voracidad del mercado. Y el sentido cívico (social) de la comunidad porque ésta va adhiriendo a las reglas del mercado. Un Estado de mercado entraña una sociedad de mercado que equivale a una agregación degradada de individuxs cuyas obligaciones morales y sentido cívico están degradados y borrados. Colonizar la estatalidad con la lógica del mercado convierte al Estado en máquina de tortura para su sociedad: siniestra. Por eso una de las sensaciones que circulan en la conversación pública es el miedo: nos sentimos amenazadxs. La amenaza es la contracara de lo siniestro. La lógica del mercado llevada a la estatalidad deteriora el espíritu solidario y altruista, la generosidad, el deber cívico, la condición social y a la propia sociedad, afecta los lazos que se organizan en torno al don, a la reciprocidad que no espera inmediatamente algo a cambio. Los mercados no fomentan los lazos entre iguales ni pueden, en consecuencia, presentarse como esferas de acción humana en las que prevalece el principio de libertad. No se organizan alrededor del principio de la mutualidad que relaciona a lxs individuxs de tal modo que la libertad de unx sea condición para la de otrx.
Con la expulsión del Estado del Estado, el Estado nacional se ha vuelto una máquina insoportable con un poder aterrador. El Estado, el sostén de la ley, a la que suponemos portadora del bien, ha devenido productor de Mal. Además, han ingresado al Estado sujetxs insolentes y arribistas, exclusivamente en reconocimiento a su capacidad de lanzar ataques groseros contra la política. Actúan como trolls (a veces lo son) y pretenden silenciar los discursos disidentes con repeticiones sin sentido, con acusaciones sin fundamento y gritos de inaudita vulgaridad y agresividad.
Si se acepta que lo siniestro ha copado el Estado, sigue que esa cuestión se resuelve menos en el ámbito del psicoanálisis que en el del poder. ¿Qué hacer ante una compleja institución como el Estado cuándo se vuelve insatisfactoria, cuando su inherente equilibrio (social) se rompe? Ante una crisis social de magnitud -como la que atravesamos- es posible activar la memoria de un fenómeno peculiar: la cuestión del doble poder o de la dualidad de poderes. Lenin reflexionó sobre esta categoría revolucionaria en El poder dual (dvoevlastie, en ruso), texto publicado en el número 28 de Pravda, del 9 (22) de abril de 1917: “Este poder es del mismo tipo que el de la Comuna de París de 1871”. La Comuna encarnó los esfuerzos de los sectores populares para alzarse del subsuelo, de las catacumbas sociales y entrar a la palestra de la política y de la historia (que tenían vedadas). Sobre la misma categoría, pero en nuestra geografía y en nuestra lengua, reflexionó también el Che Guevara en Guerra de guerrilla. En el ámbito de la Comuna, Louise Michel, una revolucionaria anarquista-feminista, también identificó la condición necesaria del dvoevlastie. Sin embargo, el fenómeno de la dualidad de poderes ha sido estudiado escasamente en la tradición revolucionaria. Con su despliegue se disputó la legitimidad y el poder del aparato oficial del Estado en Petrogrado, en Sierra Maestra o en París cuando esa institución se vuelve insatisfactoria. Puesto que la dualidad de poderes implica un momento de desorden, su temporalidad es la de un parpadeo. Se interrumpe con la derrota de la reacción y la afirmación del nuevo proyecto popular que pasa a conducir el Estado.
En febrero de 1917 en la ciudad de Petrogrado se desplegó la revolución de febrero. Ese magno evento, primera fase de la revolución rusa, provocó la abdicación de Nicolás II, el fin de la dinastía Romanov, del imperio ruso y la autocracia. Con la revolución de febrero se formó un gobierno provisional, compuesto por burgueses, liberales y moderados de izquierda. Inicialmente fue encabezado por el príncipe Lvov y luego por Kerenski. Junto con el gobierno provisional emergió una nueva institución, el Soviet, la asamblea de soldados y diputados obreros, relevante especialmente en Moscú y Petrogrado. El Soviet era una organización de masas que reclamó para sí el poder público, tenía capacidad de acción política y administrativa y cuestionaba la existencia misma de un gobierno provisional. Durante ocho meses, de febrero a octubre, Rusia fue gobernada con tensiones crecientes por esos dos poderes. Ocho meses después, los bolcheviques asaltaron el Palacio de invierno y depusieron el gobierno provisional.
Con el doble poder surgen dos centros gubernamentales, expresión visible en la geografía y la arquitectura de Petrogrado: el Palacio de invierno y el instituto Smolny. La sede del gobierno provisional fue el Palacio de invierno, antigua residencia zarista, un edificio suntuoso diseñado por el arquitecto Rastrelli, con una estilística tardobarroca y que hoy forma parte del Museo del Hermitage. El Soviet se reunía en el instituto Smolny, un edificio en estilo palladiano, construido a principio del siglo XIX para alojar el Instituto para Doncellas Nobles. En Diez días que estremecieron al mundo John Reed describe el edificio“como una colmena gigante”, “una dinamo sobrecargada”: “El Soviet de Petrogrado se reunía ininterrumpidamente en Smolny, el centro de la tormenta, con los delegados cayendo dormidos al suelo y levantándose para reincorporarse al debate, Trotsky, Kamenev, Volodarsky hablando seis, ocho, doce horas al día”. Durante ocho meses, entre febrero y octubre de 1917, Rusia fue gobernada desde esos dos edificios. “Desde el momento de su aparición, el Soviet empieza a obrar como poder. Para evitar que sigan a disposición de los funcionarios del antiguo régimen los recursos financieros, el Soviet decide ocupar […] el Banco de Estado, la Tesorería, la fábrica de moneda y la emisión de papeles del Estado” (Trotsky, Historia de la revolución rusa). En otro pasaje recuerda que un diputado de la Duma, Schidlovski, se lamentaba de que “el Soviet se apoderó de todas las oficinas de Correos y Telégrafos y de Radio, de todas las estaciones de ferrocarril, de todas las imprentas”. Esto fue así porque el Soviet estaba disputando la legitimidad del gobierno provisional y del Estado oficial. Esa situación se organizó para generar un doble poder: una doble soberanía o la escisión de la soberanía. Se trata de una lucha de clases que tiene como trasfondo el extremo de la guerra civil.Entre nos
Esa forma de violencia (la guerra civil) no necesariamente debe activarse en la Argentina –aunque esa modalidad constituye una latencia– pues existe un antibelicismo inherente a los pensamientos revolucionarios (sobre el cual han instalado un olvido). Pero: la guerra contra la sociedad nacional ha sido declarada por el poder de gobierno tornando el Estado en máquina de lo siniestro. El gobierno de la Libertad Avanza, expresión de la clase dominante, pretende imponer a toda la sociedad, y como únicas posibles, sus formas económicas y políticas. Lucha por el poder exclusivo de su clase. De hecho, niega sistemáticamente el antagonismo democrático. Desde el 10 de diciembre el campo nacional y popular desplegó cuatro acciones antagonistas que fueron desaparecidas por el gobierno: el primer paro general del movimiento obrero contra el DNU 70/2023, la ley ómnibus y la flexibilización laboral; la huelga feminista internacional del 8M con un claro sesgo antifascista; la marcha del 24 de marzo como sostén permanente de los derechos humanos, la eticidad inherente a Memoria, Verdad y Justicia, y el Nunca Más; y la marcha educativa y científica que fue una clase de educación y ciencia públicas. La negación sistemática de este antagonismo se cifró el martes 23 con un tuit de la vicepresidente: “Hebe te lo perdiste”, leyenda con la que acompañó un extracto del discurso de Taty Almeida en la Plaza en el que empalmaba la cultura sindical con la defensa de la educación pública: “los sindicalistas mandan a sus hijos a la escuela y la universidad públicas”. En la base del antagonismo democrático se encuentra el reconocimiento mutuo de clases rivales. Luego de una elección y antes de otra, el antagonismo se activa cuando la clase privada de poder aspira a hacer variar a su favor los derroteros del Estado. La actitud de las clases oprimidas depende del reconocimiento que la clase dominante les da a sus interpelaciones. Si lo que debería ser reconocimiento es negación se desconoce la condición democrática y se abre una de las compuertas siempre entornadas del doble poder. Cuando el aparato oficial del Estado está en manos de una clase dominante insensible, que lleva la insensibilidad política y social a extremos inaceptables, una “nueva” clase se moviliza.
Si el Estado es la organización del régimen de clase y la revolución la sustitución de la clase dominante, el doble poder nombra el tránsito del poder de una clase a otra, o -si se quiere- de una forma de Estado a otro. ¿Cómo expresar esa dualidad entre nosotrxs? Junto al gobierno de la Libertad Avanza podríamos formar otro poder que se ocupara específicamente de la humanidad perseguida por las políticas libertarias. La composición clasista de este segundo poder se organizaría alrededor del trabajo, formal e informal. Esa estructura vitalista expresaría la conciencia y la voluntad de la mayoría de las clases trabajadoras que aspiran a un Estado igualitarista, sostén de la existencia de esas mismas clases. La “nueva” clase de lxs privadxs de derechos deberá saber concentrar las esperanzas de las capas medias, descontentas con lo existente pero incapaces de desempeñar un papel propio. El carácter político de ese segundo poder sería una estatalidad igualitaria, organizada alrededor de la idea de igualdad, gran articulador de las diferencias, palabra que el poder fascista no puede nombrar ni rozar. El doble poder es una etapa de la lucha de clases y expresa un episodio propio de la lucha entre dos regímenes: de un lado, un Estado privativo con consistencia real, y del otro, un Estado comunal de consistencia utópica, que para existir deberá tender a una unanimidad social abigarrada que quiera disputar finalmente el poder centralizado y único del Estado nacional.
Para congregar a la “nueva” clase de lxs privadxs de derechos, a los cimientos pisoteados por el poder de gobierno para que recobren vida política, para que debajo de los pies de este Estado privativo (en tanto privatizado) surja un nuevo Estado comunal, se necesita organizar una fuerza política autónoma. Los sindicatos de lucha, las fuerzas democráticas y revolucionarias, de tradición peronista y de izquierdas, la iglesia en opción por lxs empobrecidxs, algún que otro instituto de signo patriota están en condiciones de asumir esa tarea emancipadora. Convertirse en una fuerza política autónoma que concentre en sus filas a lxs privadxs de derechos por la Libertad Avanza y que se aplique a resolver su condición vital de despojo, puesto que ninguno de nosotrxs es libre si unx de nosotrxs sufre. Lxs privadxs de derechos no pueden ser abandonadxs a la intemperie del mercado. La tarea central de esa fuerza será asumir la representación política de lxs privadxs de derechos, de esa “nueva” clase que en un momento dado podría disponerse a disputar democráticamente con el libertarismo fascista, acomodado, rico y lleno de privilegios. Esa fuerza podría disponerse a crear un nuevo órgano de Estado: una asamblea permanente de carácter transitorio (APT). Con eso se daría inicio a un período de dualidad de poderes, entre el orden libertario y un nuevo régimen plebeyo que se preparará al paso del poder de esta “nueva” clase.Establecer un doble poder implica disputar el dominio político del Estado. Su objetivo es buscar un nuevo equilibrio de fuerzas e instaurar un poder único y fuerte que inerve democráticamente el Estado. El poder del que hablamos será embrionario: tendrá validez solo durante un tiempo, hasta lograr un nuevo equilibrio de fuerzas e instaurar un poder único, centralizado, con características populares dentro del Estado. Ese poder único es necesario pues toda sociedad reclama la concentración del poder y aspira inexorablemente a esta concentración en una clase. Por otra parte, la dualidad de poderes instará a los sectores trabajadores a sofisticar su madurez de clase respecto a esa complejidad que llamamos Estado -un aparato de aparatos- dentro del orden tecnocapitalista.
Artemio López suele recordar que Althusser recurría a una cita de Lenin que hablaba de que para enderezar un bastón torcido no se podía mojar la madera y atarla a un tutor porque al soltarla el bastón quedaría menos inclinado, pero seguiría estando chueco. Para enderezarlo, es preciso que la guía esté torcida en sentido contrario. Aquí se cifra el sentido central del doble poder: el doble Estado.
Rocco Carbone - Buenos Aires, 29 de abril de 2024.
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