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Cuando Miguel Abuelo y músicos platenses crearon en Francia una joya del rock argentino

No hay que olvidar que antes de los exilios forzosos que iniciaron tras el golpe de estado del 24 de marzo de 1976, Argentina vivió casi veinte años sin democracia (1955-1973), durante los cuales “el ritmo de vida” fue marcado por el paso redoblado de las botas militares. Gobiernos “de ideas cortas y bastones largos”, como definió una ex presidenta, que a lo largo de dos larguísimas décadas generaron un ambiente tan opresivo que decidió a muchas almas libres a volar -fundamentalmente al viejo continente- en busca de un poco de aire puro.

Por Carlos Altavista 

Hacia 1973, en Francia, coincidieron Miguel Abuelo -nacido Miguel Ángel Peralta el 21 de marzo de 1946- y los músicos platenses Daniel Sbarra, Pinfo Garriga y Diego Rodríguez. Ninguno estaba haciendo turismo ni mucho menos: todos formaban parte del éxodo cultural argentino que tuvo entre sus protagonistas a artistas de las más diversas disciplinas y estilos.

Miguel Abuelo se había subido a un avión en mayo de 1971. Tras el frustrado primer intento de llevar al disco a Los Abuelos de la Nada, básicamente por las fuertes diferencias de estilo entre Miguel y Pappo Napolitano, el juglar de Munro entró en una peligrosa espiral de excesos; por ello aseguran que cuando la madre de su amigo Pipo Lernoud (coautor del clasicazo Ayer nomás) le regaló un pasaje con destino a Europa, en realidad le salvó la vida.

Miguel Abuelo et Nada, ensayando en Francia

Aquella primera formación de Los Abuelos de la Nada estuvo a nada de grabar un disco en 1967. Ese año, en La Plata se había formado el grupo Dulcemembriyo, integrado por Luis María Canosa (voz), Daniel Sbarra (guitarra), Federico Moura (bajo), Pinfo Garriga (segunda guitarra) y Diego Rodríguez en batería. La banda tocó a su fin en 1972.

1972 fue un año muy especial para Miguel Abuelo. Luego de “vagabundear” por Francia (donde trabajó en la cosecha de uva), Bélgica, Holanda, Inglaterra y España (tuvo un papel secundario en la puesta del musical Hair en Barcelona), se casó en una playa desierta con la bailarina galesa Krisha Bogdan. El 8 de mayo del ’72 nació su hijo Gato Azul Peralta Bogdan, quien poco después sería “tapa” junto con su padre de uno de los mejores y más desconocidos discos de rock argentino (y sudamericano).

El acaudalado productor francés Moshe Naïm, amigo de Salvador Dalí, quedó cautivado con la voz de Miguel Abuelo y le ofreció grabar un disco; sería su primer disco. Lo cierto es que del encuentro de Miguel con los ex Dulcemembriyo -sobre todo con una cinta donde escuchó a Daniel Sbarra tocar la viola- y con un grupo de músicos chilenos, en el cual sobresalía el chelista y cantante Carlos Beyris, germinó la idea de convertir el proyecto individual en un trabajo colectivo: así se conformó la banda Miguel Abuelo et Nada ("et" significa "y" en francés).

Los Abuelos et Nada sí grabaron un disco homónimo. Un trabajo que en 1973 significó el primer acercamiento de músicos sudamericanos al heavy metal. Con siete canciones, el disco se terminó ese año, aunque a causa de problemas de producción vio la luz en 1975.

Un año antes realizaron una gran gira donde no se privaron de nada, pues el productor francés era un millonario que le había puesto muchas fichas al proyecto.

Miguel contó en una entrevista que le realizó la revista El Expreso Imaginario: “Íbamos con camiones tremendos, con generadores eléctricos y todo. Tuvimos muy buenas críticas sobre el show. Pero el grupo tenía diferencias internas: Daniel quería hacer una línea Deep Purple y no nos poníamos de acuerdo. En el disco se nota que la guitarra toca en un estilo diferente que el de las canciones. Así que a la larga nos disolvimos” (La Nave del Rock Argento, 8 de noviembre de 2019).

Cuando uno lee esas declaraciones de Miguel Abuelo enseguida le vienen a la cabeza sus palabras sobre la disolución de Los Abuelos en 1967: “Pappo me dijo que quería hacer blues. ¿Blues? ¡Blues! Le dije nooo, bebé… Y entonces el loco seguía como una máquina diciendo blues, blues, blues. Le dije bueno, ¿blues?, tomá, te regalo Los Abuelos de la Nada, te regalo la formación”.

Pero hubo una diferencia abismal: Los Abuelos et Nada sí hicieron un disco, un discazo titulado "Miguel Abuelo & Nada" con Miguel Abuelo en voz principal y guitarra acústica; Daniel Sbarra en guitarra eléctrica y coros; Pinfo Garriga en bajo y coros; Diego Rodríguez en batería, y el chileno Carlos Beyris en violonchelo y coros.

Completaron el team el tecladista Gustavo Kerestesachi (sintetizador en un tema); el músico argentino Gerardo Cantón, con quien Miguel tenía contactos desde su llegada a Francia, quien también tocó el sintetizador en otra canción; Juan Dalera (quena); Luis Montero (batería en un tema), y los coros de Teca & Verónica.

Sobresale la cantidad de coristas y no es un dato menor, ya que algo que destaca en el disco, y a lo que el rock nativo no nos tenía acostumbrados en ese momento, es la prevalencia de los coros en muchos pasajes, con una calidad y un gusto que se agradecen. También hay que destacar los arreglos y, en el caso de la canción El muelle, los efectos sonoros que, al empalmar con la guitarra de Daniel Sbarra y el registro psicodélico de Miguel, remiten inevitablemente al oscuro primer disco de Black Sabbath.

Es cierto que Daniel Sbarra estaba sumergido en una búsqueda que lo acercaba al metal, mientras que Miguel iba por el lado del rock-canción, como queda demostrado cabalmente en el tema El largo día de vivir, quizás el más “abuelístico” del disco, pero lo cierto es que la conjunción de esos dos estilos más el aporte del resto de los miembros de la formación dieron como resultado un discazo que, lamentablemente, aquí se conoció recién en 1999 -once años después del fallecimiento de Miguel Abuelo- cuando fue editado en formato CD.

El disco comienza con un hard rock puro y duro, Tirando piedras al río. Hasta que a los 44 segundos se escucha “Porque somos instanteeeeee….”, en la inconfundible voz de Miguel, y es ahí cuando uno dice “esto es rock argentino”. La voz del juglar de Munro es inconfundible, en París, en Buenos Aires y en Pekín es sinónimo de rock argento. Luego llega un segmento muy acorde a la época, tanto en el sonido como en la letra: “En la era de Acuario, tirando piedras al río, con una flor en la boca, en el jardín con amigos”. Hippismo puro. Hasta que Miguel abandona la dulzura e inicia una progresión digna de Deep Purple con la banda tocando a tope de fondo, hasta que rompe un solo maravilloso de Sbarra.


El tercer tema es una joyita de 8:51 (ninguna canción dura menos de cuatro minutos, una marca de época). Se trata de Estoy aquí parado, sentado y acostado, que empieza con un punteo de guitarra tan folklórico que uno está esperando el “adeeentro…”. Pero no. Miguel le pone música con su voz increíble a una poesía exquisita: “Ya he perdido el olor de los duraznos / Mis ojos ven fantasmas en la gente al pasar / Ya he cambiado de piel en estos días / Hoy soy otro y cuando paso no me ven (…) El tiempo al borrarse por mis dedos, no me duele / Mi cara en el espejo ya no tiene aquel color / Ya no reconozco la calle en que camino / El lugar donde duermo ya no es más mi lugar (…) Estoy aquí parado, sentado y acostado / Me han crucificado, pero todo viene y va”. Una oda al exilio que, promediando la canción, sigue con un solo de guitarra de Daniel Sbarra y uno de cello de Carlos Beyris que invitan al aplauso largo y tendido.

 

Señor carnicero y Octavo sendero son las dos pistas donde la banda más se acerca al metal. Algunos periodistas especializados aseguran que el hecho de que el grupo se haya disuelto antes de salir a la venta el disco y que en Argentina se haya conocido casi 25 años después, le quitaron a Los Abuelos et Nada el “título” de pionero argento del heavy y el hard rock.

A título personal, lo único que me animo a asegurar es que si la misma banda hubiese grabado el mismo disco en Buenos Aires en aquel 1973, Los Abuelos et Nada hoy no ocuparía el puesto 45º entre los 100 mejores discos del rock argentino (lista surgida de la encuesta entre músicos, compositores, arregladores, productores y periodistas especializados de la revista Rolling Stone); estoy seguro de que estaría entre los 5 primeros.

En 1973, Pescado Rabioso editaba Pescado 2 y el sencillo Post-crucifixión; Vox Dei, Cuero caliente; Pappo’s Blues sus volúmenes 3 y 4; Color Humano, Color Humano II; Aquelarre, Cándiles y el sencillo Violencia en el parque… En ese contexto, Los Abuelos et Nada hubiese sido reconocido hasta por Pappo, con quien Miguel no quiso grabar en 1967 porque el Carpo quería hacer simplemente blues.

Lo cierto es que se pudo recuperar esa joya grabada en Francia por Abuelo, tres platenses y músicos chilenos exiliados. Aquí compartimos cuatro temas, pero vale la pena repasarlo una y otra vez y, desde ya, pensarlo en contexto, es decir, en el amanecer de los lejanos ‘70s.

“Quedé tan decepcionado que volví a recorrer Europa cantando por los boliches, desde Ibiza hasta Amsterdam. Trabajé con muchos argentinos que hacen teatro allá, gente muy creativa que quiere llevar el arte a la gente común”, le dijo Miguel a El Expreso Imaginario, dando cuenta de su decepción por no congeniar con el entonces espíritu metalero de Daniel Sbarra. Y siguió: “Me junté con Miguel Cantilo y Kubero Díaz. Nos llamábamos ‘Los Abuelos de la Nada’, y salimos segundos en el Festival de Ibiza y Formentera. Morci Requena, bajo; Aldo Ferrari, voz y guitarra acústica; Miguel Cantilo, voz; Kubero, primera guitarra, y yo, percusión y voz. Era un grupo básicamente vocal”, recordó en la entrevista que levantó en 2019 La Nave del Rock Argento. Ergo: hubo un Los Abuelos de la Nada en Ibiza antes que en Buenos Aires, aunque al igual que el primero, el de 1967, no llegó al disco. Eso se produjo cuando en 1981 un joven Cachorro López trajo de vuelta al juglar a su tierra natal.

En tanto, en 1984 Daniel Sbarra se incorporó a Virus durante la gira-presentación del disco Relax, para quedar como miembro fijo en los LPs Locura (1985) en sintetizadores; Superficies de placer (1987) en sintetizadores y guitarras, y Tierra del Fuego (1989) en teclados y guitarras. 

Carlos Altavista



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