No tengo nombre
no tengo amigos
no tengo lenguaje
no tengo verdad
no tengo altura
no tengo dios
no tengo a nadie para llorar
este es mi cuerpo
siento a mi alma
en corazón abierto
caen estrellas
no tengo claves para decirte
esta siembre es el canto de la libertad
yo soy un minero
mi meta es el oro
lo encuentro en los pliegues
de cualquier latir
Sábado 26 de marzo de 1988. 42 años recién cumplidos, y a un mes de haber cancelado lo que hubiera sido su último show con Los Abuelos de la Nada, en la soledad de la clínica Independencia de su Munro natal, se extinguía la vida de Miguel Ángel Peralta, víctima de VIH. Al día siguiente, los diarios de Buenos Aires daban la noticia con un breve apartado, de manera casi distraída, como de compromiso. De esta forma, se había ido uno de los personajes más pintorescos del recientemente revitalizado rock argentino.
MiguelAbuelo, tal el nombre del que se apropió a instancias de Pipo Lernoud luego de improvisar una mentira a la pregunta del productor discográfico Ben Molar, quien quiso saber si Miguel tenía un grupo: sólo a una cabeza iluminada se le ocurriría tomar la obra de Leopoldo Marechal, un verso que rezaba “Algún día tendré que llamarlo a usted padre de los piojos y abuelo de la nada", en El banquete de Severo Arcángelo, un relato en el que se veía su infancia reflejada, y principalmente el devenir en el camino hacia la adultez. Pero principalmente esta anécdota anticiparía la sensibilidad y las dotes de Miguel para la poesía, lo que lo convertiría en uno de los letristas más despojados y filosóficos en el curso de la historia del rock en Argentina.
Luego de engañar a Ben Molar, efectivamente se conformó lo que fue la primera formación de Los Abuelos de la Nada, con un grupo de hippies que se reunían en Plaza Francia. Así, llegado 1968, grabaron un primer simple con dos canciones que permanecieron inconseguibles (como toda la obra pre 80’s) durante décadas: “Diana divaga” y “Tema en flu sobre el planeta”, dos piezas de pop beat lleno de flores e inocencia. El simple en cuestión no alcanzó más que para volver a grabar un par de canciones más (“Mariposas de madera”, “Nunca te miró una vaca de frente”, la magistral “Pipo la serpiente”) en un registro acorde a la época: folk y psicodelia con una poesía existencial, con una madurez que se adelantaba a la de sus músicos, y hasta a la de su propia guitarra. Pero dicha grabación principalmente ofició como carta de presentación para una voz dulce y poderosa, llena de vida y original, única en estas tierras. Luego se sumaría Pappo en la guitarra, y sería el comienzo del fin: ante el tironeo entre la experimentación psicodélica y el blues que impulsaba el siempre primitivo Roberto Napolitano (y sumado esto a la agobiante dictadura de Onganía), Miguel decidió dejar el grupo en manos del Carpo y exiliarse en España; no retornaría hasta el amanecer de la década de los ’80, en el ocaso de la última dictadura en nuestro país.
Una vez en Europa, dedicó su vida a vivir. A su manera. En libertad. Con la excepción del incidente que lo vio obligado a autoinculparse en un hecho de robo, con el fin de atenuar la pena y volver a las calles lo antes posible. Esto no le impidió, una vez en Francia, grabar un excelente disco en 1973, que recién vería la luz dos años más tarde (en Argentina se publicaría de manera marginal recién en los ’90). Miguel Abuelo& Nada es una lección de rock duro al estilo Black Sabbath con un folk en el estilo de Nick Drake o Donovan, y con sorprendente lírica, a esta altura depurada y madura. El proyecto resultó efímero, y Miguel se marchó a Ibiza, donde conoció a Miguel Cantilo, Kubero Díaz, y especialmente a Cachorro López, dando el inicio de lo que sería su inminente regreso a Buenos Aires.
Vendrían la celebrada década de los ’80, con el retorno de la democracia y el comienzo de una época de desenfreno, que tuvo a Miguel y sus secuaces a la cabeza de cuanto descontrol se presente. Y una segunda oportunidad para Los Abuelos de la Nada, ahora con la idea de aprovechar el terreno favorable para explotar el renovado show business. Además del experimentado Cachorro López, se sumarían el ex La Máquina de Hacer Pájaros Gustavo Bazterrica, el “veterano” Polo Corbella, y los jovencísimos Daniel Melingo y Andrés Calamaro, quienes tuvieron en Miguel Abuelo (principalmente Calamaro) un mecenas y una catapulta al éxito en sus propios proyectos. Con esta formación facturaron 3 de los discos más exitosos de la década, con inolvidables hits como “No te enamores de aquel marinero bengalí”, “Mil horas” o “Lunes por la madrugada”. Además, se dio el lujo de grabar un disco solista (Buen día, día, 1984), aunque de discreta factura. La coronación de esta etapa estuvo dada por el recordado Festival Rock & Pop en el estadio de Vélez, que dejó como legado esa emotiva imagen que describe la vida de Miguel Abuelo a la perfección: cantando a grito desgarrado, y con un hilo de sangre manando bajo su ojo producto de un piedrazo que, lejos de amedrentarlo, sacó lo mejor de su espíritu interior.
Desintegrada casi por completo esta mega formación, Miguel no se resignó y a Polo Corbella como único sobreviviente le sumó la demencial guitarra de Kubero Díaz, con quien grabó el genial Cosas mías (la canción, porque el disco naufraga en la intrascendencia de canciones autocomplacientes y una producción de una artificialidad cuasi grotesca).
Miguel Abuelo coronó así una trayectoria como músico que lejos estuvo de ser prolífica y sostenida en el tiempo, pero que tuvo la consistencia suficiente como para dejar una marca imborrable en la memoria de la cultura popular argentina. Miguel Peralta se fue hace 30 años, pero la leyenda de Miguel Abuelo sobrevive como la del hombre que respiró libertad hasta su último aliento.
En el vuelo de los pájaros soy
en el canto del jardinero soy
en la miel de las abejas
Yo soy tu nombre...amor
Del flotar de las haceres
la chispa de los creares
y descalzo entre tus pasos desnudos
voy... amor.
En el silente sin nombre
del agua que baña mis ramas
encontré una rosa roja
que perfuma mis mañanas
Marcelo Zumbo
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