Cuando conocí esta canción había visto la película en aquellos “Sábados de súper acción” por Telefé. Luego conseguí el libro y pasé a formar parte de la legión de fans de Oscar Wilde. Otra vez el rock haciendo el papel de excelente comunicador de obras o autores para enriquecer la curiosidad de los rockeros. En la escuela secundaria me hicieron conocer varios libros y escritores, pero en esa competencia la calle le ganó por goleada.
Los músicos y su público se encargaron de ir colmando mi biblioteca de libros que me propusieron personajes, historias, viajes, leyendas, mitologías, ficciones, realidades, y, por sobre todo, construyeron dentro mío una mejor persona.La canción se iba perdiendo entre la gente, y llegó un momento en que solo era nombrada en un circuito. Recuerdo que por esos años la tocaba en la guitarra y la había aprendido por la calle. Era, sin lugar a dudas, uno de los temas más fogoneros. Pero León Gieco, en 1977, tuvo la gran idea de rescatarlo al grabarlo en su álbum “El fantasma de Canterville”, con una letra atravesada por la censura de los milicos y un acompañamiento liviano. Le quitó algunas de las frases más aguerridas que impedían que se pudiera grabar. La letra original decía “me han ofendido mucho y nadie dio una explicación, ay si pudiera matarlos lo haría sin ningún temor”, pero debieron modificar “matarlos” por “odiarlos”.
La otra parte censurada fue “He muerto muchas veces acribillado en la ciudad”, que tuvieron que cambiar por “rodando sobre la ciudad”. Lo notorio es que cuando León la interpretaba en vivo la gente cantaba la letra verdadera; fui testigo varias veces de eso. Incluso el público aplaudía al hacerlo mientras Gieco sonreía. Quizá era un consuelo vernos hacer algo por la resistencia.
Intentaba recordar cómo fue concebido este tema y en qué época fue escrito, pero después de tantos años la memoria nos puede jugar una mala pasada, de manera que mi confusión fue creciendo y entraron a desfilar las dudas. Pero para ponerle un coto a la situación decidí llamar a mi amigo Freddy Berro, más conocido como “la viuda de Sui Generis”, para que me pase alguna data del tema y me envió estas líneas: “Un día a las 7 de la mañana suena el teléfono en el departamento que León Gieco comparte con su mujer Alicia sobre avenida Corrientes. Es Charly García que le dice: León, escribí una canción, pero es para que la cantes vos”.
Tiempo antes, León había compuesto un tema llamado “La rata Laly” y quería que lo cantara Charly para tratar de zafar de la censura porque entendía que este tenía un aura de protección. Charly le responde: No flaco, si la canción menciona al Che Guevara me van a meter en cana. García aparentemente se quedó con un poco de culpa por rechazar el pedido de su amigo, entonces escribió “El fantasma de Canterville” y en ese mismo momento le cantó la primera estrofa por teléfono. “Esa noche nos reunimos, Charly la cantó completa y me encantó. Era una canción para mí, realmente, tal es así que yo estaba elaborando mi tercer disco y le cambié de nombre y le puse ‘El fantasma de Canterville’ en homenaje a Charly y la única canción del álbum que no es mía, amplía León”.
Debo reconocer que esta es una hermosa canción, tan hermosa que me hubiese gustado tanto componerla. Es una de esas melodías que se escucha por primera vez y ya emociona, además está dibujada sobre un ritmo más que entrador. Sé que Charly es un producto muy original formado entre Los Beatles, la música clásica, el tango y el folk yankee: esta última es la influencia que más se nota en el tema. Pero estoy seguro que en este caso Charly superó con creces a sus maestros. El folk yankee es un género que me resulta extremadamente aburrido, todos los temas me suenan parecidos, hechos con los mismos acordes, sobre las mismas armonías. Pasaron muchas décadas y sus popes siguen dando vueltas por los mismos lugares, tocan la guitarra como hace 60 años y siempre me dio la impresión que son grandes renegados de la evolución, no les interesa porque viven en un país que maneja el mercado y lo saben. Tampoco los veo como buenos melodistas, un terreno en donde el talento de Charly brilla a más no poder.Durante muchos años disfruté de un enorme privilegio, animar reuniones y fogones cantando canciones con un enorme significado popular y del palo, tanto en casas como en plazas; es una alegría llevar a la gente a cantar y disfrutar, y debo reconocer que “El fantasma de Canterville” es un himno que atraviesa varias generaciones. Cuando uno arranca con ese juego entre los acordes Sol y Do9 ya empieza a notar un clima festivo que nos lleva a todas y todos. Al arrancar la letra sabemos que cada una de esas frases pasa por la boca pero viene del corazón, de nuestros mejores rincones a los cuales Charly les puso voz.
Siempre me pareció una genialidad eso de arrancar una letra diciendo: ”yo era un hombre bueno, si hay alguien bueno en este lugar…”
El tema tiene varias versiones, se la puede escuchar hasta en distintos ritmos y velocidades, pero a mi criterio, la de Sui Generis está un escalón arriba. Primero la banda juega con pasajes jazzeros, los músicos se divierten tocando, pero al arrancar la parte cantada, Charly, de inmediato, acomoda los melones en el carro.
Es una poética descripción de la soledad de quien se percibe insignificante, va de un lugar a otro, aparece frente a distintas personas, pero el destino aparenta ser siempre el mismo, el de alguien casi invisible. No sé si será que en la cara, o en el gesto, de quien viene perdiendo se notan las fotos de la derrota, pero lo cierto es que uno espanta y a veces da la impresión de no encajar en ninguna parte. Uno ve la película “El fantasma de Canterville” y mira como el tipo atraviesa las paredes, pero no lo siente como un poder, sino, más bien, como una insignificancia que se lleva como un karma. Uno creía que esa soledad es patrimonio de las grandes ciudades, pero no, hay malas noticias en ese sentido, la soledad no respeta mapas, no hay límites que la detengan, y no hay una cartografía especial para quien mastica el sabor metálico del aislamiento. Uno cuando empieza a viajar por el país cae en la cuenta que la soledad es muy sabia y veloz a la hora de adaptarse, se acomoda en cualquier rincón, sabe conformarse entre diarios viejos, se agazapa, no muestra los dientes pero muerde lentamente. Muchas canciones nos lo advierten y varias salidas de la pluma de Charly dan cuenta de esas sensaciones; probablemente sea el mejor pintor de esos cuadros que dio el arte argentino.
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