Enfurecer, enojar, enfadar, cabrear, exasperar, enervar, indignar, airar, enconar, sulfurar, crispar, encrespar, molestar, jorobar, excitar, encalabrinar, rabiar, agallarse… y la lista de sinónimos castellanos para la palabra irritación puede variar según el diccionario que se mire. Sabemos por nuestra experiencia que es una impresión sentida. La filosofía a lo largo de las épocas ha trabajado alrededor del concepto de las pasiones. Solo basta con mencionar a algunos filósofos como Aristóteles, Spinoza o más acá a Descartes. Su abordaje pareció ineludible porque las pasiones revelaban un afecto sentido alrededor del cual se buscaban explicaciones. Freud nos llevó de las pasiones a las pulsiones, cuando descubrió que la complementariedad biológica en el humano reside en esa pérdida que introduce el lenguaje. Fue así que elaboró el concepto nodal de la pulsión, que mas allá del principio del placer estableció como pulsión de muerte. Luego Lacan, releyendo la filosofía situó las tres pasiones del ser: amor, odio e ignorancia. Conceptos todos ellos que parecen teóricos, pero sin embargo tienen su asiento en el cuerpo. Por ello podemos decir que la experiencia del psicoanálisis más bien toma el lugar de una práctica de lo singular.
Por Vivian Palmbaum
Dicho esto, además podemos situar que tanto Freud como Lacan abordaron la angustia como ese sentimiento real que conmueve, “un afecto que no engaña”, agujero en el sentido del que brotan sentimientos que muchas veces se presentan como enigmáticos, sin explicación. A riesgo de generalizar, podemos pensar que muchas veces la irritación podría tener una íntima relación con ese afecto que no engaña.
Mark Fisher nos acercaba con su abordaje de la realidad en el capitalismo[i], que “el capitalismo se alimenta del estado de ánimo de los individuos, al mismo tiempo que los reproduce”. El psicoanálisis ha trabajado alrededor del discurso capitalista y la reproducción del odio, porque el amor es un don, fuera del mercado de lo que se compra y se vende, y este sistema ha mercantilizado todo lo que alcanza, reproduciendo como una medicina dosis de individualismo, miedo, terror y el consiguiente aislamiento que pandemia mediante se han intensificado y que lejos de volvernos mejores, como en un momento quisimos creer, nos ha vuelto despiadados individualistas. Lo dicho se acompaña de la explosión de nuevas dinámicas que, basadas en el anonimato, como las redes, multiplican la crueldad sobre el otro. Esto se contrapone al protagonismo del feminismo, que derribó la puerta del poder patriarcal y aportó nuevos sentidos que a la vez generaron muchas reacciones en tanto conmovieron la estructura de ese poder.
Ahora bien, quizás un salto para acercar alguna cuestión respecto de la irritación que circula entre nosotras y nosotros. Una joven llega a la consulta diciendo que tiene sentimientos inexplicables de fastidio, de una molestia extrema, como si tuviera la piel enrojecida por el sol y nada la puede tocar porque le arde. Esa sensación aparece como indescifrable, a primera vista, la va sacando de lugares, de relaciones, porque tiene poca o ninguna tolerancia a lo que se dice a su alrededor. Se impacienta, aunque entiende que se encuentra en una situación cuyo contenido no tiene que ver con lo que hacen los demás puntualmente.
Podríamos agregar entonces que el psicoanálisis como clínica de lo singular, no puede desligarse del contexto social desde donde se produce la subjetividad, que adviene como el modo en que se inserta lo social en lo singular. Posición ética porque lo contrario sería perpetuar el aislamiento. No vamos a ahondar en la historia particular sino mostrar las coordenadas desde donde la misma se escribe.
Las respuestas son múltiples y pueden apreciarse en la vida cotidiana, en redes, en las calles y en situaciones de intolerancia como la ocurrida hace pocos días donde un hombre produjo un crimen lesbo-odiante hacia cuatro mujeres, que vivían precariamente en una habitación de un conventillo, pereciendo tres de ellas. Pocos días antes, el biógrafo de ultraderecha de Mi-ley, hablaba de la homosexualidad como una conducta insana; este argumento fue parte del discurso de campaña del entonces candidato devenido presidente. El odio se expande desde diferentes usinas y ha tomado como modelo a la intolerancia, la agresividad entre algunas de sus manifestaciones, que además también es patrimonio de los discursos progresistas y del campo popular, que descalifican y anulan las palabras de quienes piensan diferente, convirtiéndolos en enemigos.
Quizás entonces una primera aproximación a la irritación sentida, esa que nos alcanza es que es el eco que proviene de otro lugar y que se hace carne en las historias singulares, como un afecto que no engaña porque sale de las pantallas para volverse realidad en lo singular. Fue Freud el primero que nos mostró un mal de la época, como la histeria, y podríamos decir que el neoliberalismo ha introducido el odio y la intolerancia en la actualidad como un padecimiento del que ojalá nos podamos librar. No será sin una escucha atenta y respetuosa de las palabras de la diferencia con las cuales hay alguna posibilidad de construir otra cosa.
[i] Mark Fisher, Realismo Capitalista, ¿No hay alternativa?, Ed. Caja Negra
Vivian Palmbaum, psicoanalista, miembro de la Escuela Abierta de Psicoanálisis e integrante del proyecto Propuesta Tatu
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