Para justificar la supresión o desmantelamiento de algún organismo público se afirma que es una entidado “militante”, a la hora de despedir personal se aduce que son “militantes”, a un juez poco amistoso con el gobierno se lo califica igual. La categoría parece ser sospechosa por definición, cuando no culpable de algún delito. Quienes forman parte de ella serían un lastre para “los argentinos de bien”. Una palabra que históricamente remitió a luchas por causas justas, construcciones colectivas, convicciones firmes puestas en acción, es hoy degradada de un modo sistemático. Desde el gobierno, los círculos empresarios, en el martilleo permanente de los grandes medios de comunicación. Ocurre que la inspiración ideológica de quienes hoy ostentan el poder descansa en la negación de toda finalidad altruista, de cualquier rasgo de generosidad reñido con el cálculo mercantil. La búsqueda egoísta de beneficios sería el motor de todo el desenvolvimiento social. La acción militante es para ellos apenas una triquiñuela para que lucren quienes no son capaces de hacerlo dentro de la lógica del “mercado”. La sociedad argentina es objeto hoy de la glorificación sin matices del capitalismo y su motor de búsqueda de ganancias. El mercado no tiene fallas, nadie debe ser ayudado ni provisto de bienes y servicios que no tiene capacidad para comprar y pagar. No hay necesidades ni derechos sociales que valgan, sólo demanda solvente a ser satisfecha. ¡Lo demás, afuera!
Por Daniel Campione
Para imponer sus planes los poderosos necesitan de individuos pasivos, sin ninguna inquietud colectiva. Que tengan siempre a flor de labios el “No queda otra” y “Es lo que hay”. Que practiquen a conciencia el analfabetismo político. Que piensen que los que salen a la calle por cualquier protesta son “vagos” o buscan beneficios individuales, o ambas cosas a la vez.
Por eso ponen a funcionar la fábrica de pigmeos mentales para quienes no existan la ética, las convicciones ni la imaginación. Quienes sólo piensan en lo que creen es defender lo suyo, para sustentar por acción u omisión a quienes tienen mucho y no se detendrán hasta tenerlo todo.
Cabe en estas circunstancias, más que nunca, la defensa de la actitud militante y del espíritu de iniciativa popular que la inspira y sustenta.
El militante cree por definición en la posibilidad de una sociedad mejor, más igualitaria y justa. Y en la acción social y política junto con la actuación en el espacio público como caminos para lograrla.
Con esos objetivos y métodos pone su tiempo y su energía al servicio de la causa y el espacio elegidos: El partido, el sindicato, el movimiento social, la agrupación cultural. Luchará por el salario y las condiciones de trabajo, la preservación del ambiente, la defensa de las políticas de género, los derechos humanos y un largo etcétera. Tal vez cambie de organización o pase de la militancia por una causa a otra diferente. Eso es lo de menos, el parejo compromiso y la sostenida dedicación serán el factor permanente que le proporcione continuidad y coherencia.
Los militantes sinceros y activos no buscan un lugar de poder, ni se desviven por acumular prestigio. Tampoco procuran recompensas materiales. Son felices en la lucha y construyen su vida cotidiana en relación con los combates que sostienen. Se conforman con poco para sí mismos. Su empeño vital va para el lado de la solidaridad de los de abajo y el combate común contra los poderosos. Y están en contra de las diversas burocracias y de las variadas ambiciones personales. Se dedican día a día a combatirlas.
No tienen doble rostro ni secretos inconfesables. Llevarán las mismas ideas e idénticas prácticas a dónde les toque. Desde un modesto local en un barrio alejado hasta un congreso internacional con compañeras y compañeros de todo el mundo.
Podría objetarse que ésta es una visión idealizada, que muy pocos cumplen con esas condiciones. No es así, cualquiera que haya actuado en la organización y la lucha popular en nuestro país ha conocido a decenas, centenares o miles que responden a esas características. Sus vidas enteras constituyen un mentís a la idea reaccionaria de que varones y mujeres sólo actúan por objetivos individualistas, en búsqueda de beneficios materiales.
Ellos no tienen nada que ver con “operadores”, “punteros” o “caudillos”. Son de otra especie. Rechazan por definición las “operaciones” secretas o los pactos espurios. Nunca pondrían precio a sus palabras o a sus silencios, jamás pedirían dinero a cambio de ningún favor. No son “soldados” de ninguna persona, sólo fieles seguidores de sus ideas y practicantes de la fraternidad y el compañerismo con quienes comparten empeños y creencias.
En Argentina (y en el mundo) necesitamos más y mejores militantes. Su multiplicación numérica, su capacitación política, su formación teórica, serán las garantías de la lucha por una sociedad radicalmente diferente. Y un instrumento indispensable para asegurar la derrota de quienes todo lo ahogan “en las heladas aguas del cálculo egoísta”.
Opongamos a la celebración permanente de la mezquindad la admiración indoblegable hacia quienes tienen principios firmes que no están dispuestos a negociar. Y transitan su vida entera en el esfuerzo para comprender mejor el mundo y así avanzar cada día un paso hacia su transformación definitiva. Daniel Campione
Por eso ponen a funcionar la fábrica de pigmeos mentales para quienes no existan la ética, las convicciones ni la imaginación. Quienes sólo piensan en lo que creen es defender lo suyo, para sustentar por acción u omisión a quienes tienen mucho y no se detendrán hasta tenerlo todo.
Cabe en estas circunstancias, más que nunca, la defensa de la actitud militante y del espíritu de iniciativa popular que la inspira y sustenta.
El militante cree por definición en la posibilidad de una sociedad mejor, más igualitaria y justa. Y en la acción social y política junto con la actuación en el espacio público como caminos para lograrla.
Con esos objetivos y métodos pone su tiempo y su energía al servicio de la causa y el espacio elegidos: El partido, el sindicato, el movimiento social, la agrupación cultural. Luchará por el salario y las condiciones de trabajo, la preservación del ambiente, la defensa de las políticas de género, los derechos humanos y un largo etcétera. Tal vez cambie de organización o pase de la militancia por una causa a otra diferente. Eso es lo de menos, el parejo compromiso y la sostenida dedicación serán el factor permanente que le proporcione continuidad y coherencia.
Los militantes sinceros y activos no buscan un lugar de poder, ni se desviven por acumular prestigio. Tampoco procuran recompensas materiales. Son felices en la lucha y construyen su vida cotidiana en relación con los combates que sostienen. Se conforman con poco para sí mismos. Su empeño vital va para el lado de la solidaridad de los de abajo y el combate común contra los poderosos. Y están en contra de las diversas burocracias y de las variadas ambiciones personales. Se dedican día a día a combatirlas.
No tienen doble rostro ni secretos inconfesables. Llevarán las mismas ideas e idénticas prácticas a dónde les toque. Desde un modesto local en un barrio alejado hasta un congreso internacional con compañeras y compañeros de todo el mundo.
Podría objetarse que ésta es una visión idealizada, que muy pocos cumplen con esas condiciones. No es así, cualquiera que haya actuado en la organización y la lucha popular en nuestro país ha conocido a decenas, centenares o miles que responden a esas características. Sus vidas enteras constituyen un mentís a la idea reaccionaria de que varones y mujeres sólo actúan por objetivos individualistas, en búsqueda de beneficios materiales.
Ellos no tienen nada que ver con “operadores”, “punteros” o “caudillos”. Son de otra especie. Rechazan por definición las “operaciones” secretas o los pactos espurios. Nunca pondrían precio a sus palabras o a sus silencios, jamás pedirían dinero a cambio de ningún favor. No son “soldados” de ninguna persona, sólo fieles seguidores de sus ideas y practicantes de la fraternidad y el compañerismo con quienes comparten empeños y creencias.
En Argentina (y en el mundo) necesitamos más y mejores militantes. Su multiplicación numérica, su capacitación política, su formación teórica, serán las garantías de la lucha por una sociedad radicalmente diferente. Y un instrumento indispensable para asegurar la derrota de quienes todo lo ahogan “en las heladas aguas del cálculo egoísta”.
Opongamos a la celebración permanente de la mezquindad la admiración indoblegable hacia quienes tienen principios firmes que no están dispuestos a negociar. Y transitan su vida entera en el esfuerzo para comprender mejor el mundo y así avanzar cada día un paso hacia su transformación definitiva. Daniel Campione
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