El Réquiem de Mozart empieza contigo andando hacia una fosa. La fosa está al otro lado de un precipicio que no ves hasta que llegas al borde. En la fosa te aguarda la muerte.
No sabes cómo es, ni cómo suena, ni cómo huele. No sabes si será buena o mala. Te limitas a andar hacia ella. Tu voluntad es un clarinete y todos los violines siguen tus pasos.
A medida que te acercas a la fosa, vas comprendiendo que lo que allí te espera es aterrador. No obstante, sientes ese terror como una especie de bendición, como un don. Tu largo caminar no habría tenido sentido, de no conducirte a esta fosa. Te asomas al precipicio: por encima de ti estallan sonidos etéreos.
En la fosa hay un numeroso coro […] Este coro es la hueste celestial y al mismo tiempo el ejército del diablo. También es cada una de las personas que te ha cambiado durante tu vida en este mundo: tus muchos amantes; tu familia; tus enemigos, la mujer sin nombre ni rostro que dormía con tu marido; el hombre con el que creías que ibas a contraer matrimonio; el hombre con el que lo contrajiste.
La misión de este coro es juzgar. Primero cantan los hombres y su juicio es muy severo. Y cuando se les unen las mujeres, ya no hay tregua, el debate crece en volumen y seriedad. Porque es un debate, de eso te das cuenta ahora. El juicio aún no está decidido. Es sorprendente lo encarnizadamente que luchas por tu mísera alma.
ZADIE SMITH, Sobre la belleza
Y eso es todo, amigos míos.
Clemency Burton-Hill
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