La música clásica se describe a menudo como un viejo y polvoriento museo de europeos blancos y difuntos. Espero que ese estereotipo haya saltado ya por los aires, pero por si se necesitaran más pruebas de la vitalidad y extraordinario alcance de esta música, aquí tenemos a esta monja etíope de más de noventa y cinco años.
Emahoy Tsegué-Maryam Guèbrou ha tenido una vida poco corriente: miembro de la alta sociedad etíope, estudió en buenos colegios suizos, cantó para el emperador Haile Selassie, fue la primera mujer de su país que trabajó en la administración pública, sintió la vocación religiosa y acabó en una pequeña celda de la iglesia etíope de Jerusalén, donde aún vive, con su querido piano. Una pasada, ¿verdad?
Aunque a menudo se la agrupa con otros exponentes del llamado «Etio- jazz», un movimiento informal que surgió en Addis Abeba en los años sesenta del siglo pasado, la formación de Emahoy es básicamente clásica; su lenguaje deriva sobre todo del canto modal pentatónico de la antigua Iglesia ortodoxa —cuyas escalas se construyen con cinco notas y no con las siete tradicionales— y entre sus compositores preferidos están Mozart y Strauss. En su música percibimos detalles de aire chopiniano aquí, arabescos de Liszt allí. Pero su música no se parece a ninguna otra.
Clemency Burton-Hill
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