La historia de la música clásica está llena de casos de compositores independientes que buscaban ingresos extra. Maurice Ravel no fue una excepción. Deseoso de encontrar formas de ganar dinero, compuso el primer movimiento de una pieza que luego sería su encantadora sonatina, animado por un amigo que había visto el anuncio de un certamen en un número de 1903 de la Weekley Critical Review, una revista bilingüe que se publicaba en París.
Bien, ante todo dediquemos un momento a pensar sobre lo alucinante que es que a un semanario local se le ocurriera anunciar un certamen de música clásica. En segundo lugar, tampoco deja de ser extraño que entre los concursantes estuviera alguien de la categoría de Maurice Ravel, que, como ya hemos tenido ocasión de ver, es uno de los grandes del siglo XX.
La verdad es que Ravel fue el único que se presentó. Y encima fue descalificado porque su pieza superaba los setenta y cinco compases que exigían las condiciones. De todos modos, todo quedó en agua de borrajas porque el semanario no tardó en quebrar y en consecuencia desapareció el certamen.
No todo se perdió, sin embargo: dos años después, Ravel envió la sonatina al editor parisino Durand, ahora con dos movimientos más y con una elegancia formal casi clásica. Desde entonces es una obra preferida de los pianistas y el público. Buena elección y espero que todos estén de acuerdo, porque hoy se conmemora la toma de la Bastilla.
Clemency Burton-Hill
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