Después del tumulto emocional ocasionado por las chaconas de Bach, nos entretendremos alegremente con el hombre considerado «padre de la guitarra clásica», el español Francisco de Asís Tárrega Eixea, natural de Villarreal, provincia de Castellón.
De niño solía esperar a que su padre, que tocaba flamenco, estuviera fuera de casa; entonces cogía su guitarra e imitaba los sonidos que había oído.
Cierto día escapó corriendo de la vigilancia de su niñera y cayó en una acequia, causándose una peligrosa lesión en los ojos. Su padre quiso aprovechar el interés del muchacho por la música y, pensando que si no recuperaba la vista —al final no la recuperó—, la interpretación podía ser una buena forma de ganarse la vida, se trasladó con su familia a Castellón, donde el joven Francisco estudió piano y guitarra. Sus dos primeros profesores también eran invidentes.
La ceguera no le impidió triunfar. Era un buen pianista, pero la guitarra siguió siendo su primer amor y el más profundo, y no tardó en ponerse a escribir música: estudió composición en el Conservatorio de Madrid, transcribió obras de Mendelssohn, Chopin y Beethoven y creó un estilo propio, muy romántico. Entre sus producciones se cuentan las mayores obras para guitarra del canon, piezas que hoy son fundamentales en el repertorio de cualquier guitarrista clásico.
Este vals, aunque precioso, no tiene esa magnitud. Iba a escribir: «Este dulce y pequeño vals no es exactamente música que vaya a cambiar el mundo, como, por ejemplo, la chacona de Bach», pero de pronto he recordado que es casi seguro que haya tenido más oyentes de los que tendrá nunca la pieza de Bach.
Mil perdones si tienen cierto tono de llamada de Nokia sonándoles en la cabeza todo el día.
Clemency Burton-Hill
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