Ya hemos oído algo del extraordinariamente dotado Richard Strauss y es hora de que conozcamos a su padre, Franz (no sé si se acordarán, pero es el de la huelga antiwagneriana que se produjo durante los ensayos de Los maestros cantores; véase el 6 de febrero).
Aunque Franz Strauss tocaba la guitarra, el clarinete y la viola, era famoso por su habilidad con la trompa. (Parece que Wagner dijo: «Es un sujeto detestable, pero cuando toca la trompa no puedo enfadarme con él».) Fue primera trompa de la Ópera Real de Baviera durante cuarenta años y enseñaba a tocar este instrumento en el principal conservatorio de Múnich.
Además, escribía música desde la adolescencia y, aunque sus esfuerzos como compositor fueron totalmente eclipsados por su genial hijo, produjo algunas obras interesantes en el curso de su larga trayectoria profesional. No es de extrañar que fuera particularmente bueno al escribir para la trompa, que no tenía a su disposición muchos papeles solistas en la época (ni posteriormente, ya que los trompistas suelen transcribir obras escritas originalmente para otros instrumentos.)
En contra de la corriente musical de entonces, los gustos musicales de Strauss estaban firmemente arraigados en el clasicismo: sus héroes eran Mozart y Haydn (desde luego, no Wagner ni otros gigantes contemporáneos). Creo que podemos percibir estas preocupaciones en esta pieza de concierto, de gran colorido, que se publicó en 1864 y desde entonces goza de los favores de los trompistas. Es una auténtica joya; recomiendo poner los pies en alto y relajarse con un buen vaso de cualquier cosa, si es posible.
Clemency Burton-Hill
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