Ante la mayor inserción en la sociedad argentina de los evangelistas-libertarios, la nueva moda de la expresión neoliberal, ahora cada vez más radicalizada en las ideas del cántaro de la "escuela austríaca" (Von Mises, Von Hayek, Carl Menger), me pareció bueno traer a colación esta nota para comprender de forma más acabada los rasgos de su proyecto de sociedad, ya que más de uno los ve como la salida a una situación social caótica, cuando en realidad es el sector más radical de la facción que ha generado todo este desastre actual, en todo el mundo. Desde la "Sociedad Mont Pelerin" de la Suiza de 1947, los teóricos del "liberalismo" han tenido injerencia y estrechos vínculos políticos y económicos con las dictaduras genocidas latinoamericanas y la Inglaterra de Margaret Thatcher (como los casos de Hayek y Friedman, por ejemplo). En nuestras pampas tenemos al plagiador Milei como máximo y principal exponente, pero el empleado del empresario Eurnekian solo forma parte de la escuela austríaca en Argentina como una de las expresiones más consolidadas del antihumanismo al servicio del capital y del complejo mediático-financiero-industrial-militar contra las clases trabajadoras. Bancate ese "pequeño" defecto.
Por Juan Manuel Iribarren
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De izquierda (¡perdón por la palabra!) a derecha: Hayek, Mises, Menger.
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Gran parte del actual credo libertario
se fundamenta por un apriorismo del individuo que niegan casi todas las
ciencias sociales, pero cuyo núcleo duro epistemológico se encuentra en
un reducido grupo de economistas de un Imperio al borde del abismo.
Mientras los escritores de Austria-Hungría pintaban grandes frescos
históricos y alegorías de su decadencia, mientras la Viena de principio
de siglo se llenaba de postales de histeria, remordimiento e hipocresía,
a las que de a poco se aplicarían las nuevas curaciones del alma;
hombres que no conocían la historia reciente aseguraban los nuevos
modelos teóricos de la ciencia económica del siglo XX, elevando a
condición de ciencia una estructura de conocimiento que se parecía
sospechosamente a una utopía. La compulsiva presentación de una doctrina
de mercados autorregulados en un mundo dividido por los desastres que
había traído el patrón oro y la respuesta de un imperialismo creciente
no parecía tener ninguna realidad, pero a la Viena de aquella época le
fascinaban las ideas.
Todavía se
piensa la Escuela Austríaca como una revolución en el pensamiento
económico, pero en lo que respecta a la economía, sus grandes aportes
fueron deudores de la escuela marginalista que surgió en toda Europa al
mismo tiempo. Y lo que sí iniciaron fue una revuelta epistemológica,
una desconfianza violenta de los fundamentos de las ciencias sociales
europeas, pero que no conllevaba ningún cambio de paradigma relevante, y
que habitualmente confundía ciencia con propaganda. Para llenar ese
vacío presentaban conceptos a priori sin fundamentación ontológica y sin posibilidad de comprobación empírica, mientras la revolución epistemológica se consolidaba muy cerca: en el círculo de Viena y en sus críticos y allegados. La
visión “austríaca” de las ciencias sociales ha quedado fuera de lugar,
curiosidades de batallas teóricas sin relevancia en el mundo académico
actual. Y sin embargo, una parte de esa crítica todavía persiste
transformada, fundamenta el desorden cognitivo generado por las reformas
neoliberales, naturaliza cierto individualismo metodológico como
accesorio indispensable de la argumentación mediática. No sabemos hasta
qué punto el núcleo del profundo entusiasmo que todavía genera esa
escuela se explica más por su particular concepción de la acción humana
como estructura atomizada de comportamiento, que por sus concepciones de
autorregulación de los mercados. Esta última noción no es del todo
accesible a la mayoría de sus militantes.
Nunca
llegaron a pensar la esencia del hombre, sino la esencia de su acción,
en un mundo paralelo incoaccionable, donde la esencia de la acción del
hombre sería la incoacción. De ahí su obsesión con la coacción estatal,
que va a ser el caballito de batalla de las discusiones de sus
militantes por décadas, por una creencia en un teórico hombre
incoaccionable, libre del contrato social. Ni Menger ni Mises 1
tuvieron interés en las culturas trabajadoras de la Europa industrial,
lo que pudo potenciar su alergia al historicismo y su absoluta negación
del hombre como género, su interpretación del hombre exclusivamente como
individuo.
Quedará
para historiadores preguntarse si el carácter del Imperio facilitó la
renovación de las robinsonadas de la economía política, reformulando la
idea de sujetos autodeterminados por su propio interés en una isla
desierta fuera de la historia, reactualizada con un corolario que no
tenían los conceptos originales: la novedosa idea de que el sujeto de
soberanía es el individuo y no la comunidad. Es
ampliamente discutible que Adam Smith haya aventurado semejante noción
de individuo, pues nunca pensó en los planes vitales de realización
personal, sino en los intereses privados de grupos que se oponen al
libre mercado; ya que el principal enemigo del mercado no lo detectaba
en el Estado, sino en los monopolios y oligopolios. Por eso y por
secreta filiación contractualista concibió la economía política como una
rama de la ciencia del estadista o legislador, de ningún modo al
servicio de la libertad personal. Por eso no habló de Acciones Humanas
sino de Riqueza de Naciones.
La
acción humana y la cooperación social como una ciencia de relaciones
dadas, el giro epistemológico de la Escuela Austríaca, esa “revolución
de enormes consecuencias” de la que hablaba Mises, no ha sido examinada
más que desde el fervor partidario a favor y en contra, en relación con
la evidencia empírica más o menos soslayada. Y sin embargo, los
partidarios de Hayek y Mises 2
suelen citar su interdisciplinariedad para afirmar que la escuela
contiene verdaderos estudiosos de la conducta humana. ¿Pero cuáles son
los fundamentos de la “acción humana”, y en dónde sustentan su noción de
individuo autodeterminado? Convertir la teoría de los precios del
mercado en una teoría general de la elección humana, dice Mises en Human Action, determinando que acción y elección están siempre ligadas.
No
es mi intención hacer un muñeco de paja de este argumento, pero se
observa una consecuencia endeble: que el concepto de coacción sólo se
aplicaría para ilustrar las relaciones humanas mediadas por un agente
externo institucional. Si acción y elección humana siempre están
ligadas, entonces la variable coacción sólo puede considerarse
proviniendo de las instituciones impuestas sobre relaciones humanas de
libre elección. Y de ahí Camino de Servidumbre y la parafernalia posterior de Libertad de Elegir, donde el problema son las instituciones reguladoras del campo social. Dicen que por ellas no hay libertad.
Digamos
que en el mundo de las acciones de Mises no sólo no existe la
dominación de clase o grupo, sino que tampoco hay lugar para la tragedia
clásica, el mal y la violencia se soslayan, y especialmente la
violencia económica. Y en una reducción al absurdo no se acepta que los
individuos tengan en la consecuencia de sus actos lo que intuitivamente
llaman “suerte”, pues la suerte buena o mala implica un principio de no
elección, es decir, un resultado impredecible de la acción no ligada a
la elección. De ahí que los preconceptos “austríacos” pueden echar luz
sobre el soslayamiento de las condiciones de vida de cada sujeto, como
marca de fábrica del militante libertario, como si la elección
individual partiera de un sujeto autodeterminado y libre, sin
circunstancias psicológicas, sociales, financieras, de buena o mala
fortuna.
¿Y
que puede ser entonces la Acción Humana para Mises? ¿La maximización
del sujeto de su bienestar individual? ¿Y en base a esto elaborar una
teoría general de la acción humana, que se desligue por completo de la
psicología y de la sociología? ¿Qué clase de criatura teórica resulta de
eso?
“La
acción humana es una conducta consciente, movilizada voluntad
transformada en actuación, que pretende alcanzar precisos fines y
objetivos; es una reacción consciente del ego ante los estímulos y las
circunstancias del ambiente; es una reflexiva acomodación a aquella
disposición del universo que está influyendo en la vida del sujeto”.
Precisemos
algo: según Mises, el hombre al actuar aspira a sustituir un estado
menos satisfactorio por otro mejor, la mente presenta situaciones más
gratas y el incentivo que induce al individuo a actuar es el malestar, a
lo que se agrega un tercer requisito que es advertir la existencia de
cierta conducta deliberada con capacidades de reducir la incomodidad
sentida. Sólo el ser que vive bajo dichas condiciones es un ser humano,
un homo agens, casi una extrapolación de un agente económico en
un mercado. De hecho, Mises llega a afirmar que los seres de ascendencia
humana que, de nacimiento o por defecto adquirido, carecen de capacidad
para actuar, a efectos prácticos, no son seres humanos, carecen de
humanidad. Y por supuesto, no hay acciones humanas sin fines pretendidos
3.
Y
cuesta encontrar consideraciones previas. La primera sensación que se
tiene cuando uno arrima a la Escuela Austríaca es que no se han
estructurado los conceptos previos, como si siempre estuvieran en un
estado de positiva propaganda proactiva, lo que ayudaría a explicar la
racionalidad emocional de los libertarios -jalonada de juicios de valor y
descalificaciones ya en los cimientos de su propia “ciencia”- como
constitutiva de su práctica política. ¿Y en que consiste su práctica
política?
La historia es harto conocida: unas pocas personas con intereses definidos y amplios recursos económicos financian unos cuantos think-tanks
conservadores con ideas viejas y fracasadas, con la finalidad de
defender un clima social favorable a sus intereses privados en el
momento en que comienzan a avanzar nuevas ideas amenazantes. Y entonces a
los militantes les llueven del cielo los recursos y creen que su causa
es justa y necesaria, por una mezcla de moral calvinista y persistente
indiferencia moral ante los problemas de su tiempo. No son estudiosos de
otras disciplinas y están tan convencidos de sus ideas que no creen
necesario debatir sus fundamentos. No provienen de las clases que los
manipulan adulterando aquellas ideas que aman con locura y no
comprenden. Y tienen, ante todo, una gran necesidad de expresarse en
forma descalificadora, condescendiente y violenta. Aquí no analizaremos
esa violencia, pero diremos que va en línea con la racionalidad
emocional de los textos de Mises.
Que
la nueva concepción de un individuo coartado por la comunidad y sus
encarnaciones superestructurales, insista en la referencia a naturalezas
humanas ahistóricas y autodeterminadas, negando la hegemonía ideológica
en la construcción del sujeto y su sujeción histórica, habilita esa
cualidad de poder fantasear sobre el concepto de libertad, una vez
negado todo carácter problemático al sujeto. Por esto fue condición
necesaria para comenzar a articular el modelo teórico de Mises, defender
previamente la invariabilidad de lo humano, frente a las concepciones
históricas de las ciencias sociales. Y por eso fundar la economía en la
naturaleza de la acción humana, como hizo Mises, también arrastra el
problema filosófico de la indeterminación ontológica de lo humano.
Ahora
bien, ¿cuál es la noción de lo humano de los libertarios? ¿Cómo encaran
la esencia del ser humano? ¿Toda coacción los vuelve inhumanos? ¿Son
esencialmente inhumanos, con su potencial humanidad condicionada a la
destrucción del Estado? ¿Cuál es la humanidad de un libertario? ¿Poder
elegir? ¿Qué la acción esté ligada a una elección incondicionada? Al
menos eso dice Mises y no ha sido desmentido por la militancia.
Precisando: ser humano no es ser libre, sino creer en una acción ligada a
la libre elección. La libertad es un concepto demasiado complejo para
la Escuela Austríaca, lo que militan es la creación de un mundo paralelo
donde todas las acciones estén ligadas a libres elecciones: exactamente
eso entienden por libertad. Y el primer problema es que esto implica un
mundo de información perfecta sin condicionamiento social. No se
enteraron que, desde hace ya varias décadas, hasta la Academia Sueca
viene premiando la desconfianza en ese tipo de ideas. ¿Podríamos afirmar
de una vez por todas que el supuesto de la información perfecta, fuera
de los ejercicios académicos, ya en discusiones serias no existe más?
Los libertarios no quieren dar vuelta la página, insisten con el cuento.
Y
como la sagacidad debe limitarse al reconocimiento de la opresión
estatal, desconocen las coerciones de otras instituciones. Desconocen
ante todo el carácter institucional del mercado regulado por leyes y
conductas monopólicas: plantean su naturaleza reguladora y favorecedora de las acciones humanas.
De
sus discursos se precisa que este supuesto sujeto no coactivo, al que
cualquier política de redistribución coactivaría, no tiene más esencia
que su propia libertad, cuyo fundamento último es transgredir posibles
amenazas de coacción. No se han preguntado ni qué es la libertad ni por
qué ser libres, lo fundamental es lo incoaccionable. Y cabalmente no es
que quieran ser libres, sino que quieren ser sujetos incoaccionables,
una suerte de oxímoron epistemológico, una utopía banal y exagerada.
La
palabra “coacción” usada exclusivamente para señalar acciones de las
instituciones estatales, implica dar por sentado una persona no
coaccionada por su subjetividad ni por sus relaciones sociales, es
decir, incondicionada y libre de influencia social. Un esquema o
entelequia que no es atravesado por la historia, la cultura, las
determinaciones genéticas, socioeconómicas, etc. Y no buscan con esto
redefinir lo humano, sino crear un sujeto coaccionado por su propio
deseo e interés, sujeto a un campo de acción condicionado, lo que
determina su identidad como separación y cálculo, continuando la línea
de la construcción del Homo Economicus en reemplazo del ser
humano. Como si las elecciones de una teoría de juegos pudieran agotar
las acciones y relaciones humanas. Como si el único campo de acción
vital fuera el mercado.
“Nadie puede prohibirme lo que yo quiero”. ¿Y eso que querés es libre o está condicionado?
Por
la idea de un deseo incondicionado y sujeto a la creación de un
Frankenstein Homo Agens —aun después de que Keynes planteara sus animal spirits 4 aggiornándose
al psicoanálisis y toda la economía conductual enfilara detrás suyo—
los libertarios persisten en usar retazos de viejas doctrinas para
legitimar ideas malformadas y desactualizadas acerca de las conductas de
las personas, reduciendo ostensiblemente su humanidad y postulando
–bajo el barniz de seres libres– monigotes de las fuerzas del mercado.
¿Y qué debería entonces haber hecho Van Gogh para no morirse de hambre? “Producir algo más competitivo”.
Dejar
de ser Van Gogh, convertirse en un pintor mediocre, cuando una
existencia material garantizada nos hubiera dado algunas décadas más de
sus pinturas, sin el relato de un loco que lo mantenía su hermano y
resulta que era un genio. ¿No es acaso una externalidad positiva la mera
existencia de los genios? ¿Pagaron un precio adecuado por la Capilla
Sixtina? Las externalidades económicas no entran en el vocabulario de
los libertarios, pero la experiencia de dar mucho más de lo que se
recibe, es parte sustancial de las conquistas de la humanidad. No puede
considerarse mero accidente.
Por
otra parte, la obsesión “austríaca” por la autonomía conceptual
—especialmente recordando lo que Derrida llamaba la metafísica de la
presencia— se manifestó en las escuelas de Viena como aquella farsa
teórica de la acción humana como presencia indispuesta por el “Estado”,
siendo el Estado un concepto derivado de una falsa creencia en acciones
autodeterminadas y libres. Y fue el modo más racional que encontraron de
ponerse en contra de cualquier idea genérica de humanidad: suponer la
presencia inalterable de un individuo con absoluta libertad de elección.
Y al tratar de construir un sujeto sin realidad social, la consumación
de ese individuo no podía darse más que como alteraciones psíquicas
promovidas por conductas alienadas, como recorte de conciencia y como
impostura.
Pues
ni el sujeto ni la libertad son autónomos. Y la libertad no es libre,
mal que les pese. La libertad es condicionada por distintas variables,
como la no sujeción a la necesidad que vuelve esclavos a millones de
personas desde los tiempos de los enclosures 5.
Y
mientras los escritores de la MittelEuropa se dedicaban a grandes
frescos sobre la decadencia de su cultura, con sus médicos estudiando
las razones inconscientes de su profunda histeria, y sus filósofos
trastornando la percepción, priorizando el análisis del lenguaje y los
fenómenos —allí donde todo parecía profundamente inasible— los
economistas consolidaron la teoría del valor marginal, derivando la
esencia humana de una teoría de precios, postulando un mercado
autorregulado, correlativo a una idea de libertad del individuo, que lo
despojaba de la Igualdad y la Fraternidad con conscientes daños a la
humanidad; pues no querían humanidad, sino “acciones humanas” subsumidas
como engranajes de un mercado espectral.
NOTAS
1 - Carl Menger (1840-1921) es el primer economista de la Escuela Austríaca, y uno de los primeros en desarrollar la Teoría marginalista, en oposición al paradigma clásico de la teoría del valor-trabajo
Ludwig von Mises (1881-1973) es la figura más destacada de la Escuela Austríaca y la principal influencia para los economistas posteriores libertarios, especialmente por su crítica al socialismo y a la intervención estatal. También es el creador del concepto de Acción Humana y de una reformulación de las ciencias sociales a la luz de ese concepto.
2 - Friedrick Hayek (1899-1992) es el economista más popular de la Escuela Austríaca, conocido especialmente por su crítica al totalitarismo y por la adhesión incondicional a sus ideas por parte de Margaret Thatcher y de Ronald Reagan.
3 La escuela austríaca plantea la noción de homo agens en contraposición al homo economicus de la escuela neoclásica, planteando un sujeto de acción que no es meramente el representante de una función de utilidad. Su crítica al positivismo de la escuela neoclásica implica el supuesto de acción con algunos requisitos previos.
“Consideramos de contento y satisfacción aquel estado del ser humano que no induce ni puede inducir a la acción. El hombre, al actuar, aspira a sustituir un estado menos satisfactorio por otro mejor. La mente presenta al actor situaciones más gratas, que éste, mediante la acción, pretende alcanzar. Es siempre el malestar el incentivo que induce al individuo a actuar. El ser plenamente satisfecho carecería de motivo para variar de estado. Ya no tendría ni deseos ni anhelos; sería perfectamente feliz. Nada haría; simplemente viviría.
"Pero ni el malestar ni el representarse un estado de cosas más atractivo bastan por sí solos para impeler al hombre a actuar. Debe concurrir un tercer requisito: advertir mentalmente la existencia de cierta conducta deliberada capaz de suprimir o, al menos, de reducir la incomodidad sentida. Sin la concurrencia de esa circunstancia, ninguna actuación es posible; el interesado ha de conformarse con lo inevitable. No tiene más remedio que someterse a su destino.
"Tales son los presupuestos generales de la acción humana. El ser que vive bajo dichas condiciones es un ser humano. No es solamente homo sapiens, sino también homo agens. Los seres de ascendencia humana que, de nacimiento o por defecto adquirido, carecen de capacidad para actuar (en el sentido amplio del vocablo, no sólo en el legal), a efectos prácticos, no son seres humanos. Aunque las leyes y la biología los consideren hombres, de hecho carecen de la característica específicamente humana. El recién nacido no es un ser actuante; no ha recorrido aún todo el trayecto que va de la concepción al pleno desarrollo de sus cualidades humanas. Sólo al finalizar tal desarrollo se convertirá en sujeto de acción”. La Acción Humana, Ludwig Von Mises.
4 Animal Spirits es un concepto acuñado por John Maynard Keynes, para incluir los elementos irracionales en el comportamiento humano y en las decisiones de los agentes económicos, resaltando la confianza y el optimismo, en contraposición a la ponderación racional de los hechos que plantean las escuelas precedentes.
5 Los “enclosures” o cercamientos, fue el proceso de división de las tierras comunales en tierras divididas y cercadas, para conseguir la eficiencia agrícola que requería el funcionamiento de una sociedad capitalista. Según Karl Polanyi (1886-1964):
“Con razón se ha dicho que los cercamientos fueron una revolución de los ricos contra los pobres. Los señores y los nobles estaban perturbando el orden social, derogando antiguas leyes y costumbres, a veces por medios violentos, a menudo por la presión y la intimidación. Estaban literalmente robando a los pobres su participación en las tierras comunales, derribando las casas que, por la fuerza insuperable de la costumbre, los pobres habían considerado durante mucho tiempo como suyas y de sus herederos. Se estaba perturbando la urdimbre de la sociedad; las aldeas desoladas y las ruinas de viviendas humanas atestiguaban la fiereza con que arrasaba la revolución, poniendo en peligro las defensas del país, vaciando sus pueblos, diezmando a su población, convirtiendo en polvo su suelo sobrecargado, hostigando a sus habitantes y convirtiéndolos en una muchedumbre de pordioseros y ladrones cuando antes eran agricultores inquilinos.”
Juan Manuel Iribarren
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