Su vida también era una canción.
Una canción normal.
Tenía una melodía simple, lo suficientemente dulce como para dejarse oír, pero tan aburrida como para no escucharla dos veces; y una base repetida, copia de mil más.
Pero su música estaba vacía.
Dejaba entrever un silencio. Él aguardaba detrás. Como si no fuesen a notarlo.
Lo triste fue que siempre estuvo allí, esperando. O, quizás, solo me pareció.
Y, como no podía ser de otra forma, la canción termino, y el silencio fue el único que siguió ahí.
Una canción simple, la más aterradora de todas.
Tahiel L.
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