Demasiada tinta corrió luego de la suspensión del partido de vuelta de la final de la Copa Libertadores. Habladurías de la vida cotidiana que no han aclarado lo que ocurrió. Un operativo de seguridad que falló. Una Conmebol que dejó en evidencia su preocupación por el cuidado del negocio, más que por la integridad social de su función específica. Un gobierno que no puede revertir la crisis social que indujo aceleradamente.
La versión de los hechos se reduce a la influencia determinante de la Barra de River en el ataque la micro de Boca. Una narración circense demasiado pequeña. El Gobierno de la Ciudad y el Gobierno Nacional han mantenido vínculos mancomunados con las fuerzas de seguridad y han habilitado la impunidad operativa de los Servicios de Inteligencia. Cuesta creer que dichas fuerzas cometan errores tácticos infantiles y que se dejen absorber por la "maldición de las Barras Bravas".
La versión de los hechos se reduce a la influencia determinante de la Barra de River en el ataque la micro de Boca. Una narración circense demasiado pequeña. El Gobierno de la Ciudad y el Gobierno Nacional han mantenido vínculos mancomunados con las fuerzas de seguridad y han habilitado la impunidad operativa de los Servicios de Inteligencia. Cuesta creer que dichas fuerzas cometan errores tácticos infantiles y que se dejen absorber por la "maldición de las Barras Bravas".
Este fin de semana se vio clarito, y lo vio el mundo entero: la Argentina primermundista y globalizada de oligarcas, empresarios trasnacionalizados, neoliberales y contentos que prometieron un paraíso, es un fiasco. (...) En sólo tres años, la destrucción del país que ejecuta un funcionariado de ladrones, corrupt@s y violent@s que manipulan al lumpenaje que constituye el universo de barrabravas, y bestializan a las llamadas “fuerzas de seguridad”, es tan evidente como que el agua moja.Mempo Giardinelli - Así en la tierra como en el cielo
Las consecuencias de tanto cinismo y mentira organizada son inocultables y crecientes: las brutales muertes de Martín Licata en Flores, Rodolfo Orellana en Villa Celina y Marcos Soria en Córdoba –tres jóvenes vidas en una sola semana– son una especie de prolongación de la criminalidad permitida a fuerzas policiales desaforadas como las que mataron a Santiago Maldonado y Rafael Nahuel en la Patagonia, y en Jujuy matan lentamente a Milagro Sala.
Estos tipos siembran odio por doquier y en todos los modos, a la par que estimulan resentimiento en miles, quizás millones, de argentin@s jodidos y maltratados a fuerza de tarifazos y destrucción del sistema productivo y el trabajo. Ayer, en las calles de Núñez, todo eso se vio clarito. Y la película no ha terminado ni mucho menos.
El último domingo, mientras se volvía a suspender el partido, Horacio Rodríguez Larreta, brindó una seudo conferencia de prensa donde no dio explicaciones de lo ocurrido, no del fracaso del operativo de seguridad. Por el contrario, utilizó toda la narración macrista para describir y justificar los hechos. El Jefe de Gobierno de la Ciudad mostró su inoperancia discursiva. Defendió a la fuerza y redujo lo ocurrido en las calles a las Barras. Un simplismo alarmante. Una negación racional pero patológica. Un vacío de gobierno enorme. Larreta no está al margen de la estructura ideológica de Cambiemos. Dinamitó la cuestión social y decidió, al igual que el Gobierno Nacional, ganar la calle por medio de la violencia institucional.Gustavo Ramírez - AGN Prensa Sindical / La Señal Medios
No se puede concentrar el análisis de lo ocurrido a un enfoque especulativo de la desorganización e improvisación en la organización del fútbol. Así como tampoco al mentado germen de la violencia delictiva. Lo que sucedió detonó la crisis interna de Cambiemos en la medida que pauperiza las condiciones políticas de los actores sociales. No hay raptos de individualidades maniqueas, sino conflictos estructurales que se han viralizado entre todos los vasos comunicantes del tejido social. El problema es que la crisis económica aceleró los procesos de deterioro y destrucción he dicho tejido y desarticuló cualquier contención social.
La restauración neoliberal no improvisa en ningún espacio que ocupa. Existe una racionalidad, que es la racionalidad del capital, en este caso el financiero. La ruptura del aparato productivo, la descentralización del trabajo como articulador de la coherencia política, cultural y social, implica la desestructuración de le ejes articuladores en la función de contención.
Por otro lado, la sociedad de hiper – rendimiento exige el desplazamiento del placer lúdico. No hay lugar para el juego. El territorio es ganado por la hiper-competencia. El sujeto social es desujetivado sometido al deseo de triunfo que genera esa misma exigencia. El neoliberalismo ha configurado un nuevo mapa de violencia que nada tiene que ver con las categorías tradicionales. En todo caso lo que generado este proceso es una serie de patologías que se entroncan con la violencia psicológica como nuevo paradigma de la violencia social.
Sin embargo, el último domingo quedó desnudo el discurso de Cambiemos. Entró en crisis el sostén discursivo de su base electoral: Cayó la narración sobre seguridad. Sea cual fuere el entramado que encubren los acontecimientos del fin de semana. La distinción de la ocurrido tiene una erosión significativa en el núcleo central de la base electoral del gobierno. Algo se rompió y ello es significativo.
En el medio de esta coyuntura crítica estamos los hinchas. Las sensaciones personales fueron encontradas. Para los que somos parciales, en la puja deportiva, era un acontecimiento único. Enfrentar al Rival de toda la vida en una instancia decisiva era el marco determinante para el placer de la gloria deportiva, el festejo permanente que se haría carne si se lograba el objetivo. No obstante, con el amanecer del domingo eso desapareció. El hartazgo, el tedio ganaron la batalla. Ya no hubo hincha. Algo definitivamente se terminó. Al cansancio le sucedió la bronca y a la bronca la tristeza.
No es nuevo. Tampoco es la repetición de la historia. A los hinchas nos vedaron primero el acceso a la cancha. Para uno que es del barrio de la Boca la Bombonera fue siempre la prolongación de cierta particularidad de la existencia. No es exagerado. La geografía del barrio mutó una vez que el macrismo entró en Boca y cambió la conformación etaria de la tribuna. Luego, brutalmente, nos prohibieron ver los partidos por la televisión abierta. Esas decisiones fueron políticas, económicas y con consecuencias sociales que la mayoría ignora. Eso es violencia y lo naturalizamos, como se ha naturalizado la cultura del aguante como identidad del futbolero.
Los sectores progresistas tampoco han logrado comprender que el fútbol es un hecho social popular. Sus sociólogos suelen esgrimir argumentos simplistas y de connotación negativa sobre algo que menosprecian sin comprender. No es el fútbol el problema, ni lo somos los hinchas. El problema es el modelo de gobierno que deconstruyó el sentido social de lo popular y al cual la ideología social demócrata del campo popular le fue funcional.
La crisis es grave. Profunda. Y detona el malestar en cada manifestación masiva azuzada por el operativo de las fuerzas de seguridad que este gobierno convirtió en fuerzas represivas. El accionar pedagógico corre por cuenta de los agentes mediáticos. Casi 2.000 policías no pudieron custodiar un micro, cerca de 2.000 periodistas no pudieron dar informaciones verosímiles.
Tal vez Maradona tenía razón y la pelota no se mancha. Pero no habrá mucho que festejar si finalmente el partido se juega. Cabe preguntarse entonces si lo ocurrido en este partido no es más qué una maniobra para militarizar las calles durante el mes de diciembre. Después de todo este gobierno ha trabajado, desde hace casi tres años, como mensajero del miedo.
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