Hace un par de días conocimos a Arnold Schönberg. Hoy conocemos a su discípulo Anton Webern. A ellos hay que sumar Alban Berg (9 de febrero), ya que estos tres inconformistas musicales formaron lo que se llamó Segunda Escuela Vienesa y fueron responsables de una revisión implacable y sistemática de la armonía occidental.
Webern había empezado a estudiar con Schönberg el otoño anterior a la creación de esta pieza, que se adelanta a las radicales innovaciones en armonía, tono, ritmo, dinámica y melodía que causaron un impacto tan profundo en compositores de la segunda mitad del siglo XX.
Entre ellos Pierre Boulez (26 de marzo) y György Ligeti (18 de noviembre). Se inspiró en una excursión a pie que hizo por la Baja Austria con Wilhelmina Mörtl, la mujer con la que se casó tiempo después. Apegado todavía a algunos restos de tonalidad occidental —y contrayendo una deuda de «cromatismo» con Liszt y Wagner—, es una obra desbordante de amor.
Como anotó con lirismo en su diario el propio Webern a sus veintiún años, «andar incesantemente entre las flores, con mi amada junto a mí, sentirse totalmente uno con el Universo, sin preocupaciones, libre como la alondra que surca el cielo. Oh, cuánto esplendor […] Cuando cayó la noche (después de la lluvia), el cielo derramó lágrimas amargas, pero seguí adelante con ella por el camino […] Nuestro amor ascendía a alturas infinitas y llenaba el Universo. Dos almas en éxtasis».
La música de Webern fue acusada por los nazis de «bolchevismo cultural» y de ser «arte degenerado», y a raíz del Anschluss («anexión» de Austria por Alemania) de 1938, se prohibió ejecutar y publicar su música. Este día de 1945, durante la ocupación aliada de Austria, Webern fue abatido a tiros por un soldado estadounidense. Había salido de su casa, cuarenta y cinco minutos antes del toque de queda, al parecer para no molestar a sus nietos, con objeto de fumar un puro que su yerno le había conseguido en el mercado negro y que le había regalado aquella noche.
Clemency Burton-Hill
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