Hace poco escuchaba este dúo en el metro y un pasajero me rozó el brazo y me preguntó si me encontraba bien. «Sí —respondí entrecortadamente—, estoy bien», aunque la verdad es que me moría por culpa de la belleza de esta música. Hablo de algo rabiosamente bello. Y es que no conozco a nadie que oiga esto y se quede impasible: hay que estar loco de atar.
El dúo es de Los pescadores de perlas, ópera de Bizet, que se estrenó en París, tal día como hoy, en 1863, cuando el compositor tenía veinticuatro años. Ambientada en la antigua Ceilán, la peripecia central es la típica de muchas comedias románticas de Hollywood. En dos palabras: dos muchachos se juran amistad eterna, pero la cosa se complica cuando se enamoran de la misma chica. (Ella se enfrenta a su propio dilema: el conflicto entre el amor sacro y el amor profano, dado que es sacerdotisa de Brahma.)
El dúo se canta en el punto más crítico de la relación amistosa, en el Acto I, y lo interpretan los dos pescadores de perlas, Zurga y Nadir, que están a punto de establecer el triángulo amoroso con Leïla, la sacerdotisa.
Et nous change en ennemis! y nos convierte en enemigos.
Non, que rien ne nous sépare! ¡No, que nada nos separe!
Al igual que sucederá en el caso de Carmen, escrita un decenio después, los críticos cargaron contra la ópera. El público se entusiasmó en el estreno, incluso pidió a gritos que Bizet saliera a escena. Pero se representó solo dieciséis veces y no volvió a representarse durante la breve vida del autor.
¡Pero qué dúo, amigos!
Clemency Burton-Hill
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