El futuro ya llegó, hace rato… ¿Qué nombre tiene el futuro? ¿Cómo se deletrea ese infierno en tierra que construyó la condición humana como un legado de crueldades? ¿Qué empujó a dos empleados de seguridad de Coto matar a golpes a un hombre, que en su figura de vejeces y carencias, es el espejo de los vulnerables? Vicente Ferrer se llamaba. Vicente Ferrer, que a los 68 años, osó llevarse un botín millonario de dos chocolates, un queso fresco de 500 gramos y una botella de vidrio de aceite de oliva de medio litro.
Por Claudia Rafael
“Si ves al futuro, dile que no venga”
Juan José Castelli
Juan José Castelli
“El futuro ya llegó, hace rato…”
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota
Los dos custodios están detenidos pero ¿qué lleva a esa porción de humanidad que representan a apedrear, a golpear, a destrozar la vida? Quizás vayan a la cárcel, tal vez sean liberados. Pero ¿qué es un hombre cuando se siente habilitado a despedazar a sus congéneres? ¿Hasta dónde lleva el pasaporte de impunidad que genera el odio al otro para violentar sin freno? Una sociedad que concede cada vez más desprecios y promueve un aplauso generalizado de otros que se plantan en el lugar de regentes del ultraje. Y que se permiten un punitivismo cara a cara que convierte en sherif a los buenos vecinos que se determinan señoras y señores de la justicia. Corrimientos de la mirada social hacia prácticas disciplinatorias que derivan en la muerte.
Los buenos vecinos aplauden. Como aplaude el Estado cuando justifica y avala al policía porteño que asesinó de una patada a Jorge Martín Gómez, de 40 años, en Carlos Calvo al 2600. Y lo eleva a la categoría de héroe como el poder político condecoró socialmente con su abrazo a los Chocobares de todas estas historias.
El futuro ya llegó, hace rato. Un futuro que nos chocamos en cada esquina. Que penetra como penetran las balas que el Estado promueve o deja correr y que vuelan e impactan en la cabeza de nenes como Benjamín Biñale, con sus 8 años. Que se desplomó en el piso de la canchita del club Pablo VI del barrio Las Flores, de Rosario. Ahí donde las armas y las balas corren por las calles y van de mano en mano dejando desnuda la médula de un modelo de perversidades que aporta al mundo narco y al tráfico de armamentos con protección estatal. El último de los niños baleados fue Benja. Con sus 8 años y su avidez por patear la pelota en la canchita de la barriada. Que llegan de a ramilletes al hospital. Cinco en enero; dos, en febrero; cuatro, en marzo y también en abril y uno más en junio. En una estadística que espeja al sistema que busca denodadamente deshacerse por los medios más variados de la infancia: un bebé de escasos meses; otro, de un año; dos entre los dos y los cuatro años. Cinco entre cinco y nueve y siete más entre diez y catorce.
Porque la condición humana es ésta, señoras y señores. Un mundo hostil para los viejos y los niños, para los frágiles y los olvidados, para los vulnerados sistémicos y los estragados.
Benja sigue batallando por su vida y por volver a patear la pelota con sueños de campeón. Vicente Ferrer o Martín Gómez, se quedaron en el camino.
No sólo se trata de un Estado cruel que ordena el disciplinamiento sistémico y tortura, detiene o mata. Se trata de la humanidad. De los seres comunes y corrientes. Con la responsabilidad individual y colectiva de decir basta. De gritar no en mi nombre. De salvar a ese futuro de las garras de la impiedad y hacerlo otro. Con ingredientes que habrá que rescatar, como sea, del fondo de toda tiniebla.
Claudia Rafael
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