"¿Creían que la libertad de prensa y de opinión era un mero asunto de libertades y derechos humano? Pues no, ambas tienen muchas más implicaciones a nivel socioeconómico, porque cuando hay un poder que rige sin ningún tipo de oposición ni voces verdaderamente críticas, lo que acaba ocurriendo es que la represión anti-democrática acaba ejerciéndose allá donde arbitrariamente ese poder (o el cacique de turno, según sea el caso) decide apuntar con su dedo. El valor de la libertad no es sólo el de poder opinar libremente, es que al hacerlo se contribuye a que las voces críticas permitan por lo menos tener la opción de mejorar el sistema, y reencaminarlo cuando ha tomado el rumbo erróneo". Este comentario es parte de esta nota sobre los estragos que produce una sociedad de consumo, sobretodo en sociedades donde está cercenada la libertad de expresión y pensamiento, el caldo de cultivo ideal para que se desarrollen libremente los siete pecados capitales... aún en un país "comunista".
En la vorágine de la vida diaria que nos ha tocado vivir en esta sociedad del siglo XXI, apenas hay tiempo para pararnos a pensar, para la reflexión, para averiguar de dónde venimos y a dónde vamos. Acabamos haciendo las cosas de forma rutinaria, mecánica, como auténticos autómatas.
En China la obesidad se dispara hasta límites inconcebibles, y no, no es sólo porque antes pasasen hambre
China es el gran dragón asiático en el terreno económico, y la pujanza de su economía en las últimas décadas (hasta que ha empezado a frenar) ha sido la envidia y la admiración de propios y ajenos. De la mano de su radical paso desde una economía poco desarrollada a una economía líder en el mundo, hemos asumido como casi estructural el crecimiento cuasi-exponencial de su consumo de carne, de productos elaborados (y más caros), de alimentos procesados (y ultra-procesados), o de bebidas carbonatadas y azucaradas.
Pero no es oro todo lo que reluce en la economía China, ni sólo dinero lo que hay tras todo el brutal incremento de su tasa de obesidad. Para desgracia de los propios chinos, y para sonrojo de los responsables últimos del evidente deterioro de la salud pública en aquel país, esa altísima tasa de obesidad que ahora azota al gigante rojo parece tener unos responsables. Y sí, tratándose de la comunista China, seguramente a algunos les sorprenda.
La noticia saltó recientemente en los medios. No sólo es que China ya haya adelantado oficialmente a EEUU en la tasa de obesidad de la población adulta, sino que incluso uno de cada cinco niños chinos sufre de sobrepeso u obesidad, algo que todavía debería ser más extraño a edades tempranas. En concreto, la “noqueante” cifra exacta que arroja la salud pública de China es que, actualmente, la tasa de sobrepeso en el país asiático ha alcanzado la histórica e inconcebible marca del 42% de la población, según informan en el New York Times. Sí, han leído bien: un 42% de los ciudadanos chinos sufren actualmente de sobrepeso u obesidad, toda una barbaridad sanitaria y… socioeconómica.
Especialmente sorprendente es que esto ocurra en un país que, al igual que Japón o los países mediterráneos, hasta hace bien poco podía enorgullecerse de una dieta rica y variada, además de bastante sana. Hasta hace unos años, el arroz era parte de la dieta básica de los chinos, y no sólo cuando se morían de hambre y miseria recogiendo en los arrozales con los pies mojados hatillos de arroz. Incluso durante buena parte del efervescente boom económico que ha durado décadas, la dieta china ha seguido mayormente siendo rica y variada, con materia prima que va desde las verduras más vitamínicas, hasta exóticas frutas y bayas, e incluso con una nutrida lista de los hoy conocidos como superalimentos.
¿Dónde está entonces el problema y por qué los chinos engordan desde hace unos años como si no hubiese un mañana? Pues como no podía ser de otra forma, a pesar de conservar en buena medida unas tradiciones culinarias dignas de una salud de hierro, lo cierto es que muchos chinos, y especialmente los más jóvenes, han cambiado radicalmente sus hábitos alimenticios. Efectivamente, los chinos consumen ahora otro tipo de alimentos que antes no se podían permitir, como son los lácteos o la carne, pero un incremento del consumo de este tipo de productos no puede justificar semejante salto en la tasa de sobrepeso y obesidad, incluso aunque las cantidades consumidas sean altas: es algo que no ocurre en otros países donde el consumo de estos alimentos "desarrollados" alcanza proporciones similares o incluso superiores.
Así que, recopilando, tenemos que los chinos engordan sin parar, que sus cambios alimenticios más evidentes no acaban de justificar semejante propagación de lo que ya es un problema de salud nacional, y que ahora los chinos tienen mucho más dinero para gastar que hace unas décadas. Pero, con permiso del hermetismo que suele caracterizar a regímenes como el de China, en la era de internet y de los vuelos a precios populares, es inevitable que cualquier sociedad se vaya empapando de lo mejor (y lo peor) de otros mundos.
En este sentido, un simple paseo por alguna de las grandes macro-urbes chinas como Pekin o Sanghai revela un salto cultural abismal entre los chinos más senior, y los más jóvenes. Esto ocurre habitualmente en cualquier sociedad que se precie, con unos jóvenes a los que les gusta por naturaleza romper con lo establecido, pero en China el asunto alcanza el rango de ver dos sociedades diametralmente opuestas conviviendo bajo unos mismos rascacielos.
El modo de vida de los jóvenes chinos no se parece en nada al de sus padres, pero es radicalmente diferente al de sus abuelos. Así, esas costumbres occidentales menos sanas han arraigado con fuerza en una China en la que los ciudadanos gustan de aparentar cierto grado de moderna “occidentalización”, y además abrazar el consumismo “a la china” con yuanes calientes en el bolsillo. Y, merced a la omnipresente publicidad a nivel global, uno de los hábitos que combina ambos factores es el de las bebidas artificiales. Esas que, cuando ves un anuncio, parece que si las bebes eres “lo más de lo más”. Esa moda también ha alcanzado a los chinos, y especialmente a los más jóvenes.
Ya analizamos en el pasado cómo, también en otros países como México, el crecimiento del consumo de las bebidas azucaradas había traído numerosos problemas de salud al país. Hasta tal punto esto fue así, que las autoridades mexicanas pusieron en marcha una tasa del azúcar para tratar de paliar la situación. Independientemente de los resultados que dicha tasa arrojase en cuanto a efectividad, lo cierto es que aquellos incrementos en problemas de salud, como la diabetes o la obesidad, también se han reproducido en China, y casualmente en ambos países el consumo de bebidas azucaradas se ha disparado en los años precedentes.
¿Pero realmente cómo puede ser que dos países con culturas gastronómicas tan diferentes, y con una herencia cultural tan fuerte y tan distinta, acaben en lo mismo? Bueno, tal vez las cifras de ventas de bebidas azucaradas tan sólo sean la punta del iceberg, y que sean más un resultado que una causa. Aunque este punto concreto no está debidamente documentado en el caso de México como para encajar con los estándares de rigor de estas líneas, lo que es cierto es que, en el caso de China, el incremento del consumo de las bebidas carbonatadas ha venido de la mano de una intensa actividad de los lobbies del sector.
Y ya no es sólo una frenética actividad (que teóricamente es totalmente legal): el hecho es que los denominados “grupos de interés”, según informaba el NYT en el enlace anterior, incluso comparten significativamente oficina con los organismos e institutos oficiales que velan por la salud de la población. Como decían en el pueblo de mis abuelos, “esto es meter al zorro en el gallinero”, porque como comprenderán, no tiene mucho sentido (ni siquiera organizativo) el poner a los lobbies de un grupo de interés como es el de las bebidas azucaradas estando codo con codo con los que en realidad deberían estar vigilantes ante ellos. La posible intencionalidad tras ello no puede ser descartada, y la coincidencia resulta ciertamente sospechosa: en cualquier empresa, se trata de poner juntos a las áreas que trabajan una con otra más intensamente.
Y es una estimación de este intenso “trabajo” lo que ha tratado de analizar y documentar el excelente artículo de investigación del New York Times. Así, como podrán leer en este enlace, llama poderosamente la atención cómo, en la actual coyuntura de emergencia de salud nacional, las campañas oficiales destinadas a combatir el sobrepeso siguen incidiendo mucho en hacer ejercicio, pero sospechosamente casi nunca entran siquiera a citar ni promover la importancia de limitar la ingesta de bebidas azucaradas y comida basura. Vamos, que las autoridades chinas se saltan "a la torera" lo de que comer bien (o al menos mejor) es la A para empezar a perder peso y, sobre todo, para tener buenos hábitos alimenticios y poder gozar de buena salud.
El NYT informaba cómo ese mensaje de ensalzamiento exclusivamente del deporte y la actividad diaria es un producto prefabricado, mayormente alumbrado desde gigantes occidentales que producen productos poco saludables. De hecho, incluso hay dos estudios que documentan esta relación y la actividad desde hace décadas con esos gigantes de la “dieta basura”, y que han venido trabajando por “horadar” los recovecos de la ciencia china, y por contribuir a “dar forma” a las políticas públicas en relación con la obesidad y la nutrición. Y ha sido el “Journal of Public Health Policy” el que ha publicado estos dos estudios, en los que se relevaba cómo el vehículo utilizado por las multinacionales para ganar esta influencia ha sido el denominado “International Life Sciences Institute” (ILSI).
Este instituto es una organización mundial con sede en Washington, que parece ser un brazo instrumental respaldado también desde instancias oficiales chinas clave, y que persigue mitigar en China (entre otros) el creciente clamor por alumbrar una regulación alimentaria y por gravar con impuestos las bebidas azucaradas, tal y como ha ocurrido en Occidente. El ILSI tiene sucursales en 17 países, la mayor parte de los cuales son países emergentes, y en ellos se define a sí mismo como “puente” entre científicos, instancias oficiales y compañías multinacionales de alimentación.
Pero es que en el caso concreto de China que nos ocupa hoy, esta relación a tres bandas es especialmente intensa y espacialmente conexa, casualmente tanto como ha podido ser su incremento en las tasas de obesidad. Así, el ILSI dirige sus operaciones en el país asiático desde dentro del mismísimo Centro Gubernamental para la Prevención y Control de Enfermedades, ubicado en Pekín. Ahí es nada; ¿Mera convivencia decían?.
Hasta tal punto esto podría ser así que, cuando la redacción del NYT se puso en contacto con este centro para que se pronunciase sobre los nuevos estudios, el ministerio del gobierno que envió la respuesta oficial lo hizo desde la cuenta de email del director del ILSI, en vez de usar una cuenta gubernamental. Por supuesto, como no podía ser de esta forma, el director del polémico grupo de interés niega por la mayor, y afirma que su grupo siempre ha enfatizado tanto la importancia de hacer ejercicio físico, como de llevar una dieta equilibrada, y que sus actividades se basan en la ciencia y no están influenciadas por ninguna empresa. Vamos, una respuesta política de guión.
Susan Greenhalgh es una científica social y una experta en China de la Universidad de Harvard, y es la autora de los dos estudios de la discordia. Sus descubrimientos fueron hechos en base a entrevistas personales con oficiales chinos, científicos, y revisando en detalle abundante documentación pública generada por compañías del sector y por el polémico ILSI. Las conclusiones de mayor calado de la profesora Greenhalgh son que el caso chino ha acabado siendo tan escandaloso porque el sector de la “dieta basura” ha encontrado en China un terreno abonado para sus fines, al ser un país sin prensa libre, ni organizaciones independientes que puedan osar criticar ninguna instancia oficial ni sus relaciones e intereses para con cualquier sector (o al menos no sin consecuencias severas).
Y donde algunos sectores alardeaban de la infinita capacidad del gobierno chino de imponer su autoridad para así poder subsanar cualquier tipo de problema socioeconómico, como régimen autoritario que es, la realidad demuestra al final que la democracia es el “menos peor” de los sistemas. Así, en China, en vez de haber podido dirigir fidedignamente los designios más azucarados del país, la pregunta que procede es: ¿Y cómo es que los interesados lobbies encontraron un interlocutor "válido" para sus fines en la todopoderosa jerarquía china? Una oveja negra dirán algunos. Pues bien, según los expertos anteriormente citados, todo parece apuntar a que debe ser negro casi todo el rebaño de ciertas agencias de nutrición, a juzgar por los devastadores efectos sobre el común de los mortales (nunca mejor dicho) chinos...
A la vez, pasaron también a exportar la receta más azucarada de su éxito a terceros países que todavía eran un mercado fácil: aquellos en los que, tanto una función pública con "deficiencias", como el bajo nivel cultural y consciencia sobre los hábitos alimenticios, les permitía “desarrollar” su negocio sin tediosos obstáculos. Y así está ahora China (y en menor medida también otros países): con tanto azúcar como obesidad, diabetes e hipertensión, pero prometiendo que tanto uno como otras sigan batiendo récords: de una manera u otra, esto seguirá siendo así mientras que no haya un contrapeso socioeconómico de verdad que se preocupe por la salud de sus ciudadanos (léase: prensa más libre e institutos independientes).
¿Creían que la libertad de prensa y de opinión era un mero asunto de libertades y derechos humano? Pues no, ambas tienen muchas más implicaciones a nivel socioeconómico, porque cuando hay un poder que rige sin ningún tipo de oposición ni voces verdaderamente críticas, lo que acaba ocurriendo es que la represión anti-democrática acaba ejerciéndose allá donde arbitrariamente ese poder (o el cacique de turno, según sea el caso) decide apuntar con su dedo. El valor de la libertad no es sólo el de poder opinar libremente, es que al hacerlo se contribuye a que las voces críticas permitan por lo menos tener la opción de mejorar el sistema, y reencaminarlo cuando ha tomado el rumbo erróneo.
Otra cosa es que se consiga hasta sus últimas consecuencias o no, y para muestra el mejorable estado actual de algunos países “desarrollados”. Pero cuando es seguro que no se consigue (casi) nada de nada es cuando cualquier voz disidente es acallada con un puño de hierro. Entonces ni opción a mejorar con autocrítica ni rastro de ella.
Nuestras socioeconomías desarrolladas no son ni mucho menos perfectas, de hecho, somos verdaderamente el origen del que parten algunas empresas de ética tan censurable, y que se dedican a promulgar por los países más vulnerables las bondades del modo de vida más azucarado, para mero beneficio de sus cuentas de resultados. Pero no es menos cierto que, en un mundo global, poco se puede decir ya de la sede teórica de una compañía, en unos océanos en los que los tiburones no tienen más nacionalidad que la de incrementar mediante (casi) cualquier medio su cifra de negocios, y cambian de mar (y de bandera) casi a voluntad si la situación lo requiere.
Y oigan, que esto tampoco es un alegato en contra de nuestras empresas. Nada más lejos de la intención de estas líneas. Pero simplemente, al navegar sobre la balsa en este vasto océano, no se puede cometer el error de cerrar los ojos ante las aletas de tiburón en el horizonte. Porque hay tiburones, tiburones asesinos, tiburones sanguinarios, y además toda una rica biodiversidad de fauna marino-empresarial de la que los tiburones tan sólo son una pequeña fracción.
No se puede culpar a todos por los mordiscos de unos pocos pero, lamentablemente, cuando el tiburón se queda sin presas con las que saciarse por estos lares, va a irse a buscar nuevas costas en las que ensañarse con otros bañistas que todavía sean confiados y estén desprevenidos. Así que las socioeconomías occidentales todavía pueden mejorar en aquello de que “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti mismo”. Los que hagan lo contrario se convierten automáticamente en depredadores socioeconómicos, y sus dentelladas pueden ser muy dolorosas, e incluso letales, especialmente para los que por desgracia no tienen ninguna protección.
En la vorágine de la vida diaria que nos ha tocado vivir en esta sociedad del siglo XXI, apenas hay tiempo para pararnos a pensar, para la reflexión, para averiguar de dónde venimos y a dónde vamos. Acabamos haciendo las cosas de forma rutinaria, mecánica, como auténticos autómatas.
En China la obesidad se dispara hasta límites inconcebibles, y no, no es sólo porque antes pasasen hambre
China es el gran dragón asiático en el terreno económico, y la pujanza de su economía en las últimas décadas (hasta que ha empezado a frenar) ha sido la envidia y la admiración de propios y ajenos. De la mano de su radical paso desde una economía poco desarrollada a una economía líder en el mundo, hemos asumido como casi estructural el crecimiento cuasi-exponencial de su consumo de carne, de productos elaborados (y más caros), de alimentos procesados (y ultra-procesados), o de bebidas carbonatadas y azucaradas.
Pero no es oro todo lo que reluce en la economía China, ni sólo dinero lo que hay tras todo el brutal incremento de su tasa de obesidad. Para desgracia de los propios chinos, y para sonrojo de los responsables últimos del evidente deterioro de la salud pública en aquel país, esa altísima tasa de obesidad que ahora azota al gigante rojo parece tener unos responsables. Y sí, tratándose de la comunista China, seguramente a algunos les sorprenda.
Una tasa de obesidad disparada hasta límites inconcebibles
Especialmente sorprendente es que esto ocurra en un país que, al igual que Japón o los países mediterráneos, hasta hace bien poco podía enorgullecerse de una dieta rica y variada, además de bastante sana. Hasta hace unos años, el arroz era parte de la dieta básica de los chinos, y no sólo cuando se morían de hambre y miseria recogiendo en los arrozales con los pies mojados hatillos de arroz. Incluso durante buena parte del efervescente boom económico que ha durado décadas, la dieta china ha seguido mayormente siendo rica y variada, con materia prima que va desde las verduras más vitamínicas, hasta exóticas frutas y bayas, e incluso con una nutrida lista de los hoy conocidos como superalimentos.
¿Dónde está entonces el problema y por qué los chinos engordan desde hace unos años como si no hubiese un mañana? Pues como no podía ser de otra forma, a pesar de conservar en buena medida unas tradiciones culinarias dignas de una salud de hierro, lo cierto es que muchos chinos, y especialmente los más jóvenes, han cambiado radicalmente sus hábitos alimenticios. Efectivamente, los chinos consumen ahora otro tipo de alimentos que antes no se podían permitir, como son los lácteos o la carne, pero un incremento del consumo de este tipo de productos no puede justificar semejante salto en la tasa de sobrepeso y obesidad, incluso aunque las cantidades consumidas sean altas: es algo que no ocurre en otros países donde el consumo de estos alimentos "desarrollados" alcanza proporciones similares o incluso superiores.
Así que, recopilando, tenemos que los chinos engordan sin parar, que sus cambios alimenticios más evidentes no acaban de justificar semejante propagación de lo que ya es un problema de salud nacional, y que ahora los chinos tienen mucho más dinero para gastar que hace unas décadas. Pero, con permiso del hermetismo que suele caracterizar a regímenes como el de China, en la era de internet y de los vuelos a precios populares, es inevitable que cualquier sociedad se vaya empapando de lo mejor (y lo peor) de otros mundos.
En este sentido, un simple paseo por alguna de las grandes macro-urbes chinas como Pekin o Sanghai revela un salto cultural abismal entre los chinos más senior, y los más jóvenes. Esto ocurre habitualmente en cualquier sociedad que se precie, con unos jóvenes a los que les gusta por naturaleza romper con lo establecido, pero en China el asunto alcanza el rango de ver dos sociedades diametralmente opuestas conviviendo bajo unos mismos rascacielos.
El modo de vida de los jóvenes chinos no se parece en nada al de sus padres, pero es radicalmente diferente al de sus abuelos. Así, esas costumbres occidentales menos sanas han arraigado con fuerza en una China en la que los ciudadanos gustan de aparentar cierto grado de moderna “occidentalización”, y además abrazar el consumismo “a la china” con yuanes calientes en el bolsillo. Y, merced a la omnipresente publicidad a nivel global, uno de los hábitos que combina ambos factores es el de las bebidas artificiales. Esas que, cuando ves un anuncio, parece que si las bebes eres “lo más de lo más”. Esa moda también ha alcanzado a los chinos, y especialmente a los más jóvenes.
Pero, ¿Y todo este brusco cambio de tendencia a qué se debe exactamente?
¿Pero realmente cómo puede ser que dos países con culturas gastronómicas tan diferentes, y con una herencia cultural tan fuerte y tan distinta, acaben en lo mismo? Bueno, tal vez las cifras de ventas de bebidas azucaradas tan sólo sean la punta del iceberg, y que sean más un resultado que una causa. Aunque este punto concreto no está debidamente documentado en el caso de México como para encajar con los estándares de rigor de estas líneas, lo que es cierto es que, en el caso de China, el incremento del consumo de las bebidas carbonatadas ha venido de la mano de una intensa actividad de los lobbies del sector.
Y ya no es sólo una frenética actividad (que teóricamente es totalmente legal): el hecho es que los denominados “grupos de interés”, según informaba el NYT en el enlace anterior, incluso comparten significativamente oficina con los organismos e institutos oficiales que velan por la salud de la población. Como decían en el pueblo de mis abuelos, “esto es meter al zorro en el gallinero”, porque como comprenderán, no tiene mucho sentido (ni siquiera organizativo) el poner a los lobbies de un grupo de interés como es el de las bebidas azucaradas estando codo con codo con los que en realidad deberían estar vigilantes ante ellos. La posible intencionalidad tras ello no puede ser descartada, y la coincidencia resulta ciertamente sospechosa: en cualquier empresa, se trata de poner juntos a las áreas que trabajan una con otra más intensamente.
Y es una estimación de este intenso “trabajo” lo que ha tratado de analizar y documentar el excelente artículo de investigación del New York Times. Así, como podrán leer en este enlace, llama poderosamente la atención cómo, en la actual coyuntura de emergencia de salud nacional, las campañas oficiales destinadas a combatir el sobrepeso siguen incidiendo mucho en hacer ejercicio, pero sospechosamente casi nunca entran siquiera a citar ni promover la importancia de limitar la ingesta de bebidas azucaradas y comida basura. Vamos, que las autoridades chinas se saltan "a la torera" lo de que comer bien (o al menos mejor) es la A para empezar a perder peso y, sobre todo, para tener buenos hábitos alimenticios y poder gozar de buena salud.
De la convivencia a la posible connivencia
Este instituto es una organización mundial con sede en Washington, que parece ser un brazo instrumental respaldado también desde instancias oficiales chinas clave, y que persigue mitigar en China (entre otros) el creciente clamor por alumbrar una regulación alimentaria y por gravar con impuestos las bebidas azucaradas, tal y como ha ocurrido en Occidente. El ILSI tiene sucursales en 17 países, la mayor parte de los cuales son países emergentes, y en ellos se define a sí mismo como “puente” entre científicos, instancias oficiales y compañías multinacionales de alimentación.
Pero es que en el caso concreto de China que nos ocupa hoy, esta relación a tres bandas es especialmente intensa y espacialmente conexa, casualmente tanto como ha podido ser su incremento en las tasas de obesidad. Así, el ILSI dirige sus operaciones en el país asiático desde dentro del mismísimo Centro Gubernamental para la Prevención y Control de Enfermedades, ubicado en Pekín. Ahí es nada; ¿Mera convivencia decían?.
Hasta tal punto esto podría ser así que, cuando la redacción del NYT se puso en contacto con este centro para que se pronunciase sobre los nuevos estudios, el ministerio del gobierno que envió la respuesta oficial lo hizo desde la cuenta de email del director del ILSI, en vez de usar una cuenta gubernamental. Por supuesto, como no podía ser de esta forma, el director del polémico grupo de interés niega por la mayor, y afirma que su grupo siempre ha enfatizado tanto la importancia de hacer ejercicio físico, como de llevar una dieta equilibrada, y que sus actividades se basan en la ciencia y no están influenciadas por ninguna empresa. Vamos, una respuesta política de guión.
Susan Greenhalgh es una científica social y una experta en China de la Universidad de Harvard, y es la autora de los dos estudios de la discordia. Sus descubrimientos fueron hechos en base a entrevistas personales con oficiales chinos, científicos, y revisando en detalle abundante documentación pública generada por compañías del sector y por el polémico ILSI. Las conclusiones de mayor calado de la profesora Greenhalgh son que el caso chino ha acabado siendo tan escandaloso porque el sector de la “dieta basura” ha encontrado en China un terreno abonado para sus fines, al ser un país sin prensa libre, ni organizaciones independientes que puedan osar criticar ninguna instancia oficial ni sus relaciones e intereses para con cualquier sector (o al menos no sin consecuencias severas).
Y donde algunos sectores alardeaban de la infinita capacidad del gobierno chino de imponer su autoridad para así poder subsanar cualquier tipo de problema socioeconómico, como régimen autoritario que es, la realidad demuestra al final que la democracia es el “menos peor” de los sistemas. Así, en China, en vez de haber podido dirigir fidedignamente los designios más azucarados del país, la pregunta que procede es: ¿Y cómo es que los interesados lobbies encontraron un interlocutor "válido" para sus fines en la todopoderosa jerarquía china? Una oveja negra dirán algunos. Pues bien, según los expertos anteriormente citados, todo parece apuntar a que debe ser negro casi todo el rebaño de ciertas agencias de nutrición, a juzgar por los devastadores efectos sobre el común de los mortales (nunca mejor dicho) chinos...
A la conquista de nuevos mercados y… de nuevos estómagos
Realmente, la expansión de las compañías de la “dieta basura” por los países emergentes puede ser vista como una reacción empresarial con la que buscan, no ya expandir su negocio, sino mantenerlo en un entorno por el que, en los países occidentales, ya se había puesto el foco en lo perjudicial para sus ciudadanos del modo de vida que estas compañías promulgan. Ante el retroceso tanto de su “estilo de vida” azucarado, como de sus cifras de negocio, muchas compañías optaron por sacar en Occidente nuevas líneas de productos con nuevos componentes que no provocasen tantas reticencias en los consumidores de los países desarrollados.A la vez, pasaron también a exportar la receta más azucarada de su éxito a terceros países que todavía eran un mercado fácil: aquellos en los que, tanto una función pública con "deficiencias", como el bajo nivel cultural y consciencia sobre los hábitos alimenticios, les permitía “desarrollar” su negocio sin tediosos obstáculos. Y así está ahora China (y en menor medida también otros países): con tanto azúcar como obesidad, diabetes e hipertensión, pero prometiendo que tanto uno como otras sigan batiendo récords: de una manera u otra, esto seguirá siendo así mientras que no haya un contrapeso socioeconómico de verdad que se preocupe por la salud de sus ciudadanos (léase: prensa más libre e institutos independientes).
¿Creían que la libertad de prensa y de opinión era un mero asunto de libertades y derechos humano? Pues no, ambas tienen muchas más implicaciones a nivel socioeconómico, porque cuando hay un poder que rige sin ningún tipo de oposición ni voces verdaderamente críticas, lo que acaba ocurriendo es que la represión anti-democrática acaba ejerciéndose allá donde arbitrariamente ese poder (o el cacique de turno, según sea el caso) decide apuntar con su dedo. El valor de la libertad no es sólo el de poder opinar libremente, es que al hacerlo se contribuye a que las voces críticas permitan por lo menos tener la opción de mejorar el sistema, y reencaminarlo cuando ha tomado el rumbo erróneo.
Otra cosa es que se consiga hasta sus últimas consecuencias o no, y para muestra el mejorable estado actual de algunos países “desarrollados”. Pero cuando es seguro que no se consigue (casi) nada de nada es cuando cualquier voz disidente es acallada con un puño de hierro. Entonces ni opción a mejorar con autocrítica ni rastro de ella.
Nuestras socioeconomías desarrolladas no son ni mucho menos perfectas, de hecho, somos verdaderamente el origen del que parten algunas empresas de ética tan censurable, y que se dedican a promulgar por los países más vulnerables las bondades del modo de vida más azucarado, para mero beneficio de sus cuentas de resultados. Pero no es menos cierto que, en un mundo global, poco se puede decir ya de la sede teórica de una compañía, en unos océanos en los que los tiburones no tienen más nacionalidad que la de incrementar mediante (casi) cualquier medio su cifra de negocios, y cambian de mar (y de bandera) casi a voluntad si la situación lo requiere.
No se puede culpar a todos por los mordiscos de unos pocos pero, lamentablemente, cuando el tiburón se queda sin presas con las que saciarse por estos lares, va a irse a buscar nuevas costas en las que ensañarse con otros bañistas que todavía sean confiados y estén desprevenidos. Así que las socioeconomías occidentales todavía pueden mejorar en aquello de que “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti mismo”. Los que hagan lo contrario se convierten automáticamente en depredadores socioeconómicos, y sus dentelladas pueden ser muy dolorosas, e incluso letales, especialmente para los que por desgracia no tienen ninguna protección.
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