"La filantropía puede asumir riesgos que otros no asumen ni asumirán".
Fundación Rockefeller
La idea básica actual vuelve a hacer pie en la cooperación al igual que el gran reseteo, todo tiene que ver con la gobernanza mundial. En este caso es la cooperación en un mundo fragmentado, por lo que, el concepto fragmentación, saldrá hasta en la sopa de todos los periódicos, textos, etc. La idea es básicamente la misma, aprovechar la inercia de ciertos perfiles que modificaron la ingeniería social durante la pandemia y ponerla a su disposición y beneficio. Quienes gobiernan el mundo y se quedan con su riqueza, quieren convencer a los simples mortales de la necesidad de ir modificando nuestros patrones de consumo, a la baja por cierto, nuestros patrones de ahorro y de inversión, este último central, con el fin de concentrar aún más los beneficios.
Pero los puntos de referencia y los criterios para ejecutarlos a menudo son dudosos o turbios; de hecho, siempre son inciertos y ambiguos. Ya que se trata de engaña a los consumidores, inversores y reguladores con narrativas falsas. No estamos hablando de promotores de la globalización ni del liberalismo y menos del libre comercio, estamos hablando de ingenieros sociales que quieren controlar la regionalización para su propio beneficio con la valiosa ayuda del sector financiero, el aporte de las multinacionales y la inestimable contribución del presupuesto estatal.
Y, la verdad, los resultados pospandemia han sido todo un triunfo para Davos. La ONG Oxfam asegura que desde el inicio de la pandemia de coronavirus un 1% de la población mundial acaparó, durante los últimos dos años, casi dos terceras partes de la nueva riqueza generada, alrededor del doble que el 99% restante.
En gran parte de los últimos 40 años, los políticos estadounidenses y mundiales actuaron como si el mundo fuera plano. Inmersos en la corriente dominante del pensamiento económico neoliberal, asumieron que el capital, los bienes y las personas irían a donde fueran más productivos para todos. Si las empresas crearan puestos de trabajo en el extranjero, donde era más barato hacerlo y los beneficios de la cadena de producción eran mayores, las pérdidas de empleo nacional se verían compensadas por los beneficios para los consumidores, bienes más económicos. Mientras los países pobres reducían los salarios para que las multinacionales los insertaran en las cadenas de producción.
Sin embargo, a pesar de 40 años de malestar de la clase media, las administraciones tanto demócratas, republicanas y socialdemócratas del mundo han impulsado políticas de globalización y laissez-faire sin crear redes de seguridad social que hubieran convertido, no solo en el discurso, sino en la realidad un laissez-faire más justo. Los golpes que han recibido los trabajadores a nivel mundial y especial los estadounidenses promedio en términos de desigualdad, estancamiento de salarios, destrucción de empleos, son muy profundos.
Desde comienzos del siglo XXI, los dos mayores beneficiarios de la globalización neoliberal han sido el Estado chino y las empresas multinacionales. La crisis financiera de 2008–2009, la pandemia y la guerra en Ucrania expusieron las vulnerabilidades del sistema, desde los desequilibrios de capital hasta las interrupciones de la cadena de suministro y la agitación geopolítica. Los países ahora quieren más cercanía en sus cadenas de suministro para productos cruciales como microchips, energía y minerales de tierras raras. La idea de que la economía global debe volver a ponerse al servicio de las necesidades nacionales está ganando fuerza y el relato de “vuelta a casa” (Homecoming) es la nueva guía espiritual de Davos, de las multinacionales y del sistema financiero. Adiós globalización, bienvenida la regionalización.
La nueva estrategia industrial tiene mucho de vieja y apunta a reestructurar las cadenas de suministro para que sean menos dispersas. La forma exacta del próximo orden económico posneoliberal aún no está clara, pero probablemente será mucho más local, heterodoxa, complicada y multipolar que la anterior. Podría decirse que es justo como debería ser, la política tendrá lugar a nivel del Estado-Nación. Los formuladores de políticas pensarán en que la economía ya no se trata de quién eres, sino de dónde estás.
La actual desigualdad global de oportunidades significa que lo que más importa para tus condiciones de vida es la buena o mala suerte de tu lugar de nacimiento. La desigualdad entre los diferentes lugares del mundo es mucho mayor que la diferencia que puedes hacer por tu cuenta. Cuando se nace en un lugar pobre, donde muere uno de cada diez niños, no se podrá reducir las probabilidades de los bebés mueran al nivel promedio de los países con la mejor salud infantil. No puede volverse saludable y rico por su cuenta: las sociedades progresan, no los individuos.
Lo peor es que la desigualdad debido al modelo imperante tiende a una mayor concentración entre países y dentro de los países. O sea, la desigualdad se afianza y se trasladara hacia el interior y esta idea queda aterradoramente expuesta en la poca movilidad y capacidad de lucha de los trabajadores a lo largo de los años. Estados Unidos es un caso emblemático de lo hecho y lo que se pretende arreglar laboralmente.
Los gráficos que siguen dicen más que las palabras en relación a lo que ha sucedido con la globalización. El primer cuadro tiene que ver con la publicación de la Oficina de Estadísticas Laborales de EEUU del valor real de la hora de trabajo o lo que sería el salario real, desde 1964-2019, como muestra el cuadro el valor real de la hora trabaja en 2019 es exactamente el mismo que en febrero de 1973. Peor aún, desde 1970-2020 la cantidad de paros y personas involucrados en conflictos laborales ha caído estrepitosamente. Lo fatal es que para mantener los salarios la cantidad de horas trabajadas en 1983 era de 1816 y en 2015 de 1861, 45 horas más que 32 años antes.
Productividad por hora trabajada en dólares la hora
El broche de oro de la explicación de la concentración del ingreso, para seguir con el ejemplo de los Estados Unidos, se encuentra a la vista. Los trabajadores producen un 80% más de valores por hora, y además la cantidad de hora trabajadas con mayor productividad aumentó mientras que sus sueldos siguen igual, o sea, los beneficios completos van a parar a los dueños del capital. Y como si nada sucediera, esto ocurre sin protestas, sin movilizaciones y con quejas menores, a no ser la votación de Trump.
En el mundo sucede lo mismo, el incremento de la productividad desde los años setenta del siglo pasado en adelante es exponencial, mientras que los salarios reales se mantienen constantes o caen, la cantidad de horas trabajadas aumenta y la concentración del ingreso se afianza con protestas mínimas. Tanto Brasil como Argentina son un ejemplo didáctico de lo que pasó y del futuro esperado.
En ambos países la productividad se disparó, los salarios cayeron de manera estrepitosa en dólares, y durante los gobiernos de derecha, los reclamos mermaron en comparación con los realizados con gobiernos progresista que escuchan sus reclamos. Si bien los cuadros muestran el caso argentino, el de Brasil es, a grandes rasgos, similar.
La secuencia es muy clara. Brutal aumento de la productividad que no se condice con incrementos salariales, mayores empleos con sueldos de pobreza, flexibilización laboral y aumento exponencial de la informalidad. Esta idea, unida a la inflación, desbarató por completo el poder de compra de los trabajadores, redujo el costo de producción, y por sobretodo, incrementó la tasa de beneficios de las empresas, bancos, y servicios, o sea, permitió que quienes más tienen se lleven más de la torta.
Al igual que el mundo neoliberal, el mundo posneoliberal traerá desafíos además de oportunidades. La desglobalización, por ejemplo, estará acompañada por una serie de tendencias inflacionarias en el corto plazo. Durante demasiado tiempo se han utilizado en Latinoamérica modelos económicos obsoletos para tratar de dar sentido a su mundo que cambia rápidamente. Eso no funcionó en el apogeo de la manía neoliberal en la década de 1990, y ciertamente no funcionará hoy.
Lo que sí queda claro es que los estadounidenses han decidido que sus empresas tienen que dar trabajo en cercanía, a su población o a los países limítrofes con quienes pueden obtener beneficios. También está claro que el modelo extraccionista de salarios bajos es el que se quiere imponen en los dos mayores países de América del Sur.
Los BRIC+ son una esperanza, y quizás con ellos, como dice el licenciado Gerardo de Santis, podamos tener el mínimo grado de libertad y competencia externa con empresas estatales, que compren más caro a los productores y vendan externamente trayendo dólares tan necesarios, sin quedar atados a las multinacionales del sector externo. También podrían vender internamente a precios subsidiados para ser más competitivos.
América Latina es un gran ejemplo de
que el Estado funciona, sobre todo, en Argentina. Empresas petroleras
exitosas, tanto como los modelos educativo y sanitario. Pero con esta
concentración del ingreso y la falta de protesta y movilización, las
mayorías de la población no pueden tener un final feliz, para entusiasmo
de Davos.
Comments
Post a Comment