LightbulbSun nos recuerda a los gélidos y bucólicos islandeses, siguiendo con su estilo propio, quizás cansando a alguno más que a otro pero sin dejar de desmerecerlos porque encontraron su sonido y despliegan siempre su musicalidad, que es un choque de magia e instrumentos, y palabras que la mayoría de sus oyentes nunca entenderán. Un álbum de profunda belleza con el toque comercial justo para vender millones, pero sin regalarse al sistema y seguir cultivando su estilo que los hizo tan conocidos, porque ya sea que lo quisieran o no, Sigur Rós hizo aquí un disco muy accesible que aún encarna su sonido único y con ese potencial emocionalmente paralizante que parece salido de la final del mundial de Qatar. Su música, aunque simple, puede sonar maravillosa, con muchas cuerdas que se usan en casi todos los temas del disco, con muchos instrumentos y músicos invitados. Así que si no lo escuchaste, te lo recomiendo encarecidamente, a vos y a cualquiera que quiera escuchar un álbum innovador.
Año: 2005
Género: Post-Rock
Nacionalidad: Islandia
Takk... (Gracias...) es el cuarto álbum de estudio del grupo musical de post-rock islandés Sigur Rós. Fue lanzado el 12 de septiembre de 2005.Wikipedia
Los primeros singles, Glósóli y Sæglópur, fueron lanzados el 15 y el 16 de agosto de 2005, respectivamente. El single Hoppípolla fue lanzado en el Reino Unido el 28 de noviembre de 2005 y entró al UK Singles Chart en el puesto #35 el 4 de diciembre. Tras su relanzamiento en mayo de 2006, alcanzó el puesto #24.
En Estados Unidos, Takk... vendió cerca de 30.000 copias durante su primera semana tras el lanzamiento. El 7 de abril de 2006 el álbum fue certificado como disco de oro por la British Phonographic Industry tras registrar más de 100.000 copias compradas en el Reino Unido. En total, Takk... ha vendido más de 800.000 discos en todo el mundo.[cita requerida]
La BBC ha usado frecuentemente canciones de Takk... para sus programas. Hoppípolla fue utilizado como música de fondo para los trailers de la aclamada serie documental Planeta Tierra.
El tema Hoppípolla tema fue utilizado también por RTVE para una campaña de promoción interna de sus canales temáticos.
Nos guste más o menos el grupo hay que reconocer que las aportaciones de la banda en cuanto a lo musical son, cuanto menos, destacables.
La experimentación post-rock de algunos grupos como estos islandeses Sigur Rós podrá cautivar a algunos con sus disposiciones noise-art-pop e irritar a otros con un coñazo insufrible de ruidos ambientales y texturas autocomplacientes. Aunque bueno, siempre, y para bien, existe un término medio.AlohaCriticón
“Takk” (2005) es el cuarto disco del grupo y otro recorrido emocional a través de un mejunje entre art-pop, new age, música orquestal y ambientes psicoprogresivos con lujosos arreglos etéreo-espaciales.
Todo ello enfocado en la creación de atmósferas preciosistas-noise con voces andrógino-evocativas (en ocasiones fantasmagóricas y operísticas) en piezas lentas (muy extensas) con crescendos en clímax intensos a nivel sensorial, ornamentados con arreglos de cuerda, glockenspiel, celeste, pianos, trompetas...
A veces el álbum resulta bastante aburrido, pretencioso, y repetitivo (en especial la voz, en muchas ocasiones bastante insoportable), y otras detenta una extraña sensación de placentera belleza en la exposición post-rock de pasajes sonoros que dibujan escenarios relajantes, cautivadores, fríos pero emocionales, generados por una combinación de instrumentación experimental y voces ululantes.
Probablemente lo mejor del álbum se encuentre en piezas como “Saeglopur”, con un sencillo piano y un glockenspiel que parece simular gotas de lluvia. El desarrollo del tema alcanza en su crescendo momentos de épica emocional con la percusión, el fondo noise, la intensa voz de Jonsi Birgisson y los épicos arreglos de cuerda.
La balada “Hoppipolla”, contiene también bellos pianos y una disposición pop (orquestal) más asequible para los menos gustosos de la experimentación, “Glosoli”, es como mezclar a Enya con My Bloody Valentine y el desfile del ejército ruso por la Plaza Roja, mientras que “Sé Lest” tiene una interesante sonoridad con xilófono y celeste, un desarrollo bastante pelmazo y una parte final divertida en plan dixieland.
“Gong” es otro de los cortes más escuchables (por lo menos no dura doce minutos en un desarrollo onanista), con una melodía dream-pop, elegantes cuerdas, una suave batería, guitarras jangle y la voz afectada, caricaturesca e insufrible de siempre intentando transferirnos emocionalidad en crescendo. Lo conseguirá con algunos. Les estremecerá. Les fascinará. A mí me termina hastiando tanta pomposidad, tanta grandilocuencia repetitiva.
Como dije alguna vez, a mi me resultan monótonos y me cansan aunque no dejo de reconocer su arte. Pero no voy a escribir tanto si en este comentario dicen más o menos lo mismo que pienso yo:
La cuestión Sigur Rós es una de las más imposibles de abordar desde la falsa equidistancia. Es un tópico: o los amas o los odias. Resulta sorprendente, no en vano, que dicho tópico se haya adherido con tanta firmeza a la música de los islandeses. A priori no debería ser un grupo que provocara enconados debates. A priori no debería ser un grupo que provocara debates. Sigur Rós navegan entre cierta popularidad que choca frontalmente con la naturaleza de su sonido: al principio denso, posteriormente más ligero, de larguísimos desarrollos, casi ambiental, demasiado onírico, fastuoso, excesivamente elegíaco. Nada hace indicar que la suya debiera ser una historia de éxito, pero lo es. Sigur Rós rompieron el molde de su género y, de algún modo aún hoy fascinante, traspasaron los límites de la irrelevancia popular.mohorte
Las dos caras de una misma moneda
Como suele suceder, este hecho ha provocado el surgimiento de una masa acrítica de fans que defienden todos y cada uno de los pasos del grupo y, en contraposición, un núcleo de férreos opositores a cualquiera de sus derivas sonoras. Como en muchas otras ocasiones, nunca he sabido demasiado bien dónde posicionarme. Sigur Rós tienen tantos motivos en sus canciones para amarles como para odiarles. Desgraciadamente el término medio es lo peor que puede existir en el pop, así que tiendo a mirar los discos de los islandeses desde cierta atalaya de respetable indiferencia. Es lo peor porque me impide sumergirme en ellos, para bien o para mal.
Pero no es siempre así. A lo largo de sus años de existencia, Sigur Rós me han regalado momentos de goce y momentos de tedio. Por el momento los primeros ganan a los segundos, pero la tendencia es preocupante tras su soporífero Valtari. Aquel fue un disco recibido entre aplausos por los seguidores más acérrimos del grupo, pero tras las texturas ambientales y las guitarras escarchadas no había nada más que aburrimiento. Ni frío ni calidez emocional. Valtari no transmitía nada. Sigur Rós a veces no transmiten nada. Se pierden entre sus gélidas ideas, se autohomenajean con demasiada frecuencia. ¿Cuál es el camino que lleva desde su debut Von hasta Valtari?
Seguramente ese camino sea () o la segunda mitad de Takk… Sigur Rós hacen discos tan largos y tan grandes que inevitablemente terminan perdiendo peso por alguna de sus esquinas. Y eso que Takk… es el disco que les catapultó a la popularidad con cierto merecimiento. Cuando se alejaron del post-rock, a Sigur Rós le salieron himnos de naturaleza alegre para todos los públicos. ‘Hoppípolla’ fue hasta ese momento la única canción hasta la fecha que merecía el apelativo de hit. Lo fue con mayúsculas: anuncios en televisión, promociones, vídeos caseros. Era una música de acompañamiento idónea y resumía muchas de las virtudes del grupo: el amable histrionismo emocional, los sonidos paisajísticos, el piano que salta por la pesadez rítmica de la batería.
El brillo de un buen comienzo
En Takk… había dos o tres canciones más que daban forma a los Sigur Rós del futuro. Por ahí aparecían ‘Glósóli’ o ‘Milano’ para llevar la honda severidad de () a un terreno más liviano. Pero cuando Takk… entraba en barrena no quedaba apenas nada de la inspiración que les condujo a Ágætis Byrjun. Pocos grupos han tocado las teclas del post-rock y los sonidos ambientales con tanta emoción como ellos lo hicieron en su segundo disco, aclamado por la crítica y merecidamente uno de los mejores trabajos de la pasada década, aunque fuera publicado en las postimetrías de los noventa. Ágætis Byrjun es su disco. El que sobrevivirá al paso del tiempo y les hará ser una banda que merezca la pena recordar. Es justo decirlo, porque es justo lo que se desprende de sus canciones.
Cabe preguntarse si ‘Viorar Vel Til Loftarasa’ es una de las canciones más sinceras que un grupo ha escrito jamás. Diez minutos de progresión melancólica al ritmo de guitarras estratosféricas que son como sierras mecánicas arrasando el corazón de Jón Þór Birgisson. Sin falsete ni exageración, Birgisson, homosexual, relata su drama y el de miles de niños que simplemente fueron presa de un entorno social demasiado conservador. Sigur Rós suenan tan sinceros en esta canción que casi da miedo acercarse a ellos. Nunca jamás lograrían tal nivel de abstracción emocional, y su discografía posterior tendría más de sus inquietudes artísticas que de sus obsesiones emocionales.
El resto de Ágætis Byrjun roza el sobresaliente, con otros momentos brillantes como la homónima ‘Ágætis Byrjun’ o ‘Svefn-g-englar’. Efectivamente, aquel fue un buen comienzo. Su continuación nunca desprendería el mismo magentismo. Pero () es un buen disco igualmente. Por entonces, Sigur Rós sabían que querían de sí mismos y hacia dónde querían llevarse. () no tiene nombre, es tan sólo un paréntesis. Sus canciones, a ratos inspiradas (número 4) a ratos no (número 7), presagian su debilidad por la irrelevancia ambiental y evocan su talento para inspirar emociones heladas. Se puede mirar a los ojos de aquel () y hacerlo sin condescendencia.
Enroscados en sí mismos
Hay muchas cosas que a partir de entonces no me gustarían de Sigur Rós, como su necesidad de crear un universo paralelo a su música. A veces Sigur Rós han caído en la tentación de alimentar innecesariamente su personaje. Los títulos de las canciones, que traducidos del islandés resultan de un coelhismo que espantan, son una pista. Sigur Rós pecan de demasiada espiritualidad. Y la espiritualidad excesiva es, de largo, de lo peor que puede pecar un grupo de sus características. Por aquí se cuelan y levantan la mano casi todos sus detractores: no podéis creer tanto en vuestra música. Esa suerte de experiencia mística que afina los sentidos y limpia el alma. Una nueva religión para miles de creyentes cuya devoción es fe. Nada real que lo sustente detrás.
Valtari tocaba este terreno descaradamente. No sé si conscientes de ello, en su anterior disco, Sigur Rós probaron con instrumentos de corte más folk y ambientes dream pop. O directamente pop. El experimento no fue el mayor acierto del grupo, pero tampoco un error monumental. El único problema de Með suð í eyrum við spilum endalaust es que les llevaba a un terreno donde otros miles de grupos eran capaces de hacer exactamente lo mismo. Con la misma gracia: relativa. Es el camino que Jónsi trató de continuar en solitario y que arrojó el mismo resultado. ¿Cuál puede ser el futuro, entonces, de Sigur Rós? Es su encrucijada y deben resolverla.
La respuesta la tendremos no demasiado tarde. Ya sabemos que van a publicar un nuevo disco este año, en una sorprendente productividad tras el no tan lejano anuncio de su cese temporal de la actividad. Se llamará Kveikur y ya tenemos algún adelanto que otro, como ‘Brennisteinn’. No lo he escuchado pero ya he leído los mismos comentarios enconados de siempre: por un lado, la maravilla mística de guitarras paisajísticas; por otro, el sublime aburrimiento que produce el post-rock que se mira al ombligo, en un uróboro musical. ¿Serán Sigur Rós un Saturno que devora no a sus hijos, sino a sí mismo? Pienso que tienen margen de maniobra, pero que no sé si son conscientes de ello.
Los comentarios sobre el disco se los puede encontrar por toda la red, y cada uno tiene lo propio por decir, como este caso...
Takk… es un álbum soleado, pero en su mundo el Sol es frío y siempre parece otoño. El grupo Sigur Rós es conocido por sus temas largos, sus violines y la voz siempre aguda y encantadora de Jónsi (que a veces habla en un idioma inventado). Todo esto suena a sinónimo de música inaccesible, pero no: escuchá el disco -no importa que no entiendas las letras o que no estés acostumbrado a estos sonidos- y vas a entender de lo que hablo.postrockero
Ya arrancamos con una intro que deslumbra en menos de dos minutos, y luego continúan temas elegantes y pausados. Pero no creas que vas a dormir: “Hoppípolla”, lo más conocido de la banda, es radiante y estalla en optimismo, mientras que la impresionante “Sæglópur” abandona rápidamente la calma para atacar con baterías espeluznantes. Así como cada tema puede variar entre la calma y la tormenta, el disco está formado por un abanico de paisajes distintos. Casi nunca uso la palabra “hermoso” como descripción, pero este viaje sinceramente la merece.
01 - Takk...
02 - Glósóli
03 - Hoppípolla
04 - Með blóðnasir
05 - Sé lest
06 - Sæglópur
07 - Mílanó
08 - Gong
09 - Andvari
10 - Svo hljótt
11 - Heysátan
Alineación:
- Jónsi Birgisson / Voz y guitarras
- Georg Holm / Bajo
- Orri Páll Dýrason / Batería
- Kjartan Sveinsson / Teclados
Músicos invitados:
Amiina / strings
Kristín Lárusdóttir / cello
Júlía Mogensen / cello
Stefanía Ólafsdóttir / viola
Eyjólfur Bjarni Alfreðsson / viola
Ingrid Karlsdóttir / violin
Gréta Salóme Stefánsdóttir / violin
Matthías Stefánsson / violin
Ólöf Júlía Kjartansdóttir / violin
Eiríkur Orri Ólafsson / trumpet
Snorri Sigurðarson / trumpet
Helgi Hrafn Jónsson / trombone
Samúel Jón Samúelsson Big Band / trombone
Össur Geirsson / tuba
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