Skip to main content

La Función de los Pobres

Hasta ahora, toda sociedad conocida ha tenido pobres. Y -permítaseme repetirlo- no es cosa de extrañarse: la imposición de cualquier modelo de orden es un acto discriminatorio y descalificador, que condena a ciertos fragmentos de la sociedad a la condición de inadaptados o disfuncionales, ya que elevar un modo de ser cualquiera al estatus de norma implica, al mismo tiempo, que otras formas quedan, automáticamente, por debajo del nivel adecuado y pasan a ser "anormales". Los pobres, desde siempre, fueron y son el paradigma y prototipo de todo lo "inadaptado" y "anormal". Cada sociedad adoptó y adopta, hacia sus pobres, una actitud ambivalente que le es característica: una mezcla incómoda de temor y repulsión, por un lado; y misericordia y compasión, por el otro. Todos estos ingredientes resultan igualmente indispensables. Los primeros permiten tratar a los pobres con la dureza necesaria para garantizar la defensa del orden; los segundos destacan el lamentable destino de quienes caen por debajo del estándar establecido, y sirven para empalidecer o hacer parecer insignificantes las penurias padecidas por quienes se esfuerzan en cumplir con las normas. De este modo, oblicuo e indirecto, se les encontró siempre a los pobres, a pesar de todo, una función útil en la defensa y la reproducción del orden social y en el esfuerzo por preservar la obediencia de la norma. Sin embargo, de acuerdo con el modelo de orden y de norma que tuviera, cada sociedad moldeó a sus pobres a su propia imagen, explicó su presencia de forma diferente y les dio una diferente función, adoptando estrategias distintas frente al problema de la pobreza.

Por Zygmunt Bauman

"En el pasado tenía sentido —tanto en lo político como en lo económico— educar a los pobres para convertirlos en los obreros del mañana. Esto ha dejado de ser cierto en nuestra sociedad «posmoderna» y, ante todo, de consumo"

Zygmunt Bauman 


La Europa premoderna estuvo más cerca que su sucesora en el intento de hallar una función importante para sus pobres. Estos, al igual que todas las personas y las cosas en la Europa cristiana premoderna, eran hijos de Dios y constituían un eslabón indispensable en la «divina cadena del ser»; como parte de la creación divina —y como el resto del mundo antes de su desacralización por la moderna sociedad racionalista— estaban saturados de significado y propósito divinos. Sufrían, es cierto; pero su dolor encarnaba el arrepentimiento colectivo por el pecado original y garantizaba su redención. Quedaba en manos de los más afortunados la tarea de socorrer y aliviar a quienes sufrían y, de este modo, practicar la caridad y obtener — ellos también— su parte de salvación. La presencia de los pobres era, por lo tanto, un regalo de Dios para todos los demás: una oportunidad para practicar el sacrificio, para vivir una vida virtuosa, arrepentirse de los pecados y ganar la bendición celestial. Se podría decir que una sociedad que buscara el sentido de la vida en la vida después de la muerte habría necesitado, de no contar con los pobres, inventar otro camino para la salvación personal de los más acomodados.

Así eran las cosas en el mundo premoderno, «desencantado», donde nada de lo existente gozaba el derecho de ser por el solo hecho de estar allí, y donde todo lo que era debía demostrar su derecho a la existencia con pruebas legítimas y razonables. Más importante resulta que, a diferencia de aquella Europa premoderna, el nuevo mundo feliz de la modernidad fijó sus propias reglas y no dio nada por sentado, sometiendo todo lo existente al análisis incisivo de la razón, sin reconocer límites a su propia autoridad y, sobre todo, rechazando «el poder de los muertos sobre los vivos», la autoridad de la tradición, de la sabiduría tradicional y las costumbres heredadas. Los proyectos de orden y de norma reemplazaron la visión de una cadena divina del ser. A diferencia de aquella visión, el orden y la norma fueron creaciones humanas, proyectos que debían ser implementados mediante la acción humana: cosas por hacer, no realidades creadas por Dios que deben ser acatadas. Si la realidad heredada ya no se adecuaba al orden proyectado por los nuevos hombres, mucho peor para aquella realidad.

Así fue como la presencia de los pobres se transformó en un problema (un «problema» es algo que causa incomodidad y provoca la necesidad de ser resuelto, remediado o eliminado). Los pobres representaron, desde entonces, una amenaza y un obstáculo para el orden; además, desafiaron la norma.

Y fueron doblemente peligrosos: si su pobreza ya no era una decisión de la Providencia, ya no tenían razones para aceptarla con humildad y gratitud. Por el contrario, encontraron todo tipo de razones para quejarse y rebelarse contra los más afortunados, a los cuales empezaron a culpar por sus privaciones. La antigua ética de la caridad cristiana pareció ya una carga intolerable, una sangría para la riqueza de la nación. El deber de compartir la buena suerte propia con quienes no lograban los favores de la fortuna había sido, en otro tiempo, una sensata inversión para la vida después de la muerte, pero ya «no resistía el menor razonamiento»; sobre todo, el razonamiento de una vida de negocios, aquí y ahora, bien sobre la tierra.

Se agregó, muy pronto, una nueva amenaza: los pobres que aceptaban mansamente su desgracia como decisión divina y no hacían esfuerzo alguno por liberarse de la miseria eran también inmunes a las tentaciones del trabajo en las fábricas y se rehusaban a vender su mano de obra una vez satisfechas las escasas necesidades que consideraban, por costumbre milenaria, «naturales». La permanente escasez de fuerza de trabajo fue obsesión durante las primeras décadas de la sociedad industrial. Los pobres, incomprensiblemente satisfechos y resignados a su suerte, fueron la pesadilla de los nuevos empresarios industriales: inmunes al incentivo de un salario regular, no encontraban razón para seguir sufriendo largas horas de trabajo una vez conseguido el pan necesario para pasar el día. Se formó un círculo vicioso: los pobres que objetaban su miseria generaban rebelión o revolución; los pobres resignados a su suerte frenaban el progreso de la empresa industrial. Forzarlos al trabajo interminable en los talleres parecía una forma milagrosa de romper el círculo.

Así, los pobres de la era industrial quedaron redefínidos como el ejército de reserva de las fábricas. El empleo regular, el que ya no dejaba lugar para la malicia, pasó a ser la norma; y la pobreza quedó identificada con el desempleo, fue una violación a la norma, una forma de vida al margen de la normalidad. En tales circunstancias, la receta para curar la pobreza y cortar de raíz las amenazas a la prosperidad fue inducir a los pobres —obligarlos, en caso necesario— a aceptar su destino de obreros. El medio más obvio para conseguirlo fue, desde luego, privarlos de cualquier otra fuente de sustento: o aceptaban las condiciones ofrecidas, sin fijarse en lo repulsivas que fueran, o renunciaba a toda ayuda por parte de los demás. En esa situación «sin alternativa», la prédica del deber ético habría sido superflua; la necesidad de llevar a los pobres a la fábrica no necesitaba de impulsos morales. Y, sin embargo, la ética del trabajo siguió siendo considerada casi universalmente como el remedio eficaz e indispensable frente a la triple amenaza de la pobreza, la escasez de mano de obra y la revolución. Se esperaba que actuara como cobertura para ocultar la falta de sabor de la torta ofrecida. La elevación de la pesada rutina del trabajo a la noble categoría de deber moral tendría que endulzar los ánimos de quienes quedaran sometidos a ella, al mismo tiempo que calmar la conciencia moral de quienes los sometían. La opción por la ética del trabajo se vio notablemente facilitada —y hasta llegó a resultar natural— por el hecho de que las clases medias de la época ya se habían convertido a ella y juzgaban su propia vida a la luz de esa ética.

La opinión ilustrada del momento se encontraba dividida. Pero, en lo que se refería a la ética del trabajo, no había desacuerdo entre quienes veían a los pobres como bestias salvajes y obstinadas que era preciso domar, y aquellos cuyo pensamiento se guiaba por la ética, la conciencia y la compasión. Por un lado, John Locke concibió un programa integral para erradicar la «pereza» y el «libertinaje» a que los pobres se entregaban, recluyendo a sus hijos en escuelas para indigentes que los formaran en el trabajo regular y a los padres en asilos para pobres cuya severa disciplina, un sustento mínimo, el trabajo forzado y los castigos corporales fueran la regla. Por el otro, Josiah Child, que lamentaba el destino «triste, desgraciado, impotente, inútil y plagado de enfermedades» de los pobres, entendía —tanto como Locke— que «poner a trabajar a los pobres» era «un deber del hombre hacia Dios y la Naturaleza ».

En un sentido indirecto, la concepción del trabajo como «deber del hombre hacia Dios» venía a bendecir la perpetuación de la pobreza. La opinión compartida era que, puesto que los pobres se arreglaban con poco y se negaban a esforzarse para conseguir más, los salarios debían mantenerse en un nivel de subsistencia mínima; sólo así, cuando tuvieran empleo, los pobres se verían igualmente obligados a vivir al día y a estar siempre ocupados para poder sobrevivir. Como dice Arthur Young, «todos, salvo los idiotas, saben que se debe mantener pobres a las clases bajas; si no, jamás trabajarán». Los expertos economistas de la época se apresuraron a calcular que, cuando los salarios son bajos, «los pobres trabajan más y realmente viven mejor» que si reciben salarios más altos, puesto que entonces se entregan al ocio y los disturbios.

Jeremy Bentham, el gran reformador que resumió la sabiduría de los tiempos modernos mejor que cualquier otro pensador de su tiempo (su proyecto fue elogiado en forma casi unánime por la opinión ilustrada como «eminentemente racional y luminoso»), avanzó un paso más. Concluyó que los incentivos económicos de cualquier tipo no eran fiables para obtener los efectos deseados; la coacción pura, en cambio, resultaría más efectiva que cualquier apelación a la inteligencia —por cierto inconstante y hasta inexistente— de los pobres. Propuso la construcción de 500 hogares, cada uno de los cuales albergaría a dos mil de los pobres que representaran «una carga más pesada» para la sociedad, manteniéndolos allí bajo la vigilancia constante y la autoridad absoluta e indiscutida de un alcaide: Según este esquema, «los despojos, la escoria de la humanidad», los adultos y los niños sin medios de sustento, los mendigos, las madres solteras, los aprendices rebeldes y otras gentes de su calaña debían ser detenidos y llevados por la fuerza a esos hogares de trabajo forzado administrados en forma privada, donde «la escoria se transformaría en metal de buena ley». A sus escasos críticos liberales, Bentham respondió airado: «Se objeta la violación de la libertad; se pide, en cambio, la libertad de actuar contra la sociedad». Entendía que los pobres, por el solo hecho de serlo, habían demostrado no tener más capacidad para ejercer su libertad que los niños revoltosos. No estaban en condiciones de dirigir su propia vida; había que hacerlo por ellos.

Corrió mucha agua bajo los puentes desde que gente como Locke, Young o Bentham, con el ardor desafiante de quienes exploran tierras nuevas y vírgenes, proclamaran esas ideas que, con el tiempo, se afirmarían como una opinión moderna y universalmente aceptada sobre los pobres. Sin embargo, pocos se atreverían a sostener hoy esos principios con arrogancia y franqueza similares; si lo hicieran, sólo provocarían indignación. Pero buena parte de esa filosofía ha vuelto a ser, en gran medida, la base de políticas oficiales frente a quienes, por una u otra razón, no son capaces de llegar a fin de mes y de ganarse la vida sin ayuda pública. Hoy resuena el eco de aquellos pensadores en cada campaña contra los «parásitos», los «tramposos» o los «dependientes de subsidios de desempleo», y en cada advertencia, repetida una y otra vez, de que pedir aumentos salariales es poner en riesgo «la fuente de trabajo». Donde el impacto de aquella filosofía vuelve a sentirse con mayor fuerza es en la reiterada afirmación —a pesar de las irrefutables pruebas en su contra— de que negarse a «trabajar para vivir» es hoy, como lo fue antes, la causa principal de la pobreza, y que el único remedio contra ella es reinsertar a los desocupados en el mercado laboral. En el folclore de las políticas oficiales, sólo como una mercancía podría la fuerza de trabajo reclamar su derecho a medios de supervivencia que están igualmente mercantilizados.

Se crea, de este modo, la sensación de que los pobres conservan la misma función que tuvieron en los primeros tiempos de la era industrial: la de reserva de mano de obra. Al reconocerles este papel, se echa un manto de sospecha sobre la honestidad de quienes quedan fuera del «servicio activo», y se señala claramente la forma de «llamarlos al orden» y restaurar, así, el orden de las cosas, roto por quienes eluden el trabajo. Pero, en nuestros días, la filosofía que intentó capturar y articular las realidades emergentes de la era industrial ya dejó de funcionar, anulada por las nuevas realidades de estos tiempos. Después de haber servido alguna vez como eficaz agente para instaurar el orden, aquella filosofía se convirtió lenta pero inexorablemente en una espesa cortina que oscurece todo lo nuevo e imprevisible que aparece en los actuales padecimientos de los pobres. La ética del trabajo, que los reduce al papel de ejército de reserva de mano de obra, nació como una revelación; pero vive este último período como un verdadero encubrimiento.

En el pasado tenía sentido —tanto en lo político como en lo económico— educar a los pobres para convertirlos en los obreros del mañana. Esa educación para la vida productiva lubricaba los engranajes de una economía basada en la industria y cumplía la función de «integrarlos socialmente», es decir, de mantenerlos dentro del orden y la norma. Esto ha dejado de ser cierto en nuestra sociedad «posmoderna» y, ante todo, de consumo. La economía actual no necesita una fuerza laboral masiva: aprendió lo suficiente como para aumentar no sólo su rentablilidad sino también el volumen de su producción, reduciendo al mismo tiempo la mano de obra y los costos. Al mismo tiempo, la obediencia a la norma y la «disciplina social» queda asegurada por la seducción de los bienes de consumo más que por la coerción del Estado y las instituciones panópticas. Tanto en lo económico como en lo político, la comunidad de los consumidores posmodernos vive y prospera sin que el grueso de sus miembros esté obligado a cargar con la cruz de pesadas jornadas industriales. En la práctica, los pobres dejaron de ser su ejército de reserva, y las invocaciones a la ética del trabajo suenan cada vez más huecas y alejadas de la realidad.

Los integrantes de la sociedad contemporánea son, ante todo, consumidores; sólo de forma parcial y secundaria son también productores. Para ajustarse a la norma social, para ser un miembro consumado de la sociedad, es preciso responder con velocidad y sabiduría a las tentaciones del mercado de consumo: es necesario contribuir a la «demanda que agotará la oferta» y, en épocas de crisis económicas, ser parte de la «reactivación impulsada por el consumidor». Los pobres que carecen de un ingreso aceptable, que no tienen tarjetas de crédito ni la perspectiva de mejorar su situación, quedan al margen. En consecuencia, la norma que violan los pobres de hoy, la norma cuyo quebrantamiento los hace «anormales», es la que obliga a estar capacitado para consumir, no la que impone tener un empleo. En la actualidad, los pobres son ante todo «no consumidores», ya no «desempleados». Se los define, en primer lugar, como consumidores expulsados del mercado, puesto que el deber social más importante que no cumplen es el de ser compradores activos y eficaces de los bienes y servicios que el mercado les ofrece. Indudablemente, en el libro de balances de la sociedad de consumo, los pobres son parte del pasivo; en modo alguno podrían ser registrados en la columna de los activos presentes o futuros.

De ahí que, por primera vez en la historia, los pobres resultan, lisa y llanamente, una preocupación y una molestia. Carecen de méritos capaces de aliviar —menos aún, de contrarrestar— su defecto esencial. No tienen nada que ofrecer a cambio del desembolso realizado por los contribuyentes. Son una mala inversión, que muy probablemente jamás será devuelta, ni dará ganancias; un agujero negro que absorbe todo lo que se le acerque y no devuelve nada a cambio, salvo, quizás, problemas. Los miembros normales y honorables de la sociedad —los consumidores— no quieren ni esperan nada de ellos. Son totalmente inútiles. Nadie —nadie que realmente importe, que pueda hablar y hacerse oír— los necesita. Para ellos, tolerancia cero. La sociedad estaría mucho mejor si los pobres desaparecieran de la escena. ¡El mundo sería tan agradable sin ellos! No necesitamos a los pobres; por eso, no los queremos. Se los puede abandonar a su destino sin el menor remordimiento.

Zygmunt Bauman



Comments

Lo más visto de la semana pasada

Isaac Asimov: El Culto a la Ignorancia

Vivimos una época violenta, muy violenta; quizás tan violenta como otras épocas, sin embargo, la diferencia radica en que la actual es una violencia estructural y mundial; que hasta la OMS retrata como "epidemia mundial" en muchos de sus variados informes de situación. En ese engendro imperial denominado (grandilocuentemente) como "el gran país del norte", la ignorancia (junto con otras bestialidades, como el supremacismo, el racismo y la xenofobia, etc.) adquiere ribetes escandalosos, y más por la violencia que se ejerce directamente sobre aquellos seres que los "ganadores" han determinado como "inferiores". Aquí, un texto fechado en 1980 donde el genio de la ciencia ficción Isaac Asimov hace una crítica mordaz sobre el culto a la ignorancia, un culto a un Dios ciego y estúpido cual Azathoth, que se ha esparcido por todo el mundo, y aquí tenemos sus consecuencias, las vivimos en nuestra cotidaneidad. Hoy, como ayer, Cthulhu sigue llamando... ah,

David Gilmour - Luck and Strange (2024)

Una entrada cortita y al pie para aclarar porqué le llamamos "Mago". Esto recién va a estar disponible en las plataformas el día de mañana pero ya lo podés ir degustando aquí en el blog cabeza, lo último de David Gilmour de mano del Mago Alberto, y no tengo mucho más para agregar. Ideal para comenzar a juntar cositas para que escuchen en el fin de semana que ya lo tenemos cerquita... Artista: David Gilmour Álbum: Luck and Strange Año: 2024 Género: Rock Soft Progresivo / Prog Related / Crossover prog / Art rock Referencia: Aún no hay nada Nacionalidad: Inglaterra Lo único que voy a dejar es el comentario del Mago... y esto aún no existe así que no puedo hablar de fantasmas y cosas que aún no llegaron. Si quieren mañana volvemos a hablar. Cae al blog cabezón, como quien cae a la Escuela Pública, lo último del Sr. David Gilmour (c and p). El nuevo álbum de David Gilmour, "Luck and Strange", se grabó durante cinco meses en Brighton y Londres y es el prim

Jon Anderson & The Band Geeks - True (2024)

Antes de terminar la semana el Mago Alberto nos trae algo recién salido del horno y que huele bastante al Yes de los 80s y 90s, aunque también tiene un tema de más de 16 minutos de la onda de "Awaken" para los más progresivos. Y es que proviene de Jon Anderson, ex miembro fundador de Yes, que junto con la formación The Band Geeks como apoyo lanza este "True", que para presentarlo lo copio al Mago que nos dice: "La producción musical es sensacional con arreglos exquisitos, una instrumentación acorde a las ideas siempre extra mega espaciales de Anderson, el resultado; un disco fresco, agradable al oído, con toda la impronta de el viejo YES, lógico, sabiendo que Jon siempre fue el corazón de la legendaria banda británica". Ideal para ir cerrando otra semana a pura sorpresa, esta es otra más! Artista: Jon Anderson & The Band Geeks Álbum: True Año: 2024 Género: Prog related Nacionalidad: Inglaterra Antes del comentario del Mago Alberto, copio

Charly García - La Lógica del Escorpión (2024)

Y ya que nos estamos yendo a la mierda, nos vamos a la mierda bien y presentamos lo último de Charly, en otro gran aporte de LightbulbSun. Y no será el mejor disco de Charly, ya no tiene la misma chispa de siempre, su lírica no es la misma, pero es un disco de un sobreviviente, y ese sobreviviente es nada más y nada menos que Charly. No daré mucha vuelta a esto, otra entrada cortita y al pie, como para adentrarse a lo último de un genio que marcó una etapa. Esto es lo que queda... lanzado hoy mismo, se suma a las sorpresas de Tony Levin y del Tío Franky, porque a ellos se les suma ahora el abuelo jodón de Charly, quien lanza esto en compañía de David Lebón, Pedro Aznar, Fito Páez, Fernando Kabusacki, Fernando Samalea y muchos otros, entre ellos nuestro querido Spinetta que presenta su aporte desde el más allá. Artista: Charly García Álbum: La Lógica del Escorpión Año: 2024 Género: Rock Referencia: Rollingstone Nacionalidad: Argentina Como comentario, solamente dejar

Los 100 Mejores Álbumes del Rock Argentino según Rolling Stone

Quizás hay que aclararlo de entrada: la siguiente lista no está armada por nosotros, y la idea de presentarla aquí no es porque se propone como una demostración objetiva de cuales obras tenemos o no que tener en cuenta, ya que en ella faltan (y desde mi perspectiva, también sobran) muchas obras indispensables del rock argento, aunque quizás no tan masificadas. Pero sí tenemos algunos discos indispensables del rock argentino que nadie interesado en la materia debería dejar de tener en cuenta. Y ojo que en el blog cabezón no tratamos de crear un ranking de los "mejores" ni los más "exitosos" ya que nos importa un carajo el éxito y lo "mejor" es solamente subjetivo, pero sobretodo nos espanta el concepto de tratar de imponer una opinión, un solo punto de vista y un sola manera de ver las cosas. Todo comenzó allá por mediados de los años 60, cuando Litto Nebbia y Tanguito escribieron la primera canción, Moris grabó el primer disco, Almendra fue el primer

Tony Levin - Bringing It Down to the Bass (2024)

Llega el mejor disco que el pelado ha sacado hasta la fecha, y el Mago Alberto se zarpa de nuevo... "Cabezones, vamos de sorpresa en sorpresa, esta reseña la escribo hoy jueves 12 de Setiembre y mañana recién se edita en todo el mundo esta preciosura de disco, una obra impresionante, lo mas logardo hasta el momento por Levin". Eso es lo que dice el Mago Alberto presentando este disco, otro más que se adelanta a su salida en el mercado, para que lo empieces a conocer, a disfrutar y a paladear. Llega al blog cabezón un disco que marcará un antes y un después en la carreara de Levin, y creo que eso ya es mucho decir... o no? Otra sorpresota de aquellas, con un DISCAZO, con mayúsculas. Artista: Tony Levin Álbum: Bringing It Down to the Bass Año: 2024 Género: Fusion, Jazz-Rock. Referencia: Site oficial Nacionalidad: EEUU Creo que el pelado esta vez disfrutó el bajo como nunca, y ello parece haberse trasladado a la grabación, y de ahí a tu equipo de sonido y de

Spinetta & Páez - La La La (1986-2007)

#Músicaparaelencierro. LightbulbSun nos revive el disco doble entre el Flaco y Fito. La edición original de este álbum fue en formato vinilo y contenía 20 temas distribuidos en dos discos. Sin embargo en su posterior edición en CD se incluyeron los primeros 19 temas, dejando fuera la última canción que era la única canción compuesta por ambos. En relación a este trabajo, Spinetta en cada entrevista que le preguntaron sobre este disco el dijo que fue un trabajo maravilloso, que es uno de los discos favoritos grabados por él. En septiembre de 2007 se reedita el disco en formato CD, con todos los temas originales contenidos en la edición original en vinilo pero con un nuevo diseño. Creo que lo más elevado del disco es la poética del Flaco, este trabajo es anterior a "Tester de Vilencia" y musicalmente tiene alguna relación con dicho álbum... y una tapa donde se fusionan los rostros de ambos, que dice bastante del disco. Aquí, otro trabajo en la discografía del Flaco que estamos

El Ritual - El Ritual (1971)

Quizás aquellos que no estén muy familiarizados con el rock mexicano se sorprendan de la calidad y amplitud de bandas que han surgido en aquel país, y aún hoy siguen surgiendo. El Ritual es de esas bandas que quizás jamás tendrán el respeto que tienen bandas como Caifanes, jamás tendrán el marketing de Mana o la popularidad de Café Tacuba, sin embargo esta olvidada banda pudo con un solo álbum plasmar una autenticidad que pocos logran, no por nada es considerada como una de las mejores bandas en la historia del rock mexicano. Provenientes de Tijuana, aparecieron en el ámbito musical a finales de los años 60’s, en un momento en que se vivía la "revolución ideológica" tanto en México como en el mundo en general. Estas series de cambios se extendieron más allá de lo social y llegaron al arte, que era el principal medio de expresión que tenían los jóvenes. Si hacemos el paralelismo con lo que pasaba en Argentina podríamos mencionar, por ejemplo, a La Cofradía, entre otros muchos

Yaki Kandru - Yaki Kandru (1986)

#Músicaparaelencierro.  La agrupación colombiana Yaki Kandru, en cabeza del antropólogo e investigador Jorge López Palacio, constituye uno de los hitos etnomusicales de Latinoamérica, siendo sus aportes extremadamente valiosos para la etnomusicología no sólo del país, sino de todo el continente y a su paso, el mundo. Artista: Yaki Kandru Álbum: Yaki Kandru Año: 1986 Género: Etnomusicología Duración:  35:30 Referencia:   zigzagandino.blogspot.com Nacionalidad: Colombia Fundamentalmente, el trabajo de la agrupación consta de profundas y apasionadas investigaciones con las comunidades indígenas y campesinas, que terminaron en registros sonoros avezados, frutos de un esfuerzo inquebrantable por la comprensión integral de la música como un elemento de orden vital en las poblaciones nativas, superponiéndose a la concepción ornamental y estética del arte occidental. De este modo, Yaki Kandru no corresponde a un grupo meramente recopilatorio, sino uno que excava en los cimientos

Casandra Lange - Estaba En Llamas Cuando Me Acosté (1995)

#Músicaparaelencierro. LightbulbSun vuelve a las andadas y nos presenta un disquito de Casandra Lange (conjunto integrado por Charly García a la cabeza, junto con María Gabriela Epumer, Juan Bellia, Fabián Quintiero, Fernando Samalea y Jorge Suárez), un disquieto en vivo con canciones de Lennon, McCartney, Hendrix, Dylan, Annie Lennox, Jagger y Richards y de otros compositores además de las propias. Este es quizás uno de los secretos mejor guardados de Charly, que además aporta dos temas inéditos. Artista: Casandra Lange Álbum: Estaba En Llamas Cuando Me Acosté Año: 1995 Género: Rock Duración: 56:47 Referencia: Discogs Nacionalidad: Argentina Con ganas de pasarla bien, en el verano de 1995 Charly García armó una banda que tocara covers y recorrió distintos bares y teatros de la costa: Casandra Lange , con María Gabriela Epumer, Fabián Quintiero, Fernando Samalea y hasta Pedro Aznar en algunas ocasiones. Parte de esa gira quedó registrada aquí, un disco de edición re

Ideario del arte y política cabezona

Ideario del arte y política cabezona


"La desobediencia civil es el derecho imprescriptible de todo ciudadano. No puede renunciar a ella sin dejar de ser un hombre".

Gandhi, Tous les hommes sont frères, Gallimard, 1969, p. 235.