Letras con música, músicas con historias. Cuando cierras "Desierto sonoro", la última novela de Valeria Luiselli, sabes que estás ante uno de esos libros importantes, en este caso una odisea por dentro y por fuera, la radiografía de una familia desde las entrañas, la memoria de una tierra expoliada que se queda grabada en el eco, la búsqueda ancestral de uno mismo, las historias que recogen los sonidos, un relato con ricas texturas, dos puntos de vista en torno al viaje de un matrimonio con sus dos hijos pequeños de distintas parejas y la dura narración en tercera persona de un grupo de niños migrantes. Entre cajas con discos, anotaciones, canciones, fotografías y mapas conocemos la historia entrelazada de todos, las huellas de la historia y los sonidos del dolor. Por ahí desfilan y pasan los desamparados y hostigados por el sistema, los asesinados en genocidios imperialistas, los niños de infancia borrada y borrosa, pueblos originarios cuyo espíritu inabatible quisieron asfixiar en un pasado más cercano de lo que creemos, la diáspora actual de la crisis migratoria, la supervivencia abriéndose paso entre el calor y la maldad salvaje de los humanos. Todo contado con sonidos, con música y la poesía de lo que ya hemos vivido.
Juan Arturo Brennan
Ahora no haré otra cosa sino escuchar…Walt Whitman, Canción de mí mismo
Escucho todos los sonidos, que corren juntos, se combinan,
se funden, se suceden unos a otros:
los sonidos de la ciudad y los ajenos a ella, los sonidos
del día y de la noche…
Por Juan Arturo Brennan
No creo que sea casualidad que haya sido un gran músico (y gran amigo), Arón Bitrán, quien me recomendara la lectura de la novela reciente de Valeria Luiselli titulada Desierto sonoro. De entrada, me pregunto si hay una sutil ambigüedad en el título del libro, y si la autora se refiere a una ausencia total de sonidos o a un desierto rico en ellos. Lo interesante del caso es que la lectura de este complejo texto, lejos de disipar la duda, no hace sino reforzarla.
Una pareja, cuya relación está marcada por fisuras que devienen grietas que devienen abismos, viaja en automóvil de Nueva York a Arizona en una búsqueda paralela de asuntos que les preocupan. A ella, las peripecias y el destino de los niños migrantes; a él, el trayecto de los últimos apaches en sucumbir ante el hombre blanco. Sus herramientas de búsqueda: sendas grabadoras de audio. A partir de esta premisa, Luiselli construye un complejo y muy estratificado relato en el que, literalmente, los sonidos saltan de la página, gracias a la minuciosa descripción que la autora hace de todo aquello que suena, resuena o produce un eco (en el espacio acústico real o en el imaginario de los protagonistas) a lo largo del viaje. Así, puede decirse que Desierto sonoro es una novela que trae incorporado su propio soundtrack, y vaya que es un soundtrack rico y variado. Mientras los adultos intentan manejar lo mejor que pueden sus crecientes conflictos, en el asiento trasero los hijos (niño y niña) se protegen del tsunami emocional inventando y habitando sus propios mundos, que también están llenos de sonidos. Una clave importante sobre la intención acústica de Valeria Luiselli está en la presencia destacada en su novela de esa obra seminal que es El paisaje sonoro, de R. Murray Schafer.
En particular, las referencias musicales son muchas, y son elementos tan consustanciales a la materia narrativa que el lector no puede menos que ir de inmediato a conocer o a revisitar las fuentes originales; en mi caso, corrí a ver a David Bowie cantar Space Oddity, miré una versión en vivo de Highwayman con una banda country de alineación estelar que incluye a Willie Nelson, Johnny Cash, Waylon Jennings y Kris Kristofferson (así como otra versión, cantada nostálgicamente por Ashley Campbell), y acudí a las Metamorfosis de Philip Glass interpretadas por el autor. Y, de paso, convocado por las páginas de Desierto sonoro, miré un añejo video de los Rolling Stones cantando el clásico Paint it Black, y recuperé algunas de las Cantigas de Alfonso X El Sabio en las versiones ejemplares de Jordi Savall, y me asomé a la versión original de Straight to Hell con The Clash, y escuché por vez primera O Superman de Laurie Anderson, pieza que, no por casualidad, tiene vasos comunicantes generales con la música de Glass.
Si menciono puntualmente estas referencias musicales del libro de Luiselli es para dar cuenta del eclecticismo del universo sonoro creado por la autora para sus personajes. Uno de los episodios más resonantes de la novela es el capítulo
Sueña caballos, 25 páginas de un potente discurso continuo, sin pausas, en el más puro espíritu de una stream of consciousness intensamente proferida por el joven hijo de la pareja, uno de los narradores de la historia. El impulso de leer en voz alta este pasaje y escuchar su cadencia es irresistible.
Después de la lectura de Desierto sonoro me atrevo a especular con un par de hipótesis temerarias, provocadas directamente por la materia narrativa del libro. Hipótesis primera: el hecho de que en varios momentos de su trayecto los protagonistas de la novela escuchen audiolibros en el sistema de sonido del auto me hace pensar que esta obra de Valeria Luiselli podría convertirse en un muy buen audiolibro. Hipótesis segunda: creo que Desierto sonoro podría transformarse también en una road movie particularmente evocadora, en la que los editores de sonido podrían darse un banquete a la hora de construir las pistas sonoras. Además de todo ello, Desiertos sonoros es una novela profundamente emotiva, uno de los libros más tristes, dolorosos y melancólicos que he leído en mucho tiempo.
Juan Arturo Brennan
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