¿Recuerdan el día (fue el 25 de febrero) en que vimos a Saint-Saëns remoloneando para no escribir una nueva sinfonía y distrayéndose con música de animales? Pues bien, esta es la obra que tenía que haber escrito entonces y a la que, afortunadamente, consiguió dar término, andando el tiempo.
De concepción épica y textura variada, es una obra magnífica. Pone toda la carne en el asador y nos invita a escuchar más cosas de las que son habituales en una sinfonía normal: deslumbrantes pasajes para piano y, como indica el subtítulo, un órgano de tubos digno de una catedral.
En este movimiento concreto, intensamente romántico, el órgano me recuerda a un corazón que palpita y es como un suelo, una base vital. Saint-Saëns admitió que «di todo lo que fui capaz de dar. Lo que he conseguido aquí, no volveré a conseguirlo». Tenía razón.
Clemency Burton-Hill
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