Hoy es el día nacional de Noruega y dedicamos la jornada al máximo representante musical del país. Edvard Grieg (cuyo apellido era originalmente Greig, ya que la familia procedía de Escocia) incorporó melodías tradicionales noruegas a muchas composiciones suyas, instalando así con firmeza a su país en el libro de honor de la música clásica.
Sin embargo, como muchos otros compositores que se esforzaron por reflejar el carácter nacional con su música, tenía perspectivas gratamente cosmopolitas y viajó por toda Europa, ganándose la admiración de Tchaikovski, Brahms, Delius y Grainger.
(La admiración fue recíproca. De Grainger, por ejemplo, dijo bromeando en 1907: «He escrito danzas campesinas noruegas que nadie sabe tocar en mi país y hete aquí a este australiano que las ejecuta como deben ejecutarse. Es un genio que solo merece amor de los escandinavos».)
Las Piezas líricas de Grieg son exactamente lo que dice la etiqueta. Entre 1867 y 1901 publicó alrededor de sesenta y seis viñetas en diez colecciones. Poéticas, sencillas, nostálgicas sin caer en la cursilería, figuran entre las miniaturas más encantadoras de la literatura pianística del siglo XIX: la perfecta ración clásica.
Clemency Burton-Hill
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