Otro día, otra mujer decimonónica que se enfrentó con serenidad a los prejuicios que maniataban a su género. Clara Schumann, que falleció este día, se vio obligada al principio a publicar su música con un seudónimo masculino, y lo gracioso es que nadie la cuestionó, nadie dijo:
«Oigan, esto suena a “música femenina”, no puede haberla escrito un hombre», y no lo dijo nadie porque sonaba a música pura y simple.
Es igual. Como ya hemos tenido ocasión de ver, Clara era una fuerza de la naturaleza. No había nada que no pudiera hacer; era tan buena pianista como Liszt; tan buena compositora como su marido Robert; y una esposa, una madre, una abuela y una mujer tan perseverante como la que más.
Una hazaña notable para cualquiera que hubiera vivido en las circunstancias de Clara, entonces y en la actualidad. Lo asombroso es que hiciera su voluntad a pesar de las adversidades, a pesar de su padre hiperprotector, a pesar de la sociedad, a pesar de la devastadora enfermedad mental que acabó con Robert.
No todas las piezas que escribió fueron obras maestras, naturalmente, pero entre ellas las hay muy notables y hermosas, e incluso mejores que las que escribían muchos colegas masculinos. Me encantan los momentos en que asoma la personalidad musical de Clara, como en este enérgico pero elegante scherzo.
Clemency Burton-Hill
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