Hoy una pequeña danza irresistiblemente alegre de un compositor y virtuoso del laúd de principios del siglo XVII e injustamente olvidado.
Como casi todos los músicos independientes de entonces —y de hoy—, Falconieri tenía que estar dispuesto a ir donde hubiera trabajo: viajó por toda Italia, España y Francia, recogiendo tendencias e influencias musicales y adaptándolas a su música sobre la marcha.
Desde 1647 se las arregló para tocar de manera permanente en su Nápoles natal, que en aquellos tiempos estaba bajo el dominio de España, y de aquí, quizás, el contagioso ritmo de aire español que percibimos en esta chacona.
Imagino que el Nápoles de entonces era un lugar muy excitante para vivir: cosmopolita, rebosante de pintura, música, literatura y comercio; no extraña que la época se calificase de «edad de oro». Sería un momento pasajero, sin embargo; a mediados de siglo hubo un brote de peste bubónica que acabó con la mitad de la población de la ciudad y con el pobre signor Falconeri, en 1656.
Clemency Burton-Hill
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