En tiempos no muy lejanos, al menos para mí que pude transitarlos, se declaraba el amor y se declaraba la guerra. La gente conversaba. La política se organizaba en partidos. Al enemigo se lo combatía de frente y nunca se le daba la espalda a un traidor. La militancia no era un mandato. Era un deseo indomable.
Muchos de los que vinieron a “hacerse la América”, fueron deshechos por la maquinaria de explotación capitalista. Antes el fundante de todo combate era la lucha de clases. Ahora el fundante es la lucha de grietas. Leíamos Las Venas Abiertas de América Latina y los libros de Marx, Trotsky, Mao… Algunos seguimos la convicción revolucionaria de Mimí Langer y no renunciamos ni al marxismo ni al psicoanálisis. Así nos fue. A mi entender, muy bien.
Solamente en la lucha contra todas las formas de la cultura represora encontramos la alegría y una cierta forma de la sabiduría. “Solo saben los que luchan”. Saber que se sabe poco, habilita para que estemos cerca de los que saben mucho más. Y el saber también es saber qué se hace con ese saber. No es dar información, sino fomentar la indignación, la bronca, la rebeldía, el odio contra el enemigo de clase. Y muy especialmente no anestesiar con la digitalización de la vida cotidiana.
Abramos las fábricas de pensamiento crítico y las fábricas de acciones revolucionarias. Cuando las derechas nos expropian de las tierras y de las ideas, de las aguas y de los conceptos, entonces seguiremos resistiendo al represor y nunca más resistir al deseo. Como no creo que me dé para escribir mi autobiografía, entonces me permito ser apenas autorreferencial. Cuando leo los textos de Claudia Rafael, Silvana Melo, Carlos del Frade, me doy cuenta de que estoy en una fábrica de pensamientos, de acciones concretas, de implicaciones permanentes.
Alguna vez escribí que era necesario modificar el canto de la tribuna: “¡es un pensamiento no puedo parar!” Cuando leí el trabajo de Silvana sobre la infancia rehén, mi pensamiento no pudo parar. Recordé el doble pensar que describe George Orwell en “1984”. Este párrafo da cuenta de lo que denomino el alucinatorio político social. “En el mismo escenario, un acuerdo con Bioceres, las puertas abiertas al trigo transgénico en la ciudad y una jornada de “Aplicaciones Seguras” en la Escuela Agraria. Donde se exhibe ante los niños la capacidad de envenenar con el eufemismo de las Buenas Prácticas Agrícolas (BPA).
Es posible que la sigla se imponga, como tantas otras, encubriendo a lo que realmente se refiere. Triple A encubriendo una alianza anticomunista. BPA implica un doble encubrimiento: el de la autodenominada buenas prácticas y el encubrimiento que esas buenas prácticas son en realidad políticas de exterminio. La planificación de los exterminios ya no es en campos de concentración. Ahora son campos de dispersión, donde se envenena e intoxica a cielo abierto.
El Estado de Israel sigue recibiendo las indemnizaciones por el holocausto. Lamentablemente, gran parte de esos fondos financian otros holocaustos actuales. ¿Y a nosotros cuando nos indemnizan? Entre el saqueo planificado, y el envenenamiento sistemático, no hay forma de diferenciar entre la guerra y la paz. Quizá nunca la hubo y lo que llamamos paz apenas es una tregua.
La absoluta hipocresía de la cultura represora omite dar un Premio Nobel de la Guerra. Entonces le dan el Premio Nobel de la Paz a los dirigentes y presidentes que organizan guerras preventivas, interrogatorios fuertes, cárceles ambulatorias. Es cierto que escribir sobre el dolor, duele. Pero es un dolor que se convierte en el arma vital de una lucha tras generacional que alguna vez empezó y ahora es un pensamiento y nunca más podrá parar.
Alfredo Grande
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