Netflix estrenó la serie documental Rompan todo. La historia del rock en América Latina, que provocó desde el primer momento múltiples debates y críticas. Ya título es, cuanto menos, un equívoco. Entre otras cosas, porque la serie recorre muy pocos países en la región y esta elección tiene que ver con un modelo de venta más que con el contenido posible. Esa decisión no se justifica explícitamente, sino que queda naturalizada por las intervenciones del principal relator de la serie: Gustavo Santaolalla. El músico y productor argentino, creador del rock latino, un modelo creado con la impronta del show reconocido por los premios estadounidenses, es quien ordena el recorrido y el modo en el que cada quien se inserta en esta historia. El documental tiene una mirada central que pivotea entre Argentina y México, y toca también Chile, Colombia y Uruguay, con un sobrevuelo por Perú y una mención indirecta a Puerto Rico a partir de la presencia de Residente.
La otra referencia de Rompan todo es la frase con la que Billy Bond arengó a la multitud que había ido a ver a la Pesada del Rock el 20 de octubre de 1972. La arenga provocó desmanes que tuvieron eco en los diarios de la época. Fue un gesto proto-punk que se discutió y que aún algunos sobrevivientes de aquellos años siguen discutiendo. A esta altura es anecdótico y el rock argentino no corrió peligro de extinción por ese exabrupto, como sí podría correrlo cada vez que el rock amaga con convertirse en la banda de sonido del establishment, como puede suceder con esta opereta que ahora emprendió Sanataolla con el respaldo de netfliz.
Su reescritura de la historia del rock en castellano contiene graves omisiones y distorsiones, aparte de su baja calidad narrativa y su notoria deficiencia musical. Pretende contar la historia de un género musical que tiene más de sesenta años, pero en cinco horas no se escucha siquiera una canción entera. Nunca se detiene a apreciar una letra, la estructura de una canción ni un solo instrumental. Los testimonios de los entrevistados están descuartizados en planos de no más de cinco segundos, lo que hace imposible el desarrollo de una idea. Para poner un ejemplo: Juana Molina concedió a los realizadores una entrevista de varias horas en la que, entre otros temas, se explayó sobre la música de Sumo o el estilo del bajista Diego Arnedo. Ese fragmento, de gran interés, no figura en los quince segundos en los que Juana aparece. En cambio, buena parte de su fugaz testimonio se consume cuando ella cuenta que el primer disco que compró era uno de Palito. A pesar del papel irrelevante que Rompan Todo le asigna a Juana en su metraje, figura como una de las atracciones del flyer con que netfliz lo promociona. (...) El resto es un montón de bandas latinas producidas por el propio Sanataolla. Espectadores de otros países de Latinoamérica señalan otras importantes omisiones. No se soporta ver las cinco horas enteras así que los tres últimos capítulos los terminé en fast forward.
Oscar Cuervo - Sanataolla: rompan netfliz
El documental como producto esta muy muy bueno, aunque la linea que baja por momentos es horrible. Hay notorias ausencias, la mitad de la carrera del flaco spinetta, Pedro y Pablo! tampoco aparece Piero ni en su version combativa ni en su regreso politicamente correcto. Apenas se nombra a Vivencia, no sea cosa que le disputen la centralidad a Santaollala. Ignora a Porchetto y nuevamente a Cantilo con Punch porque podrían contradecir la hipótesis de que Gustavo fue el primer new wave argentino. Sumo pasa como desapercibido. Están muy bien las viuda e hijas, pero nada dice de Fabi Cantilo, tampoco Patricia Sosa y La Torre, nada hay del heavy argentino de los 80 con mas de una docena de bandas editando discos. No aparecen tampoco Los Helicopteros, Autobus, ni la movida dark ni Don Cornelio, del nuevo rock solo Babasonicos e illya Kuriaky. Demasiados recortes que para mi responden a una bajada de linea de Santaolalla, por momentos me parece que quisiera que alguien diga Dios Salve a Santaolalla que nos ilumino. Y lo que mas ruido me hace es que tiene pergaminos mas que suficientes para evitarse la grasada de pararse a chapear constantemente como si fuera un violero novato peleandose con el cantante a ver quien figura mas sobre el escenario.
Mauricio - En el post "Rompan Nada" del blog cabezón
Se debería llamar Santaolalla y sus bandas: la historia de como Santaolalla engendró a Spinetta y Charly García.
Ruso del Oeste - En el post "Rompan Nada" del blog cabezón
Pensé lo mismo cuando la ví. El rock en la Argentina nunca fue contestatario, lxs desaparecidos fueron folkloristas, escritorxs, periodistas, pero no rockerxs. Desde el comienzo se apunta a igualar la violencia de una frase a la represión por parte de un gobierno de facto bancado por EEUU. No pidamos peras al Olmo, las grandes empresas de comunicación no muerden a la mano que les da de comer.
Paula - En el post "Rompan Nada" del blog cabezón
No existe eso de "las intenciones eran nobles, pero..." El documental es falopa de la jodida.
Gus - En el post "Rompan Nada" del blog cabezón
Maravilloso artículo! Concuerdo en la intención maléfica de alejar el rock de lo político. Y siempre poniendo detalles para que sea muy políticamente correcto. Aséptico como casi todo lo de Netflix.
Lilen en el Face del blog cabezón
Convengamos que el que tiene plata cuenta su historia como se le cantan las gónadas. Yo si hago un documental a Santaolalla ni lo menciono.
Rodrigo Acuña en el Face del blog cabezón
Igual.. qué esperaban de Netflix? Y si mejor dejamos de consumir la bosta que producen?
Iván Luca Zamorano en el Face del blog cabezón
Cuando vi a Santaolalla, vi a Netflix, y escuché un comentario de lo tibio y de la cantidad de cosas que se pasa por alto el documental, decidí no mirarlo, creo que fue una buena decisión
Frank Nybroe en el Face del blog cabezón
El título Rompan todo refiere a dos situaciones distintas, propias de las primeras décadas del rock en el Río de la Plata. La primera está basada en el tema homónimo de la banda uruguaya Los Shakers, cantado en inglés y con un sonido muy beatle; la segunda es una frase que se le adjudica a Billy Bond, el líder de la argentina La Pesada del rock’roll, y que la habría dicho en un recital en Buenos Aires invitando al público a “romper todo” como respuesta a un sistema económico injusto y marcado por la amenaza policial. Entre un tiempo y otro, el rock había adquirido identidad y adoptado posición respecto del orden y los modelos hegemónicos de la música, las estéticas y el poder conservador dominante en la región.
El subtítulo, La historia del rock en América Latina, obliga a una reflexión: en América Latina no solo se habla en español, como sí ocurre en la serie. En el documental se destaca reiteradamente el valor del rock hecho en el propio idioma. Pero, ¿al propio idioma de quién se refieren?
Solo considerando lenguas oficiales, en América Latina se habla además portugués, guaraní, aymara, quechua, francés, inglés y creole. Cerca del 40% de los habitantes de la región no tienen como primera lengua el español, y por lo tanto la ignorancia de esa importante población latinoamericana no es menor. Todo relato tiene exclusiones y eso es inevitable. Esas ausencias también permiten leer aquello que se dice. Quien produce hace el recorte que considera mejor, y habrá siempre discusiones si una ausencia nos parece más o menos trascendente.
En ese sentido, la ausencia de la historia de las mujeres en el rock, incluso en el presente, donde, por ejemplo, las raperas guatemaltecas hacen un trabajo notable, es casi auto denunciada en el final de la serie. Que las diferentes variantes del metal aparezcan insinuadas y personificada por Juanes, exitoso producto latino para mercados globales, es una de las tantas formas del silencio que suena de un modo muy potente. Tampoco es menor que las bandas de rock extranjeras que se destacan por su presencia en los escenarios sean españolas y cercanas al mainstream del espectáculo, y no alguien como Manu Chao, de fuerte vínculo personal y artístico con el zapatismo en México y participante del histórico No al ALCA, en la ciudad de Mar del Plata en noviembre de 2005.
Pero al darse un nombre, la obra se define a sí misma. Esta producción se llamó La historia del rock en América Latina y esa elección define de qué hablará. Por lo tanto el título no sólo es engañoso, sino que pone en evidencia aquello que niega: el 40% de la población latinoamericana. ¿Tiene mucha importancia? Sí, y se hace evidente luego de ver los 6 capítulos, ya que la dialéctica entre el título y las ausencias refuerza la idea de un modelo hegemónico y excluyente para el género: aquel que se identifica como rock latino en el mercado global de los contenidos audiovisuales. Ese rock latino, en el que reina Santaolalla, parece hacerse solo en español.
Una pequeña digresión: Para quienes escuchamos y conocimos la obra de Arco Iris sorprende ver como Santaolalla se adjudica personalmente haber trazado el camino latinoamericanista de su sonido, cuando era conocida la guía de Dana en gran parte de los caminos de la banda y el trabajo de investigación sobre los instrumentos autóctonos que hacía Ara Tokatlian ¿era necesario obviar mencionar a sus compañeros de aquel tiempo que fue hermoso?
En lo formal hay dos elementos para destacar. Más allá de las imágenes de presentaciones en vivo, más bien escasas, el relato se basa en testimonios, de los cuales se utilizan en general pequeñas frases, incluso palabras sueltas, para construir en la edición en una sucesión que termina construyendo un discurso único sobre cada tema. Con esas voces cortadas y editadas se construye un discurso uniforme y no presenta ideas diversas sobre cada eje temático o cada una de las bandas. Esas expresiones recortadas, y sin otro contexto que la directriz del relato propio de la serie, construyen un discurso que, en definitiva, toma una dirección unívoca, propia de quienes producen la serie y no de cada uno de los entrevistados.
El segundo aspecto formal es la unificación de la escena plástica. Cada plano es una suerte de construcción visual de un mundo feliz. Desde espacios cargados de instrumentos, afiches o premios, hasta casas opulentas. Hay, por supuesto, excepciones. Sin embargo la escenificación nos habla del post rock como un mundo feliz -post rock de exitosos que casi no hablan en presente-. ¿Qué hay de los otros, los que no tienen sus mansiones con generosos pianos o bellos jardines o botellas de bebidas importadas? ¿Dónde están los que hicieron y hacen rock en los rincones de la historia?
La estructura narrativa de la serie es concurrente con esa idea hegemónica sobre qué es el rock en América Latina. Hay una suerte de (pre)historia que circula rápidamente y que parece ser un período en el que se buscan formas para lo que vendría después. Ese primer tiempo aparece como un proceso de asimilación y respuesta originaria, aquel donde se construye una identidad en encuentro con las tradiciones musicales propias, las poéticas de un tiempo irreverente y la respuesta al régimen político autoritario. Los artistas avanzaron con diferentes búsquedas, que no cristalizaron en un género con características únicas y definidas, sino con variantes complejas y originales. Por eso ese primer momento de la serie tiene olvidos imperdonables, como la relación de muchas bandas con el tango y la experiencia de varios colectivos de creación, como MIA o La cofradía de la flor solar, de los que surgirían figuras que crecieron artísticamente y permanecen vigentes en la escena.
El corte entre aquel tiempo del génesis y el comienzo de la renovación que abrirá la puerta al estallido, está marcado por el propio Santaolalla y un gesto autorreferencial. Explica que en 1981, al regresar de su paso por EEUU y haber grabado con dos bandas allí, sintió que en Argentina el rock era conservador y que Charly García, al escribir “mientras los demás miran las nuevas olas yo ya soy parte del mar”, estaba rechazando lo que se venía: la nueva ola del rock. Según su testimonio, Santaolalla traería lo nuevo y García sería el conservador. Así se da, en la serie, el momento de pasaje de un tiempo a otro dentro del rock latinoamericano.
Lejos de construir una continuidad
entre ambos tiempos –y mencionar a los actores principales de ese
proceso-, la bisagra entre esos dos momentos de la historia está marcada
por la aparición de dos actores: los productores, que descubren las bandas y les logran dar un sonido moderno, y la señal global de contenidos audiovisuales MTV,
que llevó ese “nuevo” rock latino a todos los países de la región. A
partir de esas apariciones en la escena / mercado, el género regional
parece haber encontrado el formato que le permitió crecer y expandirse.
Lo que marca el acceso a la modernidad del rock latino, según la
legitimación de los productores de la serie, es la masividad del negocio
del espectáculo. Nada ajeno al éxito, de la circulación masiva y del
idioma único tiene importancia.
Como cantó aquel que está en el origen de todo, Litto Nebbia, “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”.
Quien quiera oír, que oiga.
SI quieren perder tiempo miren este documental adorador de la Mtv. Que limita el rock latino en Argentina , Chile y Méjico con pantallazos de Uruguay y Colombia, usando al negro Rada de elemento decorativo. Una serie corporativa-multinacional.
ReplyDeleteAguante "QUIZÁS POR QUE"!!!!!!.