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El Virus de la Revolución (I)... Dos Minutos Para Medianoche

El miedo a una pandemia es más peligroso que el propio virus. Las imágenes apocalípticas de los medios de comunicación nos informan que hemos entrado oficialmente en la era biopolítica reinado por una enfermedad que abolió el trabajo -y en este caso no hablo del capitalismo sino de su hija la peste-, bajo las condiciones de un estado tecno-totalitario perfecto que hoy en día poco y nada puede controlar. No podemos saber cómo saldremos de la pandemia cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la salud pública, por la hiperexplotación sobre la madre naturaleza. No solo la crisis global creada por la extensión del coronavirus va a desencadenar una profundísima recesión mundial que puede dejar pequeña la del 2008, sino que además la epidemia de histeria que acompaña su expansión está modificando ‎la actualidad política, y los cuando esta se termine y los pueblos recuperen el sosiego, el mundo será ‎quizás muy diferente. Fuera de toda ideología, la igualdad ha vuelto al centro de la escena. Y por pura necesidad.

"Todo aquel tiempo fue como un largo sueño. La ciudad estaba llena de dormidos despiertos que no escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en que, por la noche, su herida, en apariencia cerrada, se abría bruscamente. Y despertados por ella con un sobresalto, tanteaban con una especie de distracción sus labios irritados, volviendo a encontrar en un relámpago su sufrimiento, súbitamente rejuvenecido, y, con él, el rostro acongojado de su amor. Por la mañana volvían a la plaga, esto es, a la rutina..."
La Peste, Albert Camus.


¿Cómo reacciona al encierro la mente hiperconectada, sometida durante décadas a la tensión ininterrumpida de la competencia y de la hiperestimulación nerviosa, a la guerra por la supervivencia, en estrés permanente, sometido a la humillación de encontrarse solo en sus pobres cuatro paredes que lo obliga a la comunicación consigo mismo y replantearse toda su vida?
¿Cuáles serán las implicancias últimas de la crisis internacional en curso? ¿Hasta qué punto modificará de raíz conceptos políticos, regímenes económicos y hasta prácticas individuales? ¿cómo llega el auxilio en países como la Argentina a los más vulnerables, la legión de alrededor del 45% de los ciudadanos que viven de la economía en negro, sin aportes previsionales, vacaciones pagas ni aguinaldo? ¿Cómo harán los Estados para alcanzara ese universo de invisibles?
El mundo ha enfrentado pandemias a todo lo largo de su historia, pero nunca con tal abundancia de información –falsa o real- y en condiciones tan precarias para millones de seres humanos. Cuando en el más optimista de los escenarios, (sin prever una catástrofe mundial), la pandemia del Corona Virus va a generar más pobreza que muertos.
Y con una crisis sanitaria que permite a una gran cantidad de la población imaginarse lo que viven otros pueblos con hospitales, casas y escuelas bombardeadas: Palestina, Irak, Pakistán, Siria y tantos otros pueblos y países, sin ir más lejos Cuba. En los momentos de dolor es cuando aparece la solidaridad. Veremos si ello también sucede a nivel internacional.
Nadie sabe si exageran quienes trazan paralelos con la crisis de 1929. Las diferencias son concretas, sobre todo porque el caos actual se gatilla debido a una pandemia, esto es por un fenómeno que, más allá de los indicios anteriores sobre una posible recesión internacional, es en gran medida exógeno al sistema económico.
Las medidas sanitarias cada vez más radicales que se toman tanto en países centrales como emergentes, que implican procesos de distanciamiento social y hasta cuarentenas sostenidas con militares en las calles, tienden a hundir la economía internacional en una suerte de era de hielo. El cierre de renglones enteros de actividad, desde las aerolíneas y el turismo en general hasta los comercios, pasando por los locales gastronómicos, la “industria” del entretenimiento artístico y deportivo y ya incluso sectores de la producción industrial, generará un colapso que, al menos en parte, justifica la comparación con la Gran Depresión.
Se sabe que el remedio para aquella crisis fue la aplicación de políticas de sostenimiento de la demanda agregada en base a un mayor gasto público, algo en que los Estados Unidos de Franklin D. Roosevelt fueron pioneros empíricos y que, con leve rezago, adquirió estatus de teoría económica con el británico John Maynard Keynes. Así las cosas, ante el desplome de la demanda, los gobiernos echan hoy de nuevo mano a esas recetas, hasta hace segundos tan desacreditadas por el ala más radicalmente liberal de la academia.
Marcelo Falak


Preludio de la pandemia

Este virus, este COVID-19 saca lo mejor y lo peor de lo nuestro. Mientras el virus se sigue reproduciendo en las superficies, algo más profundo estaría ocurriendo a nivel planetario; algo que ya intuíamos y que en Chile, desde el 18 de octubre vino a enrostrarnos el tipo de vida que hemos llevado: una dedicada a producir sin medida, una enfocada en socavar la existencia, una superdepredadora que por décadas ha devorado a humanos y al planeta mismo.

En la segunda mitad de 2019, el cuerpo planetario entró en convulsión. De Santiago a Barcelona, ​​de París a Hong Kong, de Quito a Beirut, multitudes de muy jóvenes salieron a la calle, por millones, rabiosamente. La revuelta no tenía objetivos específicos, salvo que le den una oportunidad de vivir mejor. Y entonces apareció un virus convertido en estrella de culebrones de TV, que mata principalmente a los octogenarios, pero bloquea la máquina global del frenesí y la excitación cotidiana, y también del magro crecimiento de la economía mundial.
Esa revuelta de los pueblos, aunque en principio diezmada, parece continuarse en el pedido de amplias mayorías que ven su sistema de vida, y su vida, amenazados.
Lo que de una semana a otra parece muy probable es que esta pandemia global que crece a velocidad inaudita puede resultar el quiebre de la linealidad con que pensábamos el futuro. Quizás recién ahora el siglo XXI esté empezando a mostrar su verdadera cara. Es difícil que el organismo colectivo se recupere de este shock psicótico-viral y que la economía capitalista, ahora reducida a un estancamiento irremediable, retome su glorioso camino. Se manifiestan los primeros signos de hundimiento del sistema bursátil y de la economía, los expertos en temas económicos observan que esta vez, a diferencia de 2008, las intervenciones de los bancos centrales u otros organismos financieros no serán de mucha utilidad.
Por primera vez, la crisis no proviene de factores financieros y ni siquiera de factores estrictamente económicos, del juego de la oferta y la demanda. La crisis proviene del cuerpo.
Argentina en este marco tampoco saldrá sin daños. No tenemos posibilidad alguna de surfear sin costos está crisis global y nacional. Aquellos en el país que logren sobrevivir económicamente a esto se encontrarán sin mercado interno al que vender, sin mercado externo al que exportar o lo harán a precios y cantidades irrisorios.
La recesión económica que se está preparando podrá matarnos, podrá provocar conflictos violentos, podrá desencadenar epidemias de racismo y de guerra. Es bueno saberlo. No estamos preparados culturalmente para pensar el estancamiento como condición de largo plazo, no estamos preparados para pensar la frugalidad, el compartir. Aunque también podríamos aprender a velocidades exponenciales. Por pura necesidad.
Y esa necesidad obliga también a los estados a empezar a practicar (mal que les pese s muchos), en los hechos, políticas ligadas al progresismo. El coronavirus direccionó la política social hacia la izquierda de manera abrupta, Y solo por el desastre social que deja las décadas de reinado del neoliberalismo, que ahora quedan en evidencia más que nunca. Es la respuesta necesaria de los Estados arrinconados frente a la realidad. Si hasta el FMI recomienda que los países sudamericanos adopten políticas "populistas".


La sociedad de la mentira global

La humanidad no solo se enfrenta a una crisis de salud, sino que tendrá que luchar por su propia existencia en muchos frentes diferentes. ¿No estamos viendo las señales de advertencia? Hace solo unos meses, los incendios forestales en Australia se extendieron rápidamente por todos los estados para convertirse en los más devastadores de la historia; Se ha quemado un área del tamaño de Corea del Sur, aproximadamente 25.5 millones de acres. Y el anuncio del reloj del fin del mundo 2020 es grave ("Más cerca que nunca: faltan 100 segundos para la medianoche"). La humanidad continúa enfrentando estos peligros existenciales: la guerra nuclear y el cambio climático, que a su vez se ven agravados por un multiplicador de amenazas de guerra de información cibernética que socava la capacidad de respuesta de la sociedad.
Estamos frente a dos pandemias: el coronavirus y el capital global.
Ahora el coronavirus ha dejado a la intemperie el drama social producto de años de neoliberalismo. La profunda crisis del sistema ha desempeñado su papel en la salud pública socavada por la política de austeridad que simplemente no puede con la enfermedad siquiera en los países europeos más "civilizados".
Mientras el virus se sigue reproduciendo en las superficies, algo más profundo estaría ocurriendo a nivel planetario; algo que ya intuíamos y que en Chile, desde el 18 de octubre vino a enrostrarnos el tipo de vida que hemos llevado: una dedicada a producir sin medida, una enfocada en socavar la existencia, una instalada en el tedio de no ver el sentido de todo, una superdepredadora que por décadas ha devorado a humanos y al planeta mismo. Una suerte de cambio en el rumbo de la ecología social se ha disparado como si el virus hubiese sido plantado y, sin casi proponérselo, el efecto nos ha dejado más desnudos: no hay líderes, no hay conducta de conciencia social ni modelo de consumo capitalista que den el ancho. Esta vez, y con más fuerza, el efecto es planetario y es visto por los países desarrollados, donde la crisis del modelo capitalista es más que evidente, desde hace mucho. Y digo que “es visto”, porque son estos mismos países los que han dejado de ver los estragos del sarampión y del ébola en África o el dengue en zonas de una América Latina también azotada por la desigualdad, la falta de dignidad y las políticas no centradas en los derechos humanos.
Este virus, este COVID-19, invisible a los ojos, es realidad y metáfora a la vez. Saca lo mejor y lo peor de lo nuestro. Hoy, por ejemplo, empresarios neoliberales pedían a gritos (sí, a gritos en canales de televisión) más Estado. Son los mismos que no quieren una nueva Constitución, que cambie, sencillamente, al Estado subsidiario que nos aflige por uno garante, construido por todos y todas. Uno de verdad.
El filósofo y político esloveno Slavoj Zizek viene al caso cuando rescatamos una reflexión extendida durante estos días virulentos: “La actual expansión de la epidemia de coronavirus ha detonado las epidemias de virus ideológicos que estaban latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías conspirativas paranoicas y explosiones de racismo. La bien fundamentada necesidad médica de establecer cuarentenas hizo eco en las presiones ideológicas para establecer límites claros y mantener en cuarentena a los enemigos que representan una amenaza a nuestra identidad. Pero tal vez otro –y más beneficioso– virus ideológico se expandirá y tal vez nos infecte: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá de la nación-Estado, una sociedad que se actualice como solidaridad global y cooperación”. Aplica para el mundo, aplica para Chile, en el corazón del mundo neoliberal.
Zizek, siempre a tono con la industria cultural, dice que el “coronavirus es un golpe a los Kill Bill al sistema capitalista”. Y tiene razón, su explosión se larva dentro y tiende a no ser vista hasta mucho después. Por eso apela a una nueva forma de comunidad-comunismo-comunitarismo. Un nuevo “común” que revierta el sentido común de la codicia y la acumulación, ese de la explotación que desecha los cuerpos como si nada, a aquellos cuerpos que no producen ganancias, no cumplen las metas. La enfermedad da una estocada a esas metas y cuando se diagnostica a un empresario o político en la cumbre de la cadena, el efecto hace temblar al poder: ¿Son desechables también esos cuerpos “poderosos”? ¿tienen otro estatus? Esto nos iguala y a ellos, sobre todo, los desnuda, pese a que no se dan cuenta.
Ximena Póo

En los últimos diez años, el sistema neoliberal imperante recortó miles de millones del sistema de salud pública, redujeron las unidades de cuidados intensivos y el número de médicos generales disminuyó drásticamente. Hoy, y gracias al virus estrella, el problema más grave es el de la sobrecarga a la que está sometido el sistema de salud: en los países con mayor cantidad de infectados las unidades de terapia intensiva están en el colapso. Existe el peligro de no poder curar a todos los que necesitan una intervención urgente, se habla de la posibilidad de elegir entre pacientes que pueden ser curados y pacientes que no pueden ser curados.
En Argentina, por ahora, hay solamente un lugar donde se hacen los tests, en el Malbrán, que por cierto es otro de esas instituciones que quedaron en estado de coma, valga la redundancia, con el macrismo. Un científico del Instituto Malbrán (Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud) denunció que están al borde del colapso, y reveló cómo hacen los estudios y detalló los problemas presupuestarios luego de cuatro años de macrismo. Además, el sistema médico pasa por  una situación de precariedad y cese de pagos, en plena crisis por el coronavirus.
Y no olvidemos que sin techo no hay cuarentena...


Pandemia mental

Si existe algo positivo en la actual pandemia provocada por el nuevo virus, es la inevitable certeza de que ante ese peligro somos todos igualmente vulnerables y esos rangos intocables de estatus social y económico se difuminan frente a una amenaza que golpea sin excepciones. Los sistemas políticos diseñados en función del empoderamiento de pequeños círculos de poder son, por lo tanto, una de las torres del tablero que recibirán los golpes más contundentes. Esto, porque de no iniciarse una transformación de fondo hacia sistemas más justos, con Estados más fuertes y con mejoras significativas en los servicios públicos, será imposible remontar hacia la recuperación económica, ya duramente golpeada por medidas extremas que tienen al mundo prácticamente paralizado.
En países con profundas desigualdades, como sucede en la mayoría de naciones latinoamericanas, hoy se mostrarán con crudeza todas las debilidades endémicas presentes en los marcos políticos instaurados para beneficio de unos pocos. Por lo tanto, la revisión de estos sistemas no deberá posponerse porque, de hacerlo, se pondrá en riesgo la supervivencia de millones de habitantes. Dadas las circunstancias, las autoridades deben enfocarse en el estudio de políticas públicas adecuadas para enfrentar un escenario cargado de amenazas y transformarlas en vehículos propicios para generar cambios y, por ende, nuevas oportunidades de desarrollo para toda la población.
Arriesguémonos a una cuarentena global, a no salir, a parar, a bajarse, a asumir que esto ya no da para más. Así podemos regresar a Camus y esta pestilencia que de vez en cuando nos convoca a recordar los fallos de un sistema cruel: “Hombres que se creían frívolos en amor, se volvían constantes. Hijos que habían vivido junto a su madre sin mirarla apenas, ponían toda su inquietud y su nostalgia en algún trazo de su rostro que avivaba su recuerdo. Esta separación brutal, sin límites, sin futuro previsible, nos dejaba desconcertados, incapaces de reaccionar contra el recuerdo de esta presencia todavía tan próxima y ya tan lejana que ocupaba ahora nuestros días. (…) Era ciertamente un sentimiento de exilio aquel vacío que llevábamos dentro de nosotros, aquella emoción precisa; el deseo irrazonado de volver hacia atrás o, al contrario, de apresurar la marcha del tiempo, eran dos flechas abrasadoras en la memoria”. ¿La “peste” de hoy será la estocada final? Está por verse y espero que lo veamos; realidad y metáfora al final del exceso.
Ximena Póo


La situación que vive el mundo entero ante la irrupción de la pandemia del Coronavirus plantea nuevos dilemas y reaviva viejas discusiones sobre la organización social y su traducción en términos estatales. Los posvalores del reciclado posmoderno resultan inútiles ante semejante crisis humanitaria global. No sabemos cómo saldremos de la crisis del virus estrella de culebrones. Podríamos salir de nuestro encierro definitivamente solos, agresivos y competitivos. O al contrario, podríamos desplegar toda nuestra capacidad para la solidaridad social, el contacto, la igualdad. En principio, la lucha contra la pandemia de coronavirus vino a recordarnos abruptamente que los Estados ‎están ahí para proteger a sus ciudadanos. Pero en una concepción lejos de los Estados cohercitivos, controladores y represores, se pide y se necesitan estados protectores, solidarios, humanitarios. No por ideología, sino por necesidad.

Pero los mercados solo están atentos y activos a privatizar las ganancias y socializar las pérdidas.
Que esta crisis no pase en vano y construya un mundo distinto.
Una pandemia como ésta sólo se enfrenta cuando el Estado se hace cargo de la situación. Los Estados, otra vez. La palabra parece empeñada en volver como en los viejos tiempos.
Puede ser un primer paso... pero solo el primero.





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