La música clásica polaca experimentó una especie de resurrección después de la Segunda Guerra Mundial. En cabeza estaba Henryk Górecki, que en cierta ocasión dio este inestimable consejo a los compositores en ciernes:
Si sois capaces de pasar dos o tres días sin música, olvidaos de ella; tal vez sea mejor que paséis el tiempo con una mujer o una cerveza.
Górecki, apellido que se pronuncia «gorétski», siguió al principio las corrientes vanguardistas de Europa occidental, pero sus tempranos escarceos con las disonancias fueron sustituidos por un estilo que se ha descrito como «minimalismo sacro». Esto se ve claramente en su tercera sinfonía, que se estrenó este día del año 1977 y que ha vendido más de un millón de discos, rara hazaña para una obra clásica.
Obra de lo más inusual, nos pide que miremos a la tragedia fijamente a los ojos. En cada movimiento una soprano canta un texto en polaco: el primero es un lamento de María, del siglo XV; el tercero es una canción popular de Silesia en la que una madre busca a su hijo, que ha muerto a manos de los alemanes. El movimiento intermedio se sirve de una plegaria que una chica de dieciocho años escribió en la pared de una cárcel de la Gestapo en 1944.
La obra es muy conmovedora porque el propio Górecki perdió a miembros de su familia en campos de concentración. Su abuelo estuvo en Dachau; su tía en Auschwitz. «Ya se sabe lo que pasa entre polacos y alemanes», señaló en cierta ocasión. «Pero Bach también fue alemán, y Schubert y Strauss. Cada cual tiene su sitio en este pequeño planeta».
Clemency Burton-Hill
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